La vida política esconde su ineludible complejidad tras los bastidores de una grosera simplicidad, la que exalta – caricaturizándola– el universo digital, solo aparentemente libre, y los actos directos e indirectos de fuerza. La riqueza de los elementos que suscita el interés, la organización y el debate de los asuntos públicos y radicalmente compartidos, empobrecidos, queda reducida al mesianismo que no, representación y confianza; a la hazaña como espectáculo inagotable que no, heroísmo limpio e inspirador; al uso y abuso de las consignas que no, comprensión inmediata de la realidad y sus porvenires; a la apuesta definitiva y milagrosa que no, fe en el propio esfuerzo; al imaginario tribal, electrónico e instantáneo que no, social y místico.
Escaso el tiempo para una lectura y una discusión razonable de nuestros problemas, las redes tienden a imponer una versión que es la del poder establecido, apenas, contrarrestada por una oposición que la comparte, incluso, a pesar de su manifiesta rebeldía, a través de un mismo lenguaje. Pasamos por alto una distinción contundente y decisiva: el oficialismo dispone caprichosamente de los recursos simbólicos y materiales del Estado que monopoliza, mientras que sus más legítimos adversarios, además de saldar sus diferencias en medio de un combate tan desigual, cultivan el modo tan particular de hacer política, ¡sin hacerla!
Una orden del gobernante, tiene por soporte cualquier contraprestación con la que se conformen sus seguidores que la esperan, exaltándolo con un poco de resignación, jurándose convencidos por absurda que luzca la providencia. La proeza surge de una verborrea anti-imperialista ya de vieja data, luego anclada a un hecho fortuito del mercado petrolero que atribuirán, gobernantes y colaboradores próximos, a la voz que se alza infinitamente, tildada de insurgente de acuerdo al canon.
En la acera del frente, severamente perseguida y reprimida, la oposición parece afectada por ese mesianismo que debe serle tan naturalmente ajeno, la propensión a un enfermizo sensacionalismo, la narrativa que subestima a la audiencia, el ensayo perpetuo de una epopeya cadenciosa y telenovelesca, la ilusión de una gigantografía memorable ciertamente empequeñecida por la realidad. Ésta, es el dato fundamental para pensar la política que también es hacerla, sobre todo, estratégicamente, porque de no contar con unas buenas antenas, aún las más rudimentarias, una errónea, extemporánea o sesgada interpretación del presente que transcurre indetenible, puede significar el fracaso y la dramática simplificación de esos porvenires trastocados en un mal augurio crónico, portándolo el dirigente político cual pavoso Nostradamus de nuestros tormentos.
La responsabilidad del liderazgo alternativo será inmensa, como los retos de supervivencia que tiene planteado en tanto promotor de las libertades públicas, el desarrollo económico, la equidad social y calidad de vida, destacando como el estadista necesario: soñador, estratega, realizador, multiplicador de los liderazgos que compitan lealmente y de los complementarios que le concedan eficacia y eficiencia a la otra institucionalidad demandada. Y que sepa de la Atenas que existió, y de las antenas, radares, sonares y demás herramientas de ultrasonido para apreciar la realidad en su más exacta dimensión, la verdadera correlación y dinámica de fuerzas, las posibilidades ciertas y engañosas que nos abanican, en un año de varios y, si se quiere, prolongados recesos políticos pre/post electorales.
@Luisbarraganj