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Pensando en la otra rivera

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“Apenas nos pusimos en dos pies, y nos vimos en la sombra de la hoguera, escuchamos la voz del desafío, siempre miramos el río pensando en la otra rivera”. (“En movimiento”. Jorge Drexler).

Estos días de asueto que propicia el verano dan para mucho pensar. Es cierto que pensar es como respirar, lo hacemos constantemente, queramos o no. Es algo maquinal, inherente al ser humano. Es verdad que muchas veces no somos ni siquiera conscientes de que lo estamos haciendo. Hay una situación, escalofriante, que me ocurre a menudo, en esas ocasiones en que la mirada se va de viaje y la cabeza detrás, y mi mujer me pregunta “¿en qué estás pensando?”.

Sin lugar a dudas, es una pregunta trampa. Sobre todo porque si le dices que en nada, indudablemente va a pensar que estas pensando en algo que no puedes confesarle, cuando la realidad es que ni yo mismo sé en que estaba pensando en ese momento. Esa pregunta suena como el despertador a las 7:00 de la mañana, cuando estás en el mejor de los sueños, sacándote de tu ensoñación y depositándote, violentamente, en el suelo.

Y es verdad que pensar mucho no es bueno, sobre todo, si como yo, eres un exoptimista. Dicen, los que de verdad piensan, que no existen los exalcohólicos o los extoxicómanos, en lo cual yo estoy totalmente de acuerdo; sin embargo, y lo digo por experiencia propia, si existen los exoptimistas. Por este motivo, cuando me paro a pensar, se me nota en el semblante. Se me pone una cara como de chino con fatiga que es claramente identificable. Mi amigo Alfredo Urdaci lo describe muy bien cuando dice que voy por la vida con cara de malas pulgas. Por eso, cuando voy solo por la calle, no se me acercan los pedigüeños ni estos tipos y tipas, tan usuales en Madrid, que quieren que te alistes en los bomberos sin fronteras o que adoptes un perrito. Deben pensar que, en lugar de las respuestas que buscan, se van a llevar un par de ostias. Según el día, no se equivocan mucho.

Y es que el pensamiento está bien, cuando se refiere a tratar de que tu vida sea lo menos caótica posible, pero por otro lado, además de importantes dolores de cabeza, genera no pocos errores y origina no pocos problemas. Yo, por ejemplo, cuando estoy aquí en la playa, siempre pienso que deberíamos dejar nuestra vida actual en Madrid y venirnos aquí a montar un chiringuito, o un alquiler de tablas de surf; la vida en chanclas, en definitiva. El problema es que conozco no pocos casos de gente que se ha decidido a hacerlo, pero ninguno que no se haya arrepentido después y haya vuelto al redil con el rabo entre las piernas. Debe de ser que estar en la playa de vacaciones no es lo mismo que estar en la playa trabajando para otros cuantos seres humanos, que sí están de vacaciones.

Y es esta tendencia, muy habitual, de querer estar siempre en una situación diferente a la tuya, por más que los demás te consideren un privilegiado y además estén en lo cierto, la que ha movido al ser humano a desear siempre lo que tiene el otro, aunque que sea menos, y más precario, en la mayoría de ocasiones, que lo que tienes tú. Como dice el ínclito Drexler, siempre miramos el río pensando en la otra rivera. El clásico comentario de “lo mejor es no tener nada. Así te ahorras problemas”, cuando el problema, en realidad, es no tenerlo. Ese “si a mí me toca la lotería, no sabría qué hacer con el dinero”. No te preocupes, dámelo a mí, que yo sí sé qué hacer. Tu contento y yo también.

De todo esto, para ser honesto, solo me atormenta una cosa, y es pensar si, en el fondo, esto puede llamarse envidia. Sí, siempre relacionamos la envidia con desear aquello a lo que no podemos alcanzar, normalmente desde un punto de vista material, pero bien podríamos envidiar la libertad del que no tiene nada que defender. Ya lo decía Serrat en su canción “A usted”. “No le gustaría ser capaz de renunciar a todas sus pertenencias, y ganar la libertad y el tiempo que pierde en defenderlas”. Y me preocupa esto de la envidia porque, si bien hay pecados capitales que me empeño en practicar y además con denuedo, hay otros, particularmente la envidia y la soberbia contra los que tengo algo personal.

Así pues, no envidiarás a tu vecino de enfrente, debería ser una máxima, que no significa que no ansíes una posición mejor, pero nunca por imitación, nunca por superar al de enfrente.

Dice uno de mis columnistas favoritos que el escritor no debe escribir pensando en superar a otros autores; debe escribir con el fin de superarse a sí mismo. Puede que esto pueda extrapolarse a cualquier aspecto de la vida y que lo lícito sea querer ir a mejor, signifique esto lo que cada uno quiera interpretar, pero tratando de no reflejarte en el espejo de nadie. Como decía Jorge Luis Borges “hay que matar a tus ídolos”, si quieres crecer sin arrastrar el peso de intentar alcanzar a alguien que, quizá, no está a tu alcance o que, por otro lado, no merece tu atención, ni tu admiración.

En cualquier caso, si puedo elegir, me quedo con esta filosofía sabinera, como tantas veces.

“Pero si me dan a elegir, entre todas las vidas yo escojo la del pirata cojo, con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo. El viejo truhán, capitán, de un barco que tuviera por bandera un par de tibias y una calavera”. (“La del pirata cojo”. Joaquín Sabina).

Ron, ron, ron, la botella de ron…

@julioml1970

 

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