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Pensar el postsanchismo

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RAÚL

Empieza una legislatura más, otra estación de nuestro particular «vía crucis» nacional; es decir, la travesía de nuevas adversidades y pesadumbres. Según recoge el DRAE, en su acepción 5ª, la más común de todas y la más significativa. Hemos doblado el finisterre, el límite canónico de las catorce cruces que señalan el camino del Calvario. Iniciamos la decimoquinta, tal vez una especie de estrambote para compensar la decimotercera, totalmente fallida. Desde hace cuatro días muchos sesudos comentaristas se dedican a hacer cábalas sobre cuánto durará el nuevo tiempo. No parece fácil acertar en el pronóstico pues buena parte del pueblo español, a pesar de los resultados, no se cansa de pedir escaleras para subir a la cruz. Tal vez porque ahí encuentran unos el alimento de su fe y otros, en versión degradada, el de sus necesidades gastronómicas y ¿justificaciones ideológicas? Pensar el «sanchismo» es tarea ímproba, pues resulta imposible reducir tan maravillosa doctrina a los límites de la razón humana.

Más claros son sus efectos. Arraigado en el «zapaterismo», algunos de cuyos desastres alimentó el PP en años posteriores, hemos retrocedido demasiado bajo el «progresismo» sanchista, hasta un país muy cercano al que narraba Pío Baroja en El árbol de la ciencia. A partir de aquellos días de la infamia, de marzo de 2004, hemos transitado siete estaciones con el común denominador del engaño, bajo mil formas. Desde el episodio del debate entre Solbes y Pizarro, hasta los continuos cambios de opinión convertidos en categoría de un especial concepto de mentira.

Los profetas de una etapa larga señalan, entre los factores de la supuesta estabilidad, acaso sería más apropiado decir permanencia, la voluntad manifestada por el presidente de resistir en el poder hasta el último hombre, el último euro, la última porción de España y cualquier atisbo de dignidad. Los políticos decididos a defender las posesiones españolas, en Ultramar, con Cánovas y Sagasta a la cabeza, se quedaron cortos en su promesa de gastar, para ello, hasta el último hombre y la última peseta. Unos timoratos comparados con Sánchez, pero quizás los recursos disponibles no den para tanto. Para evitar verse atrapado en una enésima falsedad, a la manipulación de las palabras, añade la elusión del tiempo y empieza a hablarse del metafuturo.

Al dr. Sánchez, trasunto del «Supremo», le siguen fielmente, con lealtad inquebrantable, cuantos comparten con él su defensa de la manutención. Ya se demostró en la pasada «estación». Sin embargo hay elementos económicos, políticos y sociales que han cambiado de forma muy sensible, dentro y fuera de nuestro país. La situación de la Hacienda española y de la economía no garantizan la posibilidad de gasto, contraído por Sánchez en sus múltiples compromisos. El recurso a la Deuda pública es menor y mucho más oneroso que hasta ahora. Resultará muy complicado atender a las exigencias de todos sus «aliados», cuando la Unión Europea advierte que 2024 será un año fiscal con desafíos muy graves para España.

Desde hace unas semanas la mayoría de los españoles han agotado su tolerancia, ante la falsificación con la que el discurso de Sánchez oculta toda expresión de realidad. La movilización social debe tener una respuesta acorde al cumplimiento de la Constitución, de la solidaridad y de la igualdad, según se viene repitiendo. Ya es hora de reabrir la puerta al entendimiento y la concordia. Paz y piedad hoy para no tener que pedir perdón mañana. El ropaje del embuste, aún amplificado con la propaganda, deja al aire la impudicia que pretende encubrir. Todo tiene su límite y más allá se abre un círculo vicioso, difícil de contener: menor credibilidad, mayor oposición, más represión, más autocracia, … La democracia y la libertad son las primeras víctimas de este modelo. Los eufemismos y el lenguaje vaciado dejan de ser operativos. A partir de ahí termina el sanchismo, de modo más o menos abrupto, con mayor o menor violencia.

El balance del sanchismo, desde 2018 a hoy, desafía a los peores años de nuestra historia. Construido sobre la división, alimentando la confrontación radical, ha hecho asomar el odio entre muchos españoles. Esta es su peor herencia. Hay que pensar el postsanchismo a la búsqueda del diálogo; romper muros, cordones «pseudosanitarios» y cualquier barrera, tender puentes, abandonar la manipulación como sistema, para poder recuperar la ilusión, la confianza en nosotros, mirando más a nuestras posibilidades que a las «mesiánicas» ayudas exteriores.

No será fácil, pero en la Argentina caótica y corrupta, de población apesebrada durante tanto tiempo, un «loco» hablando de libertad y de esfuerzo, de responsabilidad, de confianza en los individuos, ha conmovido los cimientos de la degradación y la opresión institucional. ¿Fracasará? ¿Será un enésimo bluff? No lo sabemos todavía, pero hoy el mundo mira a Argentina de otra forma. Veremos.

Artículo publicado en el diario La Razón de España

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