Nos resulta extraña la posibilidad de “pensar con el corazón”, pero si lo consideramos bien, son muchos los momentos en que el corazón parece ampliar a la razón, induciéndola a reconocer que ciertas cosas se comprenden mejor “amándolas”. No se trata de que los sentimientos desborden nuestra razón, impidiéndole “pensar”. La expresión sugiere, más bien, que por la mediación del corazón, la inteligencia puede atreverse a leer los acontecimientos de un modo diverso al de la razón discursiva. Según esta intuición, la posibilidad de “pensar con el corazón” está sujeta a nuestra capacidad de amar, a nuestra apertura a las miles de circunstancias con que pueda sorprendernos la realidad, sobre todo cuando contrastan con nuestros esquemas lógicos de comprender las cosas. La hermosa metáfora “corazón pensante” llamó mi atención al instante, mientras leía un artículo sobre Etty Hillesum, una muchacha judía que muere, a los 29 años, en Auschwitz, tras recorrer un profundo camino de transformación interior y continuo diálogo con Dios.
Pensar con el corazón no significa, para ella, que una facultad deba anular a la otra, sobreponiéndose en una aparente superioridad. Esta posibilidad, por el contrario, supone un equilibrio de las partes, pero también una capacidad de ensanchar la razón para afrontar y comprender lo difícil de la vida: una “comprensión” que será, desde esta perspectiva, particular, especial, pues exige trascender nuestros modos ordinarios de entender la realidad, para disponernos a amar lo que la lógica humana nos llevaría a odiar o rechazar. Estas palabras que medita y escribe en medio de un campo de concentración pueden iluminar lo que digo: “Cuando por las noches, yacía ahí, tumbada en mi catre de campaña, entre mujeres y muchachas que roncaban suavemente, que soñaban en voz alta y que lloraban en silencio y daban vueltas, mujeres que de día afirmaban a menudo: «no queremos pensar», «no queremos sentir nada, si no, nos volvemos locas», entonces yo sentía una ternura infinita. Estaba despierta y dejaba pasar por mi mente los acontecimientos, aquellas impresiones que eran excesivas en un día demasiado largo, y pensaba: «Permíteme ser el corazón pensante de este barracón». Quiero serlo de nuevo. Me gustaría ser el corazón pensante de un campo de trabajo entero».
Es probable que la experiencia de “pensar con el corazón” se desarrolle con el tiempo, con el continuo enfrentamiento a múltiples situaciones, sobre todo, quizás, dolorosas, pues es allí cuando más constatamos que “no queremos pensar”, que “no queremos sentir”, porque si lo hacemos, nos volveríamos “locos”, como referían esas mujeres en el campo. Etty Hillesum, con una frescura asombrosa, se atreve a pensar por ellas, pero “con el corazón”, pues intuyó bien que pensar con una lógica “racional”, que buscase las razones de aquel horror, resultaba en un esfuerzo innecesario, agobiante y sin sentido, pues ¿qué explicación podría haber encontrado? Hay momentos en que no existe una respuesta satisfactoria porque lo que ocurre, aquello que podríamos estar enfrentando, no puede comprenderse desde los parámetros de una lógica de evidencias. Ciertas situaciones, más que razonarlas, hay que perdonarlas y amarlas. Y para ello hay que pensar con la lógica del corazón, pues la otra posibilidad es odiar, fomentar el resentimiento o negarse a pensar y a sentir, es decir, bloquearse interiormente, lo cual puede ser comprensible, pero no redunda en un beneficio que pueda madurarnos.
Ahora bien, ¿cómo se piensa con el corazón? En el fragmento citado, Etty Hillesum lo refiere con claridad: “(…) dejaba pasar por mi mente los acontecimientos, aquellas impresiones que eran excesivas en un día demasiado largo (…)”. No dice que “razonaba”, que “discernía las causas” del drama que vivían. Buscaba comprender, sí, pero con una inteligencia reposada: “dejando pasar” por su mentelo que sucedía. Acota que las impresiones eran “excesivas” y los días “demasiado largos”, pues cuando el dolor es muy intenso, los segundos son eternos. Y cuando el horror que se experimenta perturba nuestra humanidad,por la extrema maldad que se sufre, todo se torna inentendible.Por eso, ¿cómo “comprender” de algún otro modo que no sea con el corazón? Mejor que “no pensar” y “no sentir” es lograr “pensar amando”, algo sin duda alguna difícil. Se trata de un actuar consciente, noble y admirable, pero que transforma interiormente y eleva a un nivel de calidad humana insospechado. Al “dejar pasar” por su mente los acontecimientos, esta muchacha los consideraba, los contemplaba, procurando tocar con su ternura tanto dolor humano. No quiso dejar de pensar ni de sentir porque hacerlo habría implicado negar su humanidad. Buscó una manera novedosa de superar tanta irracionalidad y lo logró. Contemplaría las situaciones e impresiones que procuraría amar, pues sólo un corazón pensante puede sobrellevar, sin dejarse anular, el excesivo sufrimiento, la locura de una guerra o de tantas situaciones injustas que lindan con la irracionalidad. “Llegado un punto –dice- ya no se puede hacer más, salvo estar y aceptar”. Se puede odiar y dejar crecer la sed de venganza, claro está, pero más que dejarse carcomer por el mal, es preferible superarlo. Y esto se logra perdonando, amando. Ese “estar”, como sugiere, no implica pasividad alguna, pues no invita a eludir el pensar y el sentir; “estar y aceptar” supone, por el contrario, un control intencional sobre las emociones, sobre las pasiones, para esforzarse en tornar el natural odio en amor. Implica responder al mal con el bien: “Sé que quien odia tiene fundados motivos para hacerlo ¿Pero por qué tenemos que escoger siempre el camino más fácil?”.
De algún modo indica el camino: abrirse a lo que acontece. Se lee así: “Si empezamos a aceptar, ¿no debemos entonces aceptarlo todo?”. Invita a “una apertura cada vez mayor a la realidad”, como señala Davide Perillo en su artículo “El corazón pensante del Lager” (Revista Huellas, enero 2014). Y para ello aconseja ceñirse a la experiencia, a lo más concreto y sencillo de la vida cotidiana, pues “esta es la única realidad que no se puede anular con discusiones. Las imágenes pueden ser ensuciadas y destruidas”, pero no así lo que sucede. De este modo, más que razonar acerca de situaciones que difícilmente tienen explicación, esta muchacha profunda sugiere interpretar los sucesos desde un corazón pensante; desde una inteligencia que, ante la experiencia del mal, exhorta al corazón a practicar el bien.
Lograr una disposición así es posible si hay apertura a la trascendencia: si la vida misma se asume como un don que más que explicarse, se agradece.No es sólo ante el dolor como puede activarse un corazón pensante. Es también ante toda situación con que la vida pueda sonreírnos. ¿Qué explicación necesitaríamos para acoger la ternura de un niño o el milagro de un recién nacido? Quizás el dolor se necesite para iluminar la cotidianidad: para valorarla en su justa medida.
Dos días antes de morir, esta muchacha escribe: “El cielo está lleno de pájaros (…) el sol resplandece sobre mi rostro, y ante nuestros ojos sucede una matanza; es todo tan incomprensible. Pero estoy bien”.
Tanta nobleza y profundidad sólo es posible si se piensa con el corazón.