Con miras a los comicios de noviembre de este año, los partidos políticos, autocalificados de oposición, se encuentran abocados a la definición y escogencia de las candidaturas que elevarán a la consideración de los electores. Esa tarea parece que les insume demasiado tiempo y dedicación puesto que ante los hechos que se suceden en la vida política nacional, solo participan en forma tangencial y son otros actores de la sociedad civil los que en definitiva ejercen la función opositora y los que se enfrentan y denuncian las abusivas propuestas gubernamentales, al parecer con buenos resultados. En efecto,es evidente como el gobierno, en las recientes semanas, se ha visto obligado a recular en varios de los aspectos que nos ha querido imponer maliciosamente. Pareciera que el grado de madurez, la capacidad de análisis, las estructuras organizativas y la fuerza movilizadora de masas que día tras día desarrolla la sociedad civil, es necesaria y suficiente para suplir exitosamente las flagrantes omisiones de los partidos políticos. La sociedad civil opositora al gobierno ha tomado plena conciencia de sus responsabilidades, conoce sus posibilidades y limitaciones y ya no espera por la acción de los partidos políticos cuando se trata de reivindicar iniciativas y situaciones que considera lesivas al interés mayoritario del país. Ha comprendido que bajo ciertas circunstancias puede prescindir de los partidos políticos. Siente que frente al estado de crisis que vive el país es una responsabilidad patriótica hacer sus aportes en el campo de la política y no permitir que las decisiones fundamentales que afectan nuestro destino como nación sean tomadas sin su participación. Es precisamente, esta tendencia la que, a nuestro juicio, está privando en el ánimo y talante de los ciudadanos para el evento electoral que se avecina. El colectivo disidente buscará recuperar los espacios políticos perdidos y no privilegiar a siglas partidistas y supuestos liderazgos. Sabe lo que quiere y como lo quiere. En tal sentido, votará por los abanderados de la oposición, no por los méritos individuales que éstos posean, sino por considerarlos como los designados para darle un rostro y un nombre a la alternativa opositora y hacerlos depositarios del interés colectivo que rechaza al gobierno. Por tanto, la campaña que desarrollen los candidatos y los partidos y la plataforma electoral que diseñen deberán estar muy consustanciadas y en sintonía con esa nueva realidad política que se presenta en la Venezuela de estos tiempos. A diferencia del pasado, las agendas nacionales no las definen los cogollos partidistas, las definen y estructuran la sociedad civil y sus organizaciones. Se trata de una suerte de quid pro quo: las agrupaciones políticas facilitan sus maquinarias electorales y su capacidad organizativa, la ciudadanía sus votos y la agenda político-social; ambos, actuando mancomunadamente en pro de un interés colectivo unitario que está por encima de la exclusiva visión partidista. Los que sean elegidos tendrán la responsabilidad de actuar conforme al mandato otorgado por los ciudadanos, que no es otro, que abrir los caminos y captar voluntades para la futura reconquista definitiva del poder, hoy, desafortunadamente en manos de los más ineptos y corruptos.
Los partidos opositores y sus dirigentes si no hacen una adecuada lectura política de esas tendencias y no obran en consecuencia, deberán recordar aquella conseja popular que dice: “Guerra avisada no mata soldado, y si lo mata, es por descuidado”.