Hablemos del Museo L’Ermitage. Empezaré por explicar de dónde proviene su nombre. Tradicionalmente se ha escrito en español Ermitage (sin hache), correspondiente al nombre en ruso Эрмитаж, como también es en el francés actual. En el francés antiguo se escribía con hache, al igual que en inglés. De manera que son legítimas tanto la grafía sin la hache, o con ella.
En su origen, fue un espacio de exclusivo uso de la emperatriz Catalina II, la Grande, y de allí la denominación de ermita (Ermitage, Hermitage). Está conformado por un complejo arquitectónico de cinco edificios: el Palacio de Invierno, el Teatro de Hermitage, el Hermitage Pequeño, el Hermitage Viejo y el Nuevo Hermitage, conjunto situado a orillas del río que atraviesa San Petersburgo, el Neva. Usted puede leer en cualquier brochure del museo que el recorrido de las salas es de unos veinticuatro kilómetros. Se comenta que un visitante que dedicara un minuto las 24 horas del día, a cada obra exhibida, necesitaría ¡6 años, más o menos, para verlas todas!
Más allá de esos cálculos, reales o no, es un museo descomunal. Podemos admirar colecciones de obras relacionadas con el Egipto de los faraones; producciones culturales siberianas; obviamente del mundo grecorromano; en sus galerías admiramos cuantiosas obras de los maestros del Renacimiento italiano, de la pintura flamenca, del Impresionismo francés; incluso, la colección de pintura española es catalogada como la mayor que puede encontrarse fuera de España.
El Palacio de Invierno, construido para la zarina Isabel I por Bartolomeo Rastrelli, es el que le da origen al museo; remodelado luego por otros arquitectos internacionales, el palacio posee una planta cuadrada con tres patios interiores, su fachada está adornada con colores blanco y verde y exhibe hermosos ornamentos dorados. La creación, como hemos apuntado en los artículos anteriores, se sitúa en 1764, cuando la emperatriz Catalina II, la Grande, compró la colección de 225 cuadros de pintura holandesa y flamenca a Johann Ernest Gotzkowski. Engalanó el Palacio de Invierno con estas obras, iniciando una de las mayores pinacotecas y museos del mundo.
El zar Nicolás I impulsó el nuevo museo y encargó a Leo Klense el Museo Imperial. En la actualidad, el Hermitage posee más de tres millones de obras de arte. La relevante creación arquitectónica de Rastrelli conservó a grandes rasgos su fisonomía inicial. Trágicamente, un incendio, ocurrido en 1837, destruyó los interiores del edificio. Fueron restaurados los interiores, pero poco queda de aquella grandeza de Rastrelli.
Cuando usted entra al museo se encuentra con la espectacular escalera que es conocida como la Escalera Jordana, una de las maravillas del Palacio de Invierno. Hemos accedido a la parte principal del Palacio, lugar que ha sido testigo de sucesos de gran importancia de Rusia. Al entrar, se abre ante nuestra mirada la Sala de San Jorge, llamada también Sala Grande del Trono; es una sala colosal que posee dos planos de ventanas; las columnas son de mármol de color natural y el ornato del piso está compuesto con diversas piezas de madera de color; uno de los efectos mágicos de esta sala es que el dibujo hecho a cincel en el cielo raso es una especie de reflejo del dibujo del piso.
También encontramos la sala de Malaquita, pertenecía a los aposentos de la zarina Alexandra Fiódorovna, esposa de zar Nicolás I. El arquitecto Briulov introdujo en la decoración la piedra semipreciosa malaquita con la cual se revistieron las columnas, pilastras, chimeneas, mesas, y el verde intenso que posee esta piedra combinado con el blanco del mármol de las paredes, el fulgor del oro exuberante y el rojo de la tapicería de los muebles atrapan el interés de los visitantes y producen una impresión inolvidable. Entre los fabulosos objetos que se exhiben en esta sala podemos admirar el vaso redondo sobre un trípode que está construido con semifiguras femeninas aladas, hechas de bronce dorado. Atraen la mirada muchos jarrones, mesas, cofrecillos, pisapapeles y figuritas ornamentales fabricadas con este delicado у valioso mineral tan estimado en Rusia.
Al continuar hacia los viejos aposentos de Catalina II, entramos a la Sala-Pabellón, (Pavilion Hall), de mármol blanco. Allí se expone la colección de mesas de mosaicos (siglos XVIII-XIX), cuyas tapas, únicas en su categoría, fueron fabricadas con la técnica del mosaico florentino. Pero, el Pavilion Hall tiene uno de los tesoros más preciados del Hermitage: el maravilloso reloj del pavo real. Este reloj es obra del joyero británico James Cox, quien lo que lo elaboró en 1770 y fue comprado por Grigori Potiomkin como regalo para Catalina II. Cada hora, hay un movimiento de los tres animales que forman el conjunto. Primero, el búho abre los ojos; después, el pavo real tuerce al mismo tiempo su cuello y despliega su cola de plumas y, finalmente, canta el gallo. Un momento lleno de música y movimiento, simboliza el final de la noche y la salida del sol.
Cerca de una treintena de salas son ocupadas por el arte italiano. Como me sería imposible hablar de todas (además, no las conocí en su totalidad), me voy a detener en algunas obras emblemáticas.
Como la mayoría de los artistas renacentistas, Leonardo Da Vinci no solía firmar sus pinturas; de ahí que se haya dificultado tanto la atribución de algunas obras al gran genio universal y solo una veintena de pinturas son reconocidas como de su autoría. Pues bien, el Hermitage puede vanagloriarse de tener no solo una, sino que posee dos de las grandes obras de Da Vinci: la Madonna Benois y la Madonna Litta; son exhibidas en una sala exclusiva para ellas.
