Joe Biden había expresado en términos inequívocos lo que consideraba indispensable para ser invitados a Los Ángeles: restitución de instituciones democráticas, elecciones libres y justas y respeto por los derechos humanos. Para Nicolás Maduro, quedarse por fuera ―como la guayabera― fue difícil de asimilar y de nada sirvió que Juan Guaidó tampoco fuera invitado a la largamente perifoneada Cumbre de las Américas. De alguna manera era necesario responder a la “descolocada” decisión de Washington de excluir del magno encuentro a las dictaduras continentales.
Y así fue como en los círculos cercanos a Nicolás Maduro se cocinó la posibilidad de hacer de esta ocasión el momento ideal para posicionarse internacionalmente y devolverle el desaire a Uncle Sam. El resultado ha sido un movimiento de política internacional que ubica al país venezolano del lado equivocado de las alianzas, en el cuarto de hora más difícil de la dinámica internacional en lo que va de este siglo y en medio de una crisis económica planetaria de imprevisible curso.
Maduro ha tenido el gesto atrabiliario de tomar sus bártulos y viajar a avanzar solidaridades muy inconvenientes para Venezuela con gobiernos de países enfrentados con Estados Unidos, justamente en los momentos en que intenta posicionarse como un lugar válido para las inversiones de terceros países; en que está queriendo transmitir un mensaje de ortodoxia a los mercados internacionales sobre las bondades de esta nación latinoamericana como socio comercial; y en el instante en que considera que el país está de nuevo en la palestra mundial por manejar importantes reservas de crudos y gas que puede usar como barajitas de negociación, para de nuevo convertirse en un jugador de talla en el mercado de los hidrocarburos. Equivocado movimiento diplomático de cuya trascendencia parece no darse cuenta el régimen dentro de su obcecado afán de adversar a la primera potencia mundial.
A nadie se le escapa de cuál lado se ubican los gobiernos de Turquía, de Argelia y de Irán dentro de la coyuntura actual provocada por la criminal invasión de Rusia a Ucrania. Turquía es conocido como el aliado pro Putin dentro de la OTAN. Erdogan, en esta difícil hora, ha fungido de elemento ponzoñoso dentro de la sociedad turca, avivando el sentimiento antioccidental, sobre todo el antiamericanismo.
Argel, a instancias de Rusia, acaba de anunciar medidas de veto al comercio en contra de España, nuestro mejor y más activo socio dentro de la Unión Europea. Es más que claro que Argelia es el primer cliente de la industria armamentista rusa en África y el tercero en el mundo, lo que le hace mantener con Moscú relaciones especiales al punto de haberse abstenido en la votación de la ONU sobre el conflicto bélico de Ucrania. El dardo no estaba dirigido solo a España sino a los 27.
Tampoco es posible ignorar el posicionamiento del fundamentalista presidente de Irán Ebrahim Raisi, quien desde el mes de marzo no vaciló en efectuar una defensa apasionada y absoluta de la invasión rusa a Ucrania, a pesar del huracán social que este posicionamiento ha desatado al interior de su país por las posiciones divergentes que ambos países sostienen en materia nuclear.
Así, pues, Nicolás Maduro, sin pensar dos veces en las negativas consecuencias que ello puede tener para su propio proyecto de validación democrática y de relanzamiento económico con vista a las elecciones de 2024, escoge un momento delicado de la estructuración de alianzas mundiales y se muestra solidario con quienes tampoco calibran de manera correcta la paz mundial. ¿Adónde quedan sus aparentemente correctos proyectos de privatización de empresas públicas, la devolución de Agroisleña y otras nacionalizadas, la supuesta ortodoxia económica y comercial, la apertura a nuevas inversiones petroleras que intenta poner en práctica al lado de estas demostraciones de solidaridades a todas luces destempladas?
El viaje presidencial ocurre dentro del contexto de la “Diplomacia de la Paz” que la Casa Amarilla revolucionaria está blandiendo como estandarte. ¡Menuda incongruencia!
Está visto que el régimen bolivariano no tiene claro su propio norte y practica un chauvinismo desconcertante a la vista de los suyos y del planeta entero.
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