Las historias sencillas, los cuentos cortos suelen ser usados para transmitir de manera natural y clara alguna enseñanza que discurre sobre un asunto vinculado con la ilustración de las buenas costumbres y también permite esclarecer simbólicamente situaciones que por complejas no son interpretadas a veces de manera inmediata.
Entre esas narraciones, evoco una, que me contó una vez el padre Indio (así lo llamábamos), fray Cesáreo de Armellada, y que la voy a reinventar a medida que escriba. Fray Cesáreo, cuando salía de la Escuela de Comunicación Social de dar clases, pasaba por Filosofía a visitarme y revisar si un cuadrito de un búho, símbolo de la sabiduría, que me había regalado, seguía colgado en la entrada de la Escuela. Eran conversaciones muy agradables que he guardado entre los mejores recuerdos de aquellos años.
El entorno del cuento se sitúa, como casi siempre en una selva, muy hermosa y constituye un refugio para una extraordinaria diversidad de fauna y flora, esa biodiversidad a la que todos aspiramos que tenga un país.
Al adentrarse en sus senderos, es posible divisar caídas de agua de ensueño, montañas que son más bien altiplanicies. La gama de mamíferos es colosal, hay monos pequeños, pero también están los jaguares, los pumas, los leones. Ni qué decir de las aves. Encontramos reptiles, anfibios, peces, ¡hasta el caribito (piraña)! Es una región con tanta agua que está considerada como una de las mayores reservas hidráulicas del planeta. Como si fuera poco, tiene bajo sus suelos una riqueza impresionante de minerales, oro, hierro, magnesio, cuarzo, coltán y otros más, cuyos nombres no recuerdo (y el padre Indio nunca se los sabía). También hay seres humanos, dueños originarios de esa obra excelsa de Dios: Pumé, Kariña, Arawak, Piaroa, Warao, Pemón, Yanomamö y varios más.
En esa réplica del Paraíso Terrenal, un día aparecieron varios peligros. Lo más triste es que son acciones producidas por el propio ser humano: tala indiscriminada, una horrorosa contaminación, incendios intencionales que comenzaron a producir pérdida de la bella biodiversidad. Pero, lo peor ha sido la minería ilegal que trajo como consecuencia inmediata un ecocidio de secuelas devastadoras. La extracción del metal que ha sido considerado por los pueblos originarios como la representación del sol en la Tierra, devino en una destrucción del bosque. Las comunidades originarias fueron sometidas a todo tipo de vejaciones, incluyendo el trabajo esclavo y el infantil, así como la prostitución y obligados a contrabandear el oro.
Los animales, siempre ellos, reunidos en medio de su hábitat, delegaron en el rey, el león, la difícil tarea de buscar ayuda para salvar la selva. Con su legendaria heroicidad, corrió buscando llegar a lo más alto de una montaña para rugir y pedir ayuda. En su travesía sufrió todo tipo de percances, se dobló una pata, fue atacado por los invasores, le dispararon, pero no fue herido gravemente, una de sus orejas le quedó gacha, un ojo con un parche, perdió lustre de su hermosa melena, que casi se le cae completa, pero ¡llegó a la cima!
Al hacerlo y tomar un respiro, vio a su lado a una larga serpiente, sana, sin un solo rasguño y le preguntó: «¿Cómo has llegado aquí sin tener un solo arañazo?». Y la serpiente le respondió vanagloriándose: «Arrastrándome». «Así es, reptando», le dijo el león con un rugido lleno de desprecio.
El león sabía que una picada de ella le podía costar la vida en solo minutos; y de pronto, apareció una zarigüeya, inmune al veneno de las serpientes, y retó al reptil a pelear. Además, empezaron a llegar varios mamíferos y aves que la hicieron huir. La propia diversidad les permitió salir airosos del peligro.
El león, junto a sus compañeros de lucha, lograron pedir ayuda a sus congéneres. Se unieron, a pesar de sus fuertes diferencias, y entre todos están luchando para rescatar la zona. Sin embargo, saben muy bien que hay muchos reptiles que los rodean y los infiltran.
Hoy, al pensar en el padre Indio, de cuya amistad disfruté y de quien aprendí mucho, recordar que estudió Periodismo cuando ya tenía algunos añitos y que vivió su vida de manera ejemplar, que sus narraciones estaban llenas de amor por Venezuela, he querido establecer una semejanza con mi relato inventado, no sé si con tino, para mostrar que así como Pemón de Emasensen Tuari, «el pobre corresenderos», pseudónimo de fray Cesáreo, rescató al pueblo Pemón y su lengua, nosotros, unidos podemos no solo rescatar al macizo guayanés, sino levantar de nuevo a Venezuela.
@yorisvillasana
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