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Pedro el Grande, San Petersburgo, Catalina la Grande y el Museo del Hermitage (Parte I)

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En mi último artículo en este prestigioso medio hablé sobre algunos aspectos de la cultura rusa y muchos de los lectores me enviaron mensajes pidiéndome que escribiera algo más sobre el tema. Dedicaré tres artículos a ello.

La cultura rusa es el resultado de una mixtura de tradiciones orientales, europeas y asiáticas; así tenemos una sorprendente multiplicidad de costumbres, que le brindan al que se acerque a conocer este país, a su gente, un conjunto heterogéneo de valores y bienes culturales. En pocas palabras, un verdadero crisol de culturas.

Quiero centrarme en el Museo del Hermitage y su vinculación con San Petersburgo y los zares. Pero, antes es necesario referirse a varios aspectos que están estrechamente vinculados con el surgimiento del museo. Así que los invito a realizar un breve recorrido por algunos aspectos relevantes de esa atrayente historia que nos permitirá conocer algo más del mundialmente célebre Museo del Hermitage. Al no disponer de la manera de ilustrar el artículo con imágenes, se pierde mucho del disfrute, pero pueden visitar algunas páginas de Internet donde pueden contemplar algunas de las obras a las que haré mención.

Empecemos por recordar a Pedro I, apodado el Grande; fue un miembro de la dinastía Romanov no destinado originalmente al trono, era hijo del zar Alexis y su segunda esposa Natalia. En cualquier manual de Historia de Rusia se puede leer que el zar Alexis tenía hijos de su primer matrimonio, Fiódor, Iván y Sofía; así que Pedro no formaba parte de la línea sucesoria. Cuando fallece el zar Alexis, subió al trono su hermanastro Fiódor, y Pedro quedó en el Kremlin; allí no recibió una instrucción como las que se les daba a los aspirantes al trono. Esta circunstancia le permitió a Pedro eludir las duras vigilancias de la corte y se cuenta que lograba escabullirse al llamado barrio alemán, donde vivía una parte considerable de los extranjeros; esto le permitió conocer las costumbres occidentales. Ese ámbito lo fascinó, y siguió frecuentándolo. Cultivó amistades, aprendió algunos idiomas y se familiarizó con las costumbres alemanas y de los Países Bajos. A la muerte del zar Fiódor III, y ante las visibles fragilidades tanto físicas como mentales de Iván, fue designado sucesor, no obstante, su madre Natalia actuaría como regente.

Debió luchar en contra de las conspiraciones de Sofía, a quien terminó recluyéndola en un monasterio; y en el año 1691, murió su madre, hecho que le hizo ocupar el trono definitivamente. Ante la inmensidad de un país para gobernar que no poseía salida al mar (solo contaba con la salida tenía la salida al Mar Blanco a través de la ciudad de Arjángelsk), lo primero que se planteó fue tomar la ciudad de Azov, controlada por los turcos. Así, obtendría una salida al mar del mismo nombre y, con ella, al mar Negro. Logró conquistar a Azov, pero sabía perfectamente que debía modernizar las instituciones, si quería hacer de Rusia un Estado moderno.

Consciente de la necesidad de aprender nuevas técnicas, salió en un largo viaje para instruirse en las técnicas de las industrias navales y militares europeas. Visitó varios países, incluso llegó a trabajar en los astilleros de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales para aprender in situ todo lo que pensaba podría necesitar para modernizar a su país.

A su regreso, debió enfrentarse a la llamada rebelión de los streltsi, que fue abatida por las fuerzas del zar, incluso antes del regreso de Pedro I. Apenas pisó suelo ruso, Pedro hizo decapitar a los cabecillas, y disolvió definitivamente la agrupación de los streltsi. Este enfrentamiento le permitió desafiar al mundo de la Rusia medieval. Reformó la Iglesia y a la nobleza; creó grados para pertenecer a la corte y para desempeñar los cargos, la nobleza estaba obligada a educarse. Actualizó al país, pero creó fuertes tensiones. Consolidó el poder absoluto y en 1721 fue ungido como Padre de la Patria y Emperador de todas las Rusias.

Quiero destacar, entre las empresas acometidas por el zar Pedro I, la construcción de San Petersburgo. Una ciudad báltica que cautiva desde el mismo momento en que se pone un pie en ella. Regios palacios, puentes realizados con un gusto impecable, precisión, perspectiva; es casi imposible describir los malecones de granito, tal es su belleza. Inefables.

Pedro I, el Grande, hastiado por el atraso de la Rusia medieval y de sus arcaicas instituciones, resolvió abrir una ventana a Europa que permitiese entrar aire nuevo procedente de Occidente. Quería cambiar la capital de Rusia a otra ciudad que construiría para tal fin; eligió un lugar pantanoso en el Gran Norte, apestado de malaria durante el verano y golpeado inmisericordemente por un cruelísimo invierno. Fueron miles de vidas las que se perdieron en esa construcción.

En la próxima entrega, hablaré de la hermosa ciudad y su vinculación con el mundo cultural ruso.

@yorisvillasana

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