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Pensando en la Muerte

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Nunca había sentido la Muerte cerca. Pero ahora la siento respirando sobre mi cuello. Como si al voltearme la fuera a encontrar allí, esperándome.

Nunca había sentido la Muerte cerca. Pero ahora está llevándose a gente cercana y querida. Y no es una, ni dos. Son muchas. Cada vez que me dicen que alguien está enfermo, tiemblo.

Nunca había sentido la Muerte cerca. Pero ahora se enseñorea, demostrándonos que está cerca, que es la dueña de nosotros, que es la gran Igualadora.

Mi papá sintió su muerte. No sé si yo esté sintiendo la mía. Él falleció en un accidente de tránsito. Un mes antes, estaba recostado en su cama, después de almorzar. La ventana de su lado tenía vista hacia una frondosa mata de mango. “La Muerte está en la mata de mango”, le dijo a mi mamá. Mi mamá se quejó de que no le gustaba que dijera esas cosas. “No te preocupes”, le respondió él. “No está viendo para acá”. A los tres días, falleció un tío abuelo mío que vivía al lado.

Tres semanas antes, volvió a decir: “La Muerte está en la mata de mango, y esta vez sí está viendo para acá”. No puedo explicar qué vio o qué sintió. Pero sí puedo decir que siento esa presencia rondándome.

No sé si presiento la muerte, como mi papá, o estoy como mi abuela y mis tías abuelas, que todos los años, el 31 de diciembre, lloraban a moco tendido, porque el próximo sería su último año… y durante muchos años estuvieron allí para celebrar el siguiente.

Sin embargo, hablando de la muerte cercana, me he preguntado qué haría o qué dejaría de hacer yo, si tuviera la certeza de que me voy a morir. Pienso que, apartando el querer ir a ver a mis dos hijas que no viven aquí, no haría nada distinto o especial de lo que hago ahora.

En esta cuarentena he descubierto que tengo muchas más cosas de las que necesito. He aprendido que lo que me hace feliz no es tener un clóset lleno de ropa, como antes, sino admirar y agradecer el trabajo de quienes la diseñaron y confeccionaron. Que no hay nada que me moleste más que unos tacones, y nada más delicioso que unos zapatos chatos.

He descubierto también que la felicidad no es tener una casa con obras de arte por tenerlas, sino disfrutarlas y admirarlas como obras del genio creador del ser humano. No es tener comida, sino con quién como. El ritual de la mesa como alimento del espíritu, como me enseñaron cuando era niña. Ahora tengo tiempo de almorzar y cenar en casa y lo agradezco.

Me hace feliz levantarme y ver el Ávila, cada día igual y cada día distinto.  Me hace feliz saber que estoy ayudando a quienes puedo. Me hace feliz sentirme útil. Me hace feliz escribir, leer, pensar…

Me hace feliz saber que he resuelto conflictos y los que no, no ha sido porque no haya buscado resolverlos. He pedido disculpas. He pedido perdón. Las deslealtades las he obviado, pero estoy en guardia.

A mis seres queridos les he demostrado todo lo que los amo. También se los he dicho.

Tengo mis sentidos en acto: me maravillo con lo que veo, con lo que escucho, con lo que huelo, con lo que pruebo. Disfruto más que nunca los abrazos, las caricias y los besos.

Si me voy a ir, lo haré en paz conmigo misma. He sido inmensamente feliz, me he reído a carcajadas miles de veces, me he divertido, he conocido, he viajado. Tengo las mejores hijas que alguien pueda tener. Y sí, he sufrido, como todos, pero las alegrías han sido mucho mayores que los sufrimientos. Puedo decir, como Violeta Parra, “gracias a la vida, que me ha dado tanto”.

Si me voy, solo llevaré una preocupación a cuestas: Venezuela. Y si el más allá existe y uno puede tener contacto con este más acá, les aseguro que seguiré trabajando porque retorne la democracia, que haya libertad y, sobre todo, justicia.

Nunca había sentido la Muerte cerca. Pero ahora la siento respirando sobre mi cuello. Como si al voltearme, la fuera a encontrar allí, esperándome.

@cjaimesb

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