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Paramilitares en nuestras narices

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Las noticias sobre la actividad de fuerzas paramilitares en la frontera colombo-venezolana ocupan las portadas de los medios de comunicación, pero otros delitos de la misma factura pasan inadvertidos. Quizá porque ya sean demasiado familiares, porque forman parte de la cotidianidad o, mucho peor, porque nos estemos acostumbrando a su presencia. Ciertamente, los delitos perpetrados en la frontera por fuerzas que actúan con sus armas y con sus agallas como le parece a su regalada gana deben ocupar la atención de los periodistas, no faltaba más, pero los que suceden frente a nuestras narices deben ser objeto de especial tratamiento antes de que multipliquen sus tropelías y el miedo que ellas provoquen.

Hace solo pocos días, los representantes legítimos de la soberanía popular fueron atacados en las inmediaciones del Capitolio por una pandilla de desalmados. Los periodistas que cubren la fuente parlamentaria también fueron objeto de la agresión, sin que la autoridad se tomara la molestia de intervenir. El edificio en el cual se realizan las sesiones de la Asamblea Nacional más parece cuartel que sala de deliberaciones republicanas, si consideramos el número de guardias armados que lo rodean o que habitan en su seno, pero el objetivo de su misión permanece en las penumbras cuando no hacen nada para prevenir o evitar la violencia contra los diputados de la oposición.

Situación escandalosa de veras, porque descubre una complicidad entre los funcionarios que deben garantizar la convivencia con las bandas armadas que actúan según su antojo sin ningún tipo de contención. Chávez los bautizó con el nombre de “colectivos” pero son la encarnación de los escuadrones de cuño fascista que actúan bajo el amparo de los regímenes autoritarios. Se supone que representan la causa de una “revolución” amenazada por macabras acciones reaccionarias, por planes que orquesta el imperialismo, pero en realidad son populachos armados cuyo propósito es la provocación del terror y el amilanamiento de los voceros democráticos.

¿En qué se diferencian de los paramilitares que actúan en la frontera? En que actúan en la capital de la república y en lugares de otras importantes ciudades y poblaciones, o en que no se uniforman de verde oliva para exhibir sus alevosías como hacen sus colegas de lugares selváticos, pero se parecen como gotas de agua. Son una y la misma cosa por su desprecio de la legalidad y de la cohabitación democrática, pero también por la complacencia que la dictadura expresa ante sus terribles presentaciones. Son el monte trasladado a Caracas o a otras importantes ciudades, son la representación de una barbarie nacida en la periferia que invade el centro de las urbes, son los bajos fondos elevados al protagonismo, porque su compañía le hace falta a la usurpación.

Se trata de fuerzas paramilitares. Esa es la calificación que les corresponde, el nombre que les acomoda, la evidencia de una pavorosa realidad maquillada con un supuesto propósito de naturaleza revolucionaria y lavada con el agua lustral de una dictadura cada vez más abandonada por los sectores populares y por la ciudadanía en general. No hay necesidad de trasladarse hasta el Táchira o el Apure para verlas en acción. Hacen sus apariciones a media cuadra de la plaza Bolívar ante la mirada complaciente de las fuerzas armadas, como si cual cosa. Los que preguntan por las causas del desmantelamiento de la República de Venezuela encuentran evidencias incontrovertibles en el desafuero disfrazado de proyecto colectivo que acaba de realizar una de sus funciones en las puertas del Capitolio.

 

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