Tanto el régimen como aquellos sectores que dentro de la oposición creyeron que el liderazgo de Guaidó fenecía se quedaron con los crespos hechos porque el 16 de noviembre, contra el más que pronóstico, profundo deseo de muchos opositores de  verla fracasada, la marcha convocada por el presidente interino se realizó con éxito después de superar una campaña de intimidación de más de un mes en la que el régimen amenazó con cárcel al que asistiera, cerró todos los puntos de acceso, militarizó el país, secuestró todos los medios de comunicación impidiendo la más mínima cobertura del acto, todo ello soltando a la calle los colectivos de la violencia para amedrentar y, querido lector, sorpréndase, factores que se dicen ser de la oposición, criticando la convocatoria y sembrando peñascos en el camino.

Cuando se leen y se escuchan las arremetidas contra Guaidó, que es, digámoslo de una vez, si no el único, el líder de la oposición que más despierta alguna esperanza en la gente, se desata una corriente de indignación, porque nadie en su sano juicio puede entender que sectores de la oposición pidan su cabeza por algunos errores cometidos, como si quienes lo señalan no hubiesen cometido ninguno; nadie puede entender que sectores de la misma oposición insistan en el intento malsano de sembrarle dudas a su liderazgo solo porque el de ellos está vencido; tampoco se pueden entender los juicios negativos que a priori reciben el anuncio de sus actuaciones y mucho menos cuando sus predicciones y malos augurios los hacen a dúo con los voceros del régimen, y nadie, absolutamente nadie, puede entender que estos sectores no se hayan dado cuenta de que con sus acciones no solo están dañando a Guaidó, sino a toda la oposición, incluidos, claro está, ellos mismos.

Cuando oigo, o leo, a una legión de insensatos acusar de vendidos, tarifados y en el mejor de los casos de colaboracionistas, a quienes están a la vista de todos nosotros,  en suelo patrio, cuando no en el exilio, trabajando y exponiendo sus vidas contra los abusos de un régimen dispuesto a acabar con sus vidas como lo demuestran los expedientes que reposan en la ONU, siento algo muy parecido a la decepción y el  desprecio, porque en ese comportamiento decepcionante y despreciable hay mucho de cobardía.

Lo que correspondería, si es que esos grupos tuviesen una honesta convicción a la hora de actuar y defender su posición, no es entrar en el insulto y las descalificaciones, sino armarse del coraje necesario para salir a la calle y a plena luz del día dar su lucha, exponer las razones de sus disensos con sólidos argumentos, convocar al pueblo para que los escuche, e invitarlo, si es que el pueblo está de acuerdo, a ponerse de su lado para dar la pelea. Esa es, querido lector, la actitud propia de quienes tienen mensajes y metas claras y creen en la democracia. Pero eso no es posible hacerlo escondido detrás de un discurso etéreo, una cortina sin transparencia, o en una tertulia saboreando un café, sin más argumento que el insulto y la histeria que les provoca su propia impotencia. Para eso hay que tener un verdadero liderazgo capaz de convencernos con argumentos contundentes y acciones ejemplares, dos atributos difíciles de encontrar en grupos que prefieren el saboteo y la maledicencia, a exponerse a un debate constructivo.

Lo que no puede ser es que sigan en estos momentos lanzando consignas vacías utilizando siempre el dedo acusador sin aportar ni pruebas ni  soluciones. De  esa manera solo pueden conectar con ese público anónimo, mediocre, inmediatista, amigo de las banalizaciones, que perturba el buen uso de las redes sociales, haciendo del falso rumor una doctrina  porque, lastimosamente, carecen del coraje para salir a la calle a dar la pelea.

No sé si cuando la arremeten contra los que tienen veinte años en esta lucha se dan cuenta de que se han convertido en aliados de ese gobierno que ellos mismos quieren ver fuera del poder, pero sentados en las poltronas de sus casas, con su televisor encendido, bebiéndose un trago mientras otros hacen el trabajo y entonces forzosamente se llega a la conclusión de que, después de todo, nunca han visto ni sentido cuando el dedo acusador de sus conciencias apunta sobre ellos.

Tenemos veinte años en una lucha que cada día es más desigual de lo que siempre es una lucha contra un poder totalitario, gracias a la existencia de esos grupos que han hecho de la negación sistemática un dogma. Viven de eso, se quieren mostrar como vengadores implacables, cuando la verdad es que se esconden en esa patina de inconformidad extrema, para ocultar su falta de coraje, teniendo como resultado final  que, voluntariamente o no, terminan siendo colaboracionista y en algunos casos mercenarios, porque a los ojos del crítico menos severo, ver la destrucción de unos, a manos de quienes tendría que ser sus aliados, es un acto en ocasiones mercenario, porque en la mejor de las interpretaciones, sus conductas reciben la eterna gratitud de ese régimen que dicen combatir.

Ya está bueno de descalificaciones, de maniqueísmo, de jugar con la verdad, de convertirla en un mal chiste, en un pretexto para demoler al otro, descalificar al que trabaja y a diario da la cara en  la lucha por la democracia con las pocas armas que tiene y en un escenario de alto riesgo.

Ya basta de la condena a priori cada vez que el interinato tome o proponga una decisión destinada a resolver la crisis. Ya basta de los juicios condenatorios a priori  cada vez que la oposición que está en el centro de la escena toma las decisiones que el momento político juzgue conveniente.

Ya basta de señalar con el dedo acusador al presidente Interino, por culpas que no tiene, porque no es culpa suya que los marines no hayan llegado como quieren algunos, ni que el TIAR se encuentre detenido en la sede que debe autorizarlo, ni que la parte decente que debe haber en las Fuerzas Armadas, controlada como está por el G2 cubano, pueda manifestarse sin que reciban todo el peso de una brutal represión,  ni que la comunidad internacional que lo apoya, haya planteado como único y mejor camino para la solución de la crisis unas elecciones libres y confiables. Ya basta también, por siniestras, de las consignas que pretenden acabar con la fortaleza del voto, única arma con la que contamos y estamos obligados a ejercer cada vez que se nos presente la oportunidad.

No compartimos el principio de la abstención pero, si llegado el caso, aun los defensores del voto, como quien esto escribe, llegamos a la conclusión de que esa vía es realmente intransitable por los abusos de poder, entonces que los comandantes del abstencionismo nos digan cuál es la ruta después de la catástrofe que significaría abstenerse y dejar a este régimen con todos los poderes en la mano.

Es recomendable que todos los factores que hacen vida en la oposición discutan a fondo cómo enfrentar el grave problema de la elección parlamentaria, por demás obligatoria, que según el vocero mayor del PSUV se celebrará en cualquier momento después de las fiestas navideñas.

Entendamos de una vez por todas que la situación es cada día más grave y que el lenguaje del descrédito permanente, despierta una gran desconfianza en buena parte del pueblo, lo que hace que esta lucha se esté convirtiendo en una misión imposible…y les aseguro que no es por culpa de Guaidó, a cuya actuación dedicaré mi próximo artículo.

 

 

 

 


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