La calma es adictiva, le gusta pasearse por los más insólitos lugares y ocasiones de manera inesperada. A veces ella suele ser desesperante, su parsimonia es un freno que pocas veces toleramos, ¡a Dios gracias!, lo cual algunas veces ha desembocado en gestas, o desastres, portentosos. La peor de tales oportunidades es cuando se nos impone cual antifaz mortuorio y nos sentimos como aquel personaje de Dumas en su novela El vizconde de Bragelonne: “El hombre de la máscara de hierro”, que en realidad, según el autor galo, era hermano gemelo de Luis XIV, y a quien toda su vida mantuvieron escondido; su infancia transcurrió en la campiña francesa y luego fue trasladado como prisionero a La Bastilla, bajo el nombre de Marchiali. Es una paz que para algunos se hace eterna, dicen algunos que es una muerte en vida, como la que le toca en esta mala hora a Venezuela.
En nuestro país, para mal o para bien, de veras o fabuladamente, todos nos conocemos, todo se sabe en algún momento, más temprano o más tarde. Sin embargo, hay un empeño sistemático de hacer que la historia diga lo que le interesa a cada cual que no es de nueva data. La entrega de Miranda no existió, la complicidad interna en el asesinato de Ruiz Pineda tampoco, los apechugamientos con el comandante eterno, o con Gofiote, por parte de muchos prohombres y mujeres egregias, son delirios de unos cuantos quisquillosos que no entendemos la importancia de mantener la reserva del caso en asuntos tan delicados como la salud y futuro de la patria…
Imposible resumir la inacabable lista de oprobios que se han cometido, y cometen, a la sombra de una retahíla de frases altisonantes que trata de justificar lo injustificable. Al seguir cavilando sobre la calma recuerdo al poeta César Vallejo y su pieza El libro de la naturaleza: Rector de los capítulos del cielo, / de la mosca ardiente, de la calma manual que hay en los asnos; / rector de honda ignorancia, un mal alumno / leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca,…”. No hay que hacer mayor esfuerzo para saber que nuestra gloriosa dirigencia, de un lado y otro, nos quieren revestidos de esa calma borriqueña a la que alude Vallejo. Nos salvan de la inopia informativa los periodistas y medios que en el mundo libre, o lo que queda de él, no se dedican a hacerle carantoñas a Capuletos y Montescos, pese a la contumaz lluvia de garrotazos y recordatorios maternales que les arrean viudas y plañideros de unos y otros. El Nacional, Vozpópuli, ABC, NTN24, Periodista Digital, Panam Post, Alejandro Marcano, es una mínima muestra de medios y personas que no se arredran ni hacen genuflexiones ante el poder. Todos se dedican a hacer lo que bien saben hacer: periodismo, y no son pocas las quejas cuando rozan, o pisan con firmeza, los sensibles callos de la ya citada casta.
El uruguayo Mario Benedetti en su poema «No te salves» clama: “No te salves ahora / ni nunca / no te salves / no te llenes de calma”. Una paisana de él, la poeta Claudia Magliano, lo dice de manera perfecta: “Hay que aprender bien las canciones porque si no la historia/ se vuelve fábula… Mi madre me enseñó a escuchar las letras”. Tal vez todo es producto de que esta cuerda de infelices no tuvo familia, ni progenitora, ni abuela, ni la noche que los parió, que les enseñara a escuchar la lírica de las canciones.
© Alfredo Cedeño
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