Una vez que concluya el trágico episodio de la pandemia del coronavirus, ¿adónde irán a parar las ansias chinas de construir un nuevo orden internacional en el que el rumbo y el ritmo se establezcan desde Pekín?
Nadie duda de que la economía del coloso asiático saldrá muy resentida de este capítulo sanitario y de salud pública, que aún no dominan totalmente pero que les ha permitido de nuevo alzarse como como líderes de sus vecinos asiáticos, a través de un tratamiento adecuado y temprano de la emergencia. A su rol de gendarme regional ahora viene a sumarse un éxito global evidente que otros países, no solo sus vecinos sino su rival India, han tenido que emular en cuanto a su abordaje y al combate de su voracidad.
Con asombro el mundo ha constatado cómo las muertes por contagio fueron disminuyendo en la medida en que las autoridades lograban controlar la velocidad de contaminación gracias a un secuestro progresivo y programado de sus habitantes a lo ancho de la vastísima geografía del gigante chino.
Así fue cómo ante los ojos del mundo, China, desde Pekín, consiguió demostrar que la vía para doblegar la contaminación del covid-19 era la contención de su propagación, mucho antes que abocarse al tratamiento médico o clínico de los enfermos. Ahora lo emulan en todas partes: esa ha sido la estrategia española y la francesa –la de la cuarentena– y van por buen camino. Ese está siendo el abordaje de Italia, con menos éxito por la irreverencia ciudadana y será la de todos los países que se acerquen a Pekín en busca de cooperación y de experiencia relevante. Lo estamos viendo en Venezuela donde, por las malas, conseguirán la reclusión de la población –no necesariamente la erradicación del mal por su enclenque sistema hospitalario y la inexistencia total de medicinas– después de pedir el asesoramiento de sus socios estratégicos, los chinos.
Pero estemos claros, la reclusión forzada de la ciudadanía no fue un acto de ejercicio democrático en el país asiático, muy por el contrario. Las órdenes se impartieron desde lo alto del poder y no hubo miramientos frente a los transgresores de la directriz ni con respecto a la crítica interna. La población estuvo todo el tiempo amordazada y atemorizada por las sanciones impuestas. ¡Pero resultó!
No falta hoy quien aplauda esta manera autoritaria de abordar una crisis por el resultado alcanzado que, sin duda, está a ojos vista. Así, pues, China se anotó un buen punto en cuanto a su liderazgo y su manera impositiva de reclamar la obediencia de su población. En este momento hacen algo inteligente: transmiten a su población un relato sobre la trascendental ayuda que están llevando a Italia y a España.
Estados Unidos, mientras tanto, se esfuerza por ser exitoso en el otro extremo de la cadena de contaminación, la que tiene que ver con una detección temprana de la presencia del virus a nivel de los individuos y que es lo que permitiría controlar su progresión durante la etapa silente de la enfermedad, que resulta ser la más larga y la más perniciosa.
Si los estadounidenses lo logran, las dos potencias de nuevo reproducirán esta situación de tú a tú, esa batalla por la primacía en el liderazgo mundial con la cual mantienen al planeta en vilo y en la que cada uno de los titanes considera tener la clave de la gobernanza global.