Cuando me sorprendió la infausta noticia de la muerte de Pedro Segundo Blanco, supuse lo que había sentido el cantautor argentino Alberto Cortez para llegar a escribir ese himno a la amistad que tituló “Cuando un amigo se va”. Es simplemente indescriptible el dolor, más cuando estamos limitados por esa barrera invisible del exilio, que nos separa de la tierra que nos parió y que tanto extrañamos y amamos.
Pedro Segundo fue un joven vivaz, que emergió de los sectores populares de Cumaná. Siempre lo distinguió una sensibilizad social auténtica. No era hombre de poses. Tenía una peculiar manera de expresar sus ideas, era ordenado en el uso de la palabra, trataba siempre de ser didáctico.
Pedro Segundo se abrió paso en los pasillos y aulas de la Universidad de Oriente, en donde fue un líder universitario que se ganó la confianza del estudiantado, llegando a presidir importantes posiciones en sus claustros. De esa casa de estudios egresó con el bien ganado título de sociólogo, profesión que le calzaba muy bien a su vocación de trabajador comunitario innata. Le gustaba la gente, rozarla, sentir su calor en cada abrazo. Era dicharachero, alegre y juguetón. Pero cuando escalaba la tribuna y se colocaba frente a un micrófono, saltaba de sus entrañas el joven con ideas claras, de firmes convicciones y con una capacidad dialéctica envidiable, que lo hacía lucir como inteligente entre todos.
Pedro Segundo se ganó un lugar prestigioso en el corazón de la juventud en todos los estados del país. Era un joven de combate, activo, luchador, emprendedor y audaz. Nada detenía su ímpetu: ni las limitaciones económicas, ni los arrestos de poder de sus adversarios en el terreno de la competitividad por alcanzar posiciones de conducción superior en los cuadros de la juventud que pretendía conducir.
De Pedro Segundo nos quedamos con su característica personalidad. Imposible olvidarlo, inevitable no tenerlo presente en cada una de esas anécdotas que nos lega para saber de que madera estaba hecho. Pedro Segundo era muy querido, por propios y extraños. Fue un amigo consecuente y un adversario que sabía del honor, aún en los combates más encendidos.
Comparto algunas anécdotas con ustedes. Una vez venía acompañando al ex presidente Carlos Andrés Pérez en su vehículo, después de haber participado en la reunión de todos los lunes en La Casona, entre la dirección del partido con figuras de su gobierno. Al llegar a Miraflores seguí hablándole al presidente de la figura de Pedro Segundo, como natural candidato a ocupar el cargo de secretario del Consejo de Ministros. En un momento el presidente me responde: “Pero Ledezma, ¿usted va a insistir?, ¿usted no ve que hasta feo es?”. De inmediato le riposté: “Pero presidente, no se trata de buscar a un modelo, porque si esa es la solución agarre el teléfono y llame a Osmel Sousa y le pide un candidato”. Jamás había visto al presidente Pérez reír de la manera como reaccionó a mi ocurrencia. Unos segundos después leyó su hoja de vida, comprobó que tenía méritos suficientes y llamó al ministro de la Secretaría, Celestino Armas, y ordenó su designación.
Pedro Segundo desempeñó ese cargo con brillantez y pulcritud. Tenía todas las relaciones con los encumbrados poderes del Estado. Nunca se valió de esa posición de alto rango para hacer diligencias ajenas a su trabajo institucional. Se ganó el aprecio y el respeto de todos los ministros. De eso pudiera hablar con detalles el ex ministro Miguel Rodríguez, con quien forjó una gran amistad gracias a su capacidad de trabajo. Pero también a su probado coraje, puesto de manifiesto durante las horas en que el Palacio de Miraflores era atacado por los insurrectos, el 27 de noviembre de 1992. Allí estaba Pedro Segundo, junto con varios ministros, defendiendo la democracia al lado de Carlos Andrés Pérez.
Esta demás explicar por qué el vacío que nos deja Pedro segundo será imposible llenarlo. Solo podremos consolarnos haciendo presente sus vivencias, su coloquial manera de abordar temas álgidos para ayudar a lograr la distensión de las pasiones.
Junto a mi adorada Mitzy, lo lloramos con pesar, con un dolor que nos abre un abismo en nuestro pecho, pero con la satisfacción de sabernos entre sus seres queridos, mientras Dios nos permitió disfrutarlo en esta tierra.
Para su leal esposa Eglis, una joven oriental que lo deslumbró desde que la vio por primera vez. Nos consta del amor que se profesaron entre sí. Nuestras bendiciones a sus hijos, muy especialmente a nuestro ahijado Pedrito, quien comparte con sus hermanos la mejor herencia que puede dejarle un padre abnegado, como Pedro Segundo: su honestidad y su vida resplandeciente por los principios que supo honrar a plenitud.