A mediados del siglo pasado, la novela 1984 aportó una crítica sustantiva a los sistemas totalitarios que imperaron en países como la Unión Soviética. La obra fue una clara advertencia acerca de los modelos políticos que buscan controlar en extremo al ser humano hasta convertirlo en el pequeño tornillo de un poderoso engranaje.

El texto distópico de George Orwell muestra al Estado como un poderoso aparato que vigila con férrea obsesión a cada uno de los individuos, al punto de convertirlos en sujetos paranoicos y almas sin vida propia. Una sentencia dirigida a los mortales resume el drama: “El Gran Hermano te observa”.

Pero no es todo. Además de vigilar a los individuos, el aparato oficial ocupa la mente de las personas a través de lemas que rayan en el absurdo: “La guerra es la paz”, “La libertad es la esclavitud”, “La ignorancia es la fuerza”. Esto no es más que una ironía formulada por Orwell respecto al papel de una incisiva propaganda que busca disfrazar la existencia cotidiana a través de ideas delirantes, las cuales contrastan con la cruda realidad.

En América Latina, la Revolución cubana es el proceso político que más se acercó a la tesis de Orwell. En sus primeros tiempos, hace casi seis décadas, este proyecto gozaba de una amplia aceptación popular dentro y fuera de la isla, pues lograba concretar parte de sus promesas de bienestar.

Sin embargo, los tiempos de optimismo revolucionario se enfriaron. El país entró en una profunda crisis económica que no ha logrado solventar, y en sus calles lo que se percibe es miseria, suciedad, hambre, así como un profundo anhelo de libertad y cambio político.

Hace unas semanas, el sacerdote cubano Alberto Reyes tuvo unas palabras muy significativas hacia el gobierno de La Habana, al que criticó por haberlo dejado en la desnudez vergonzosa de su presente roto: «Una vida en la mentira”. El religioso añadió: “¿Qué más quieres de mí, Revolución cubana? Ahora que ya nadie cree en tus discursos, ahora que ya nadie te desea ni te ama…”

El Gran Hermano caribeño solía apelar a lemas que funcionaban como motivación en la eterna lucha revolucionaria: “Patria o muerte”, “Venceremos”. Después de tantos años, no obstante, estas palabras lucen desgastadas, no emocionan ni convencen a nadie. No en vano, han recibido como respuesta lemas mucho más realistas por parte de una población obstinada, que sueña con una mejor existencia y una transición política hacia la democracia: “Patria y vida”.

@humbertojaimesq


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