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Pedro el Grande, San Petersburgo, Catalina la Grande y el Museo del Hermitage (Parte II)

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San Petersburgo ha sido llamada la Venecia del Norte, la Palmira del Norte y la capital cultural de Rusia. Desde su construcción fue nombrada de diferentes maneras, se le llamó Píter justo después de su fundación; el nombre de Palmira del Norte originalmente nació como un presente para Catalina II, haciéndose popular y se sigue usando hasta el día de hoy. Fue nombrada también Petropol, versión griega. El primer cambio de nombre estatal de San Petersburgo ocurrió luego de la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial; en 1914, por orden del emperador, la ciudad se rebautizó y pasó a ser Petrogrado. A la muerte de Lenin, en 1924, se le renombró Leningrado, denominación que perduró hasta 1991, año de la desintegración de la Unión Soviética y formación de los nuevos Estados. San Petersburgo recuperó su nombre histórico por decisión de la mayoría (54%) de la población en un referéndum.

Ubicada en el noroeste del país, justamente en la costa del mar Báltico, San Petersburgo siempre ha significado un lugar estratégico para Rusia. Fundada el 27 de mayo de 1703, cuando Pedro I el Grande se apoderó de la salida al mar de Suecia, fortificó la presencia del país en esa zona y así consiguió su tan ansiada “ventana a Europa”. Para concretar su sueño, el zar atrajo a una generación de hombres que lo acompañaron en todo lo que emprendió para construir la ciudad.

Constituyó un fuerte desafío a la inclemencia del tiempo y creó en un pantanal envuelto en niebla a la que se convertiría en la capital cultural de Rusia. La edificación de San Petersburgo ha sido equiparada a la construcción de las pirámides egipcias por la movilización de miles de trabajadores que murieron durante la obra. Ha sufrido, a lo largo de sus trescientos y tantos años de existencia, un gran cúmulo de calamidades, no solo históricas sino también naturales: tres espantosas inundaciones, 1724,1824 y 1924, casi consiguen destruir esta maravilla de ciudad; pero San Petersburgo ha resistido.

El zar tuvo varias fuentes de inspiración, una de ellas, Venecia; de ahí que sobre el río Neva no hay puentes permanentes, sino levadizos. Se abren en las noches, convirtiéndose en uno de los atractivos turísticos de la ciudad. Se separan para dar paso a los barcos de gran volumen procedentes del (o van al) Volga en dirección al golfo de Finlandia y al mar Báltico. La idea del zar era que se asemejara al Gran Canal de Venecia, como también buscaba que la ciudad se asemejase a Ámsterdam.

Entre los grandes monumentos de la ciudad destacan la Plaza del Palacio, el Palacio de Invierno y la Columna de Alejandro, el monumento a Pushkin, el edificio del Estado Mayor; la catedral de San Isaac, la catedral de Nuestra Señora de Kazán; el Almirantazgo, el cabo de la isla de Vasílievski, el Arco del triunfo de Narva. Si grandiosa es la catedral de San Isaac, con su increíble iconostasio central dividido en varios cuerpos por columnatas de malaquita y lapislázuli y cubierto de mosaicos, grandiosa es la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada, erigida en el lugar donde fue asesinado el zar Alejandro II.

Hablar de esta iglesia ortodoxa merecería un artículo aparte. Solo señalaré que tanto el exterior como el interior están cubiertos con más de 7.000 metros cuadrados de mosaicos, la mayoría con escenas bíblicas, y otros son meramente decorativos.

Las cinco cúpulas, todas diferentes, poseen resplandecientes y coloridas coberturas de cobre y esmalte. La fachada principal está ornamentada con relieves, columnas, murales, mármol, mosaicos y piedras de colores traídas de canteras de distintas partes de Rusia y del mundo. Si usted alguna vez visita a San Petersburgo, no deje de conocer esta maravilla.

