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Paseo en bici

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La ministra Ribera pasa por ser una referencia mundial en la lucha por salvar el planeta, aunque eso solo lo sostengan ella misma y tal vez el primo de Rajoy, que lleva años de penitencia tras su dudoso estreno en las procelosas aguas de la sostenibilidad, que o es inclusiva o no es.

En estos días se la ha visto dando un paseo en bicicleta por Valladolid, de apenas cien metros, pero qué cien metros tan ecologistas: llegó allí en algún transporte de dudosas emisiones, movilizó una caravana de vehículos probablemente más contaminantes que quedarse en casa y se subió a una bicicleta que dominó con autoridad.

Que nadie se engañe: aunque pareció a primera vista que era más torpe al manillar que Pedro Sánchez en un «cara a cara», aquel artilugio adquirido en la capital fascista por antonomasia era una endiablada trampa de la ola reaccionaria para ver la piñata de la Greta Thunberg sanchista desparramada por el suelo ultraderechista. Y no lo lograron.

Menuda es Teresa.

Con el mensaje ecologista está pasando como con todas las causas que tocan tantos profetas privatizadores: las hacen incómodas, inalcanzables y excluyentes para mantener un discurso cuyo objetivo nunca es encontrar un remedio, sino prologar ad infinutum el problema.

Plantean debates irresolubles que les permita ondear la bandera, cobrar por ello y alejarla de todo aquel que, por estar de acuerdo en lo sustantivo y esperar ser aceptado en la lucha, arruina el negocio: necesitan contaminadores, homófobos, racistas, machistas y toda la fauna de monstruos posibles, compuesta en realidad por contados especímenes que disfrutan de una curiosa indulgencia.

Porque el objetivo es perseguir al enemigo imaginario, extendiendo esa mancha sobre el conjunto del adversario, mientras se buscan razones para exonerar al agresor de verdad: todos los hombres son machistas porque vivimos en una sociedad heteropatriarcal sin remedio, pero quitemos la prisión permanente revisable que el asesino de Laura Luelmo o de Diana Quer o del niño de Lardero se merece otra oportunidad.

Nadie en su sano juicio puede negar los efectos del cambio climático, sean cuales sean las causas. Pero nada aleja más el hallazgo de remedios razonables que la transformación de esa búsqueda en una especie de religión intolerante que señala a pecadores, lanza fatwas y convierte a los políticos del ramo en una ridícula caterva de ayatolás en bicicleta, patinete o cualquier otro cacharro apreciado por los odontólogos de toda España.

Pero si son así de ridículos, que lo sean hasta el final. A los dos días de aparecer en bici la tonta de Verano Azul, si había alguno listo en esa serie diabólica, Gretita Ribera se marchó a Bruselas en avión a algo caro, inútil y con seguridad contraproducente.

A la misma hora o similar había un vuelo ordinario en una aerolínea corriente que, por alguna razón, fue desechado por la ciclista: pudo ser un error del Gabinete, donde florecen a buen seguro cerebros tan privilegiados como los que le preparan los debates a Sánchez; o una decisión voluntaria, que los ministros del pueblo no se mezclan con el pueblo.

Pero el resultado es el mismo: un ministro contamina más en dos horas que un fontanero de Fuenlabrada en tres años con su furgoneta medieval. Pero a quien se le piden cuentas es al segundo, que el muy fascista no entiende que el planeta hay que cuidarlo, pagando impuestos verdes como si no hubiera un mañana y aceptando vetos que Ribera, la ciclista, se pasa por su muy ecologista selva negra.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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