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Parálisis creativa

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En No te muevas la plataforma de Netflix propone una película de hora y media para la temporada de Halloween.

La cinta no pasará a la historia del género, se consume como un divertimento de domingo, pero contiene algunos elementos vistosos en su puesta en escena.

Narra la historia de una chica deprimida y desconsolada por la muerte de su hijo. Ella se despierta una mañana soleada con la decisión de terminar con su vida en un acantilado.

Sin embargo, un hombre extraño la convence de lo contrario, empleando su poder de seducción y sugestión. Pronto la convierte en una víctima de un juego de gato y ratón, después de inyectarle una sustancia paralizante y secuestrarla.

Bajan los créditos y nos enteramos de la producción de Sam Raimi, recordando sus primeros trabajos y evocando los ejercicios de estilo del maestro del suspenso, al exprimir bajos presupuestos con creatividad visual.

Los directores saben crear una atmósfera de confinamiento y opresión, entre dos personajes antagónicos, recurriendo a las técnicas de la tendencia del “rape and revenge”, un subgénero en alza como consecuencia del movimiento Me Too.

Lo vimos florecer en títulos del impacto de Promising Young Woman y Venganza siniestra, de la realizadora de La sustancia.

El reparto nos presenta a dos actores convincentes en sus papeles arquetípicos: Kelsey Chow y Finn Wittrock.

La intérprete debe incorporar la angustia de una madre joven, cuyo cuerpo se va entumeciendo y durmiendo, a merced del acosador.

Él se suma a una tradición de villanos guapos y misóginos, como el clásico American Psycho de Christian Bale, cambiando el porte yuppie por el de un hombre de clase media en el contexto de la américa profunda.

Desde el subtexto, la película marca un conflicto, una guerra de los sexos en pleno desarrollo, con un guiño a la política doméstica y la polarización de la campaña electoral.

De seguro es una de tantas manifestaciones del cine, sobre los choques culturales y regionales que conmueven a Estados Unidos en la actualidad.

En efecto, Don’t Move expone un oscuro escenario de feminicidio, donde reina la impunidad, la orfandad institucional y la respuesta tardía de las autoridades.

De tal modo, el guion denuncia un patrón de casos que quedan sin resolver en las zonas rurales y bosquosas.

Durante los dos primeros actos, el largometraje estira su concepto duro, como de corto impecable y premiado, alcanzándole para prolongar la incómoda situación de la chica que lucha por su supervivencia, mientras intenta recuperar la movilidad de piernas, dedos y manos.

Su parálisis comparte una angustia contemporánea, incluso se conecta con una enfermedad que analiza un documental reciente de la misma Netflix, La singular vida de Ibelin, acerca de un muchacho postrado en una silla de ruedas por una condición irreversible.

Es interesante la diferencia entre ambos productos.

No te muevas refleja todas las carencias de la barra de ficción de Netflix, al diluirse conforme avanzan sus minutos, hacia un nudo y un desenlace resueltos con la previsibilidad de los tópicos