Con no poca frecuencia los dos bellos vocablos con los que hoy –con el mayor gusto– tomamos para apadrinar este escrito son empleados casi hasta el cansancio en nuestra cultura, por las personas de todos los estratos sociales para manifestar congratulaciones a sus afines y amistades.
¡Qué ricos vocablos! Los calificarán algunos lectores; otros apuntarán, son las dos grandes ausencias con las que actualmente confronta Venezuela. Ciertamente, son bellísimos; pero más allá de sus intangibles bellezas están los deseos personales de poseerlas, otros en vez de desearlas las consideran ideales humanos. La posesión de paz y felicidad comunican alegría a los integrantes de una familia y a sus allegados quienes alegremente disfrutan al pronunciarlas y escucharlas.
Cuidándome de no incurrir en impropiedades al emplear dichos vocablos acudí a autorizadas fuentes –enciclopedias y diccionarios- y allí he encontrado: paz es tranquilidad y sosiego, armonía personal y el mejor estado de ánimo, tanto en sí mismo como en las relaciones familiares. Lejos, muy lejos de hostilidades y de actitudes belicistas, pues el vocablo guerra es una mala palabra, aunque algunos encumbrados en el régimen venezolano la manejan alegremente.
Disfrutamos del vocablo paz al pronunciarlo y también al escucharlo, porque es agradable, como musical, inspira remanso de tranquilidad. Razón por la cual la queremos todos y disfrutamos al desearla y compartirla con otras personas. Pero más que brindarla, debemos poseerla.
Podemos entender la paz en diversos sentidos: en sí misma en el plano netamente individual, o en la unión familiar, en las interacciones humanas, con la comunidad y en las relaciones laborales, procurando siempre el entendimiento entre patronos y trabajadores cumpliendo cada quien las respectivas responsabilidades, con lo cual la empresa incrementará su rendimiento y nada de posibles conflictos; también en las relaciones internacionales, pues el sosiego y la tranquilidad que prevalezcan dentro de un país, si su régimen está ajustado estrictamente a los mandatos constitucionales, igualmente deben mantenerse en las relaciones internacionales.
Por lo que respecta al vocablo felicidad, Guillermo Cabanellas la define como complacencia del espíritu de quienes la poseen y disfrutan de ella, alegría y satisfacción emocional y espiritual. Y agrega, lo contrario a felicidad es la desventura. Entendemos, entonces, por felicidad el estado de ánimo positivo que sentimos por la posesión de algo agradable, la sensación de dicha, de satisfacción, lo cual se identifica con los vocablos bienestar y prosperidad. Esto solo es posible lograrlo con el buen vivir, con la unión familiar, no con risibles y ridículos decretos.
Autorizadas opiniones sostienen que no debemos identificar felicidad con éxtasis, pues este término significó, originalmente, la acción de apartarse, de hallarse fuera y llevado al plano psicológico significa la salida de sí mismo, el evadirse mentalmente. En fin, creemos que paz y felicidad se complementan, que no son ambivalentes; y cada una de ellas es camino ideal para acceder a la otra. Estamos seguros sí de que ambas se acompañan en el ideal camino que toman para irradiarnos y venir a nosotros trayendo la máxima satisfacción personal. Con la paz y la felicidad que Dios nos concederá estaremos cada día más cerca de Él recibiendo sus bendiciones, que compartiremos gratamente con nuestros familiares y allegados. Sí, que Dios y Santa Teresa, a quien siempre acudo en búsqueda de orientación, escuchen nuestras plegarias. Que Dios nos bendiga siempre.