OPINIÓN

Pedagogía del Brexit

por Vicente Carrillo-Batalla Vicente Carrillo-Batalla

Compartir el poder entre los Estados que conforman la Unión Europea fue el modelo idóneo para ganar eficacia ante los ciudadanos comunitarios y sobre todo ante los interlocutores gubernamentales que intervienen en nuestro mundo cada vez más globalizado, sin comprometer con ello la identidad territorial de sus distintas sociedades históricas.

Bajo la fórmula del respeto a la diversidad cultural de sus naciones y pueblos, la Unión Europea se ha propuesto identificar y aprovechar las sinergias del conglomerado humano para de tal manera adquirir fuerza en los ámbitos políticos, tecnológicos y económicos propios de los nuevos tiempos. Y aún quedan por contestar las preguntas elevadas por el presidente Felipe González: ¿Qué es Europa? ¿Qué esperamos de Europa? ¿Hacia dónde deben encaminarse sus instituciones y sus ciudadanos para cobrar mayor relevancia en la actualidad mundial? Preguntas que desdoblan asuntos no resueltos, devenidos en desafío para su liderazgo e instituciones de mayor relevancia.

A los temas de seguridad interior y puesta en marcha de acciones comunes en el ámbito internacional para la resolución de conflictos, se añaden los problemas de la inmigración y los refugiados, los retos del cambio climático, del desarrollo tecnológico, de la educación y del sentido de lo social en materia económica, entre otros que pudiésemos enumerar. También la avanzada de formas de populismo extremo se convierte en preocupación de actualidad. Para muchos Europa está en crisis, los europeos en general solo se afanan de vivir bien, mientras el liderazgo posterga o ignora oportunidades, las instituciones pierden contundencia y la ciudadanía se descuelga en la incertidumbre.

En ese contexto tiene lugar el Brexit o el abandono por parte del Reino Unido de su condición de Estado Miembro de la Unión Europea. El 23 de junio de 2016, sus votantes mayoritariamente decidieron apartarse de Europa, halagando de tal manera a los llamados euroescépticos que entre otras cosas auspiciaban la defensa de los intereses económicos británicos por encima de los comunitarios. La moneda única europea –el euro– de la cual el Reino Unido nunca fue partidario, se había convertido en aliada de los disidentes, para quienes las marcadas discrepancias entre Francia y Alemania en materias de política fiscal no contribuían al sosiego social y en la eurozona, ni al bienestar general, ni a la cooperación y coordinación económica, todo lo cual terminó por acentuar los argumentos separatistas. La moneda única –apuntaban– no había sido garantía para la paz y la colaboración en la eurozona.

Pero hay algo en este proceso del Brexit que va más allá de lo que venimos comentando. Irlanda del Norte podría acercarse a la República de Irlanda, abandonando al Reino Unido por razones de conveniencia política y económica. Escocia también podría pensar en un mejor futuro fuera de la unión histórica. Y para Boris Johnson, empeñado en afianzar la palpable tendencia electoral del norte de Inglaterra, el tema norirlandés podía desdeñarse momentáneamente, dejando al descubierto un previsible enfrentamiento con el separatismo escocés. La promesa de mejoras económicas en el futuro cercano podría estimularles –por ahora– a continuar en la unión; todo quedaría entonces sujeto a los buenos resultados de la recién iniciada gestión de gobierno.

Los habitantes del Norte –Durham, Sedgefield, entre otras localidades– habían votado en masa por el Brexit y en las últimas elecciones contribuyeron a encumbrar al conservador Boris Johnson como primer ministro; de tal manera un bastión que había sido siempre de las izquierdas laboristas colocaba por primera vez sus preferencias en manos de los tories. Llama la atención que los antiguos mineros de la clase obrera decidieran confiar en un conservador educado en el Eaton College –tan distante de su entorno sociocultural y costumbres arraigadas–, desplazando al Partido Laborista por el que habían votado generaciones sucesivas, moradoras de aquellas aparentemente ignoradas latitudes. Es obvio que Johnson ofreció lo que la gente pidió: llevar a cabo el Brexit sin más demoras. Hay quienes, sin embargo, insisten en señalar que los votos fueron prestados para la ocasión; solo el tiempo dirá si la respuesta de los tories encabezados por Johnson se adecuará a las expectativas creadas.

Se ha dicho que más de 60% del noroeste del país se decidió por el abandono de la Unión Europea, mostrando su descontento y sobre todo su desconexión de la capital y obviamente de cuanto se discute y decide en Bruselas. Y para algunos no es simplemente muestra de habilidad y sentido de la oportunidad en política de Boris Johnson, sino descuido, exceso de confianza, pérdida de contacto con la realidad social y económica e inhabilidad de los ahora resignados laboristas. Téngase en cuenta que los dirigentes laboristas estaban públicamente a favor de permanecer en la Unión Europea; fueron ellos quienes bloquearon las propuestas de Theresa May y del propio Boris Johnson en la Cámara de los Comunes. “Get Brexit done” será la consigna del recién electo primer ministro; y vaya que logró sus propósitos.

Pero no bastarán las buenas intenciones de cambio manifestadas en los recientes triunfos electorales; mejorar las condiciones de vida de quienes apenas pueden subsistir gracias a los “bancos de alimentos”, será el gran reto para el nuevo gobierno conservador. Superar el estado de aislamiento geográfico, mejorar la calidad del empleo y de la educación serán determinantes en los tiempos por venir. Y también mitigar los predecibles efectos adversos del Brexit, que tarde o temprano se harán sentir en materia económica.

ohnson previsiblemente no aceptará ningún tratado que les obligue a someterse a las normas comunitarias sobre temas laborales, medioambientales o estándares de calidad; será lo que algunos analistas denominan “un pacto de mínimos” que cuando menos haga posible una interacción llevadera –Londres no parece tener intenciones de dumping–, o un mero acuerdo comercial que en alguna medida asegure la competencia en términos de relativa igualdad, sin avanzar sobre asuntos escabrosos en cooperación judicial, seguridad y defensa o cualquier otro tema que signifique adhesión al orden multilateral. Para ello se ha planteado el período de transición hasta el 31 de diciembre del año en curso, que dará espacio a Londres y Bruselas para consumar una salida en términos moderados, no para el brexit “duro” propuesto por los euroescépticos.

Concluyamos que este interesante y coetáneo argumento del Brexit ha superado el inadecuado fraccionamiento –originario para ser precisos– de la vieja política entre grupos de izquierdas y de derechas. Los hechos comentados comprueban la vigencia del nuevo paradigma: ni liberalismo frenético, ni excesiva intervención del Estado, ni inviabilidades intermedias, antes bien, soluciones esencialmente prácticas y efectivas a los problemas de actualidad, prescindiendo del contenido meramente ideológico.