En literatura y poesía cada año se publican 1 millón de libros. Entre nuevas obras y obras del pasado. ¿Por qué se publica tantos libros de literatura y poesía? ¿Por qué insisten tanto las grandes editoriales en Inglaterra, Francia y Alemania en seguir publicando a Shakespeare, Wordsworth, Walt Whitman, Goethe, Dostoievski y muchos más?, se podría preguntar un hombre alejado de las letras y aficionado a las nuevas tecnologías y a los nuevos pensadores de nuestros días, de esos que aparecen en el Instagram y en el Facebook. ¿Por qué se sigue publicando literatura y poesía? Porque todavía existen focos de resistencias, porque todavía existe una tribu de poetas que nos enseñan a soportar con ecuanimidad las desgracias y nos enseñan que nuestras vidas son un sacramento.
Walt Whitman, luego de pasar un largo y doloroso vagabundeo, con su enorme soledad a cuestas y sus desgraciados días como enfermero en la Guerra Civil, sus largos años batallando con enfermedades, no se sienta a escribir unas memorias ásperas y llenas de odio, explicando la mala suerte que le tocó; sino más bien escribió su libro Hojas de Hierba, que tiene trescientos poderosos poemas, que transforman hasta al más lerdo, porque como él mismo lo dijo y cito: “Esto no es un libro. Quien toca esto, toca un hombre”. Walt Whitman nos sigue enseñando que la poesía es la emoción de recordar con tranquilidad. En la vida uno nunca puede repetir las mismas exactas emociones, en cambio en la poesía sí.
La poseía nos llena de imaginación. Imaginación que se ha perdido por las calles de la distracción. Algunos dicen que la pasión nos lleva a la imaginación, aunque como nos enseña Charles Baudelaire, el corazón contiene pasión, pero solo la imaginación contiene poesía. La imaginación y el manejo del lenguaje rítmico de Rafael Cadenas nos demuestra que es un espíritu elegido para la poesía. Y quien lea un libro de Rafael Cadenas no está leyendo un libro, está leyendo a un hombre con fracasos, derrotas; hombre de una letra gruesa, que construyó de barro su morada, hombre que conoció a grandes comedores de serpientes en la tierra de destierro; hombre que le ha contestado a Pablo Neruda y a Dante con suma inteligencia.
Esperando el tren en París un hombre se sentó a mi lado. El hombre frisaba los 60 años, barba canosa, igual que su cabello. Lo miré y él me devolvió la mirada. Extrajo de su saco una pequeña botella de algún licor, se tomó un trago, como quien toma antes de una posible victoria. Luego sacó un libro de su otro bolsillo y al ver que era César Vallejo no pude evitar preguntarle por qué leía a Vallejo. Él me contestó con una sonrisa pícara de sus años mejores: “Porque es lo único que me eriza”. Se levantó y desapareció en un tren que no era el mío. En aquel momento pensé que era una respuesta fácil y trivial, pero ahora estoy de acuerdo con aquel hombre. Como no erizarse cuando Vallejo dice: “Si tú hubieras sido hombre hoy supieras ser Dios”. Esta sensual vida de versos, poesía y literatura, nos enseña a pararnos sobre los hombros de los gigantes. A contemplar lo que realmente es hermoso y necesario de la vida, sin caer en las trampas del presente.
En toda la historia de la humanidad siempre ha habido guerras, ejércitos enfrentándose, hombres matándose unos con otros, por locura y el capricho de algún embriagado de poder; pero cada vez que la literatura y la poesía estén en el medio y sigan avanzando entre nosotros, poco a poco irán desapareciendo los dictadores populistas y pueblos engañados por su propia ignorancia. Por lo tanto, los grandes países son los que están cerca de sus escritores y sus poetas, ya que la literatura y la poesía no son lo que aprendemos de ellas, sino lo que llegamos a ser a través de ella. Debemos entender que, si queremos tener una comprensión más completa de la vida, debemos tratar de dominar ese gigante de libros publicados que nos dejaron aquellos que se dedicaron a escribir. Y si logramos estar parados sobre ese gigante, podemos ayudar a que ese gigante siga creciendo y ayudar a otros a trepar, para que se paren sobre sus hombros también.
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