Muchos de ustedes, mis consecuentes lectores, saben que Fiódor Dostoievski vivió en San Petersburgo; la ciudad abriga con honra las huellas de los sectores donde Dostoievski creó sus novelas. Algunos analistas del gran escritor señalan los lugares donde los protagonistas se mueven; muchos de esos sitios quedan en la zona comprendida entre Nevsky Prospekt (nombre ruso de la Avenida Nevsky) y la avenida Voznesensky. Otros estudiosos de su obra ven como la gran protagonista de las obras de Dostoievski a la propia ciudad, San Petersburgo. Para hablar de este aspecto me centro en un excelente escrito de Natalia Novosilzov, presentado en un congreso en la Universidad Autónoma de Barcelona (España)

Dostoievski señalaba que San Petersburgo era la ciudad “más premeditada del mundo, ciudad inventada, la más fantástica del mundo”, queriendo significar con «fantástica”: imaginaria, increíble, quimérica (son varios los sinónimos). Y «premeditada», en la acepción de preconcebida, tramada, planeada. ¿Qué trae esta caracterización como consecuencia? Para el escritor, esta creación de Pedro I, imbuida de artificialidad, abre un abismo entre el pueblo y la «inteligentsia» rusa. Aun así, Dostoievski afirma que “la reforma aporta una visión más abierta, más amplia y, en ello, precisamente, estriba la gran hazaña del zar. Corresponde a la clase culta brindarle esta riqueza a] pueblo, rindiéndose, a su vez, ante su verdad, siendo este el único camino para unir las dos partes”.

Debo señalar también que el inigualable poeta Alexander Pushkin (1799- 1837) fue quien introdujo el tema de San Petersburgo en la literatura de su país, al igual que la trama centrada en la ciudad. «El jinete de bronce» (poema), «La dama de picas» (relato) y «La casita de Kolomna» (poema) forman el conjunto conocido como el ciclo de San Petersburgo. En las dos primeras obras, Pushkin realiza dos magistrales retratos de la “Venecia del Norte”: San Petersburgo como realidad y San Petersburgo como aparición o como engaño; tales imágenes corresponden con un sentido realista, por una parte; y a una comprensión romántico-simbólica, por otra, comenta Novosilzov. «La irrealidad de San Petersburgo es la alusión a su esencia antinatural, a su génesis artificial que, para el pueblo llano, raya en lo sobrenatural o lo diabólico. No en vano perdura la creencia entre el pueblo de que el zar, creador de este ente con personalidad propia, es el mismo «anticristo»»

No puedo extenderme más en este punto; quiero resaltar que San Petersburgo destaca por sus “noches blancas” (Beliye Nochi), fenómeno atmosférico que se produce desde finales del mes de mayo hasta mediados de julio. El sol no llegar a ponerse nunca totalmente y el cielo permanece iluminado durante toda la noche; es el llamado Sol de Medianoche.

Además, la ciudad es un núcleo cultural, artístico e intelectual de Rusia. En 1724, Pedro I, el Grande, fundó la Academia Rusa de las Ciencias; ocho de los egresados de la universidad de San Petersburgo han sido galardonados con el premio Nobel. ¿Recuerdan el famosísimo Ballet Mariinski? Pues bien, su origen es la academia de baile fundada en 1738. La ciudad tuvo como residentes a ilustres compositores, entre los cuales se cuenta a Piotr Tchaikovsky, autor de obras tan inolvidables como los ballets La bella durmiente, El lago de los cisnes y Cascanueces, y su inolvidable Obertura 1812; y la incomparable Patética, última sinfonía del gran compositor quien dirigió la primera interpretación en San Petersburgo, pocos días antes de su fallecimiento.

Seguiremos, en la parte III, con el papel de Catalina II, la Grande, en la creación del Museo del Hermitage, que exhibe una de las colecciones de arte más grandiosas y significativas del planeta. Conocer la cultura de otras naciones nos permite salir del Oikos en el que nos encontramos en estos momentos; nos amplía los horizontes.

@yorisvillasana

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