La Madonna Benois representa a la Virgen María y a su Hijo en un intercambio de miradas extraordinariamente tierno, ausente en las pinturas italianas del mismo período.
La Madonna Litta es una Virgen de la Leche, donde la Virgen María está amamantando a su Hijo. Está pintada de perfil, el cabello recogido en un velo de gasa y pedrería. Ataviada con un manto azul en clara armonía con el azul del cielo que se puede apreciar desde las ventanas, pintadas en total simetría. Vale la pena acotar que el azul ha sido interpretado como el símbolo de la mediación de la Virgen entre el cielo y la tierra. El Niño nos está mirando, al mismo tiempo que se amamanta del pecho de María. Sujeta en su mano izquierda un pajarillo y con la mano derecha cubre el pecho de su madre, lo que contribuye a que la escena respete el decoro propio del momento.
Obras de Rafael, Tiziano y Miguel Ángel, por nombrar algunas, forman parte de esta fabulosa colección del arte italiano, considerada como una de las más importantes del mundo.
La Madonna Connestabile es una pequeña pintura Rafael Sanzio Su nombre viene de la familia Connestabile de Perugia, de quien la adquirió el zar Alejandro II, en 1871. El zar la regaló a la zarina María Aleksandrovna. La pintura representa a la Virgen María cuidando del Niño Jesús mientras lee un libro; el Niño juega con el lomo del libro. Los colores del cuadro son similares a los de la Virgen Litta de Da Vinci. El rostro de María es de gran serenidad, ojos bajos, fijos en la lectura.
Además, el museo exhibe El almuerzo y Retrato del Conde de Olivares de Velázquez, como también el Retrato de Antonia Zárate de Goya.
El espacio me obliga a finalizar. Mencionaré dos obras más, imperdibles de ver y disfrutar en este prodigioso museo. Joven en cuclillas es una escultura en mármol, 54 cm de alto, que personifica a un joven desnudo, arqueado sobre sí mismo, quizá intentando quitarse una espina del pie. No es una obra terminada, pero todas las características, tanto de la cara, como del cabello y la forma el cuerpo doblado, son fácilmente identificables para los expertos como propias de Miguel Ángel. Pertenecía a la familia Médici y fue adquirida por Lyde John Browne, encargado por Catalina II para adquirir las obras de arte que enriquecerían su colección.
Entre la fabulosa colección de esculturas allí expuestas, hay nada más y nada menos que ¡quince esculturas de Antonio Canova! Contemplar Las tres gracias, grupo escultórico neoclásico, del que existen dos versiones (la otra está en el Reino Unido), nos proporciona un extraordinario goce estético. Estas figuras, representan a las hijas de Zeus: Eufrósine, Aglaya y Thalia, símbolos de la alegría, la hermosura y el encanto femenino. Fue encargada por la emperatriz Josefina de Beauhamais, pero fue su nieto, Maximiliano de Beauharnais, casado con María Nikoláyevna, hija del zar Nicolás I, quien, tras la muerte de la emperatriz Josefina, se llevó a San Petersburgo la escultura. Tallada en un solo trozo de mármol blanco, sobresale por la delicadeza de la piel de las figuras.
Otra de las hijas de Zeus está representada en una espectacular escultura, también de Canova: Hebe. En la mitología griega, Hebe era la encargada de obsequiar el néctar de la eterna juventud, por ello, siempre ha sido representada llevando una copa, entretanto sus pies apenas tocan las nubes. Este detalle imprime un estupendo movimiento a la escultura.
Tengo como fondo de pantalla en mi laptop una fotografía tomada por mí de la muy célebre Psique y Eros. Esta pieza maravillosa es una copia del conjunto expuesto en el Museo del Louvre, en París. La escena que representa Canova es el momento en el que Eros revive a Psique con un beso. El escultor consigue una estructura llena de ritmo y gracia en los ademanes de las figuras. Fue adquirida por el príncipe Yusupov en Roma en 1796.
Tendríamos que hablar de la colección de arte flamenco, del francés, del impresionismo, de las 31 obras de Picasso, pero no da ni el tiempo, ni el número de caracteres. Sin embargo, no quiero finalizar esta tétrada de artículos sobre algunos de los tesoros de San Petersburgo y el Hermitage sin mencionar, aunque sea brevemente, una nota muy peculiar del museo: sus gatos trabajadores.
Hoy en día se habla de la obra de una trabajadora que ha recogido gatos callejeros y los mantiene en el sótano del Hermitage, con la anuencia de todo el personal del museo, para que los felinos custodien las obras de arte del sótano y ahuyenten a los ratones. Aunque, a estas alturas del siglo, los gatos son un atractivo y los raticidas hacen el trabajo. Pero la verdad es que los gatos siempre han sido trabajadores del famoso museo. Han vivido allí desde que el zar Pedro I trajo al palacio un gato macho que le regalaron en Holanda. Un tiempo después, su hija la emperatriz Isabel ordenó traer al Palacio de Invierno «los mejores y más grandes gatos de Kazán», es decir, aquellos felinos más sagaces para perseguir roedores. Por su parte, la emperatriz Catalina II, confirió a los mininos el estatus de «guardianes» de las obras de arte conservadas en las galerías. Los gatos han vivido en el Hermitage desde entonces, salvo en los años de la II Guerra Mundial, cuando todos ellos murieron, pero volvieron con la encomiable tarea de combatir el terrible asedio de las plagas de ratones que sitiaron a San Petersburgo. Los gatos guardianes del museo tienen un día al año dedicado a ellos: ¡el Día de los Gatos del Hermitage, el 27 de mayo!
¡Se me ocurre que en Venezuela bien podríamos hacer un dúo entre gatos guardianes y un flautista, similar al de Hamelín, para ver si podemos combatir las plagas que azotan al país!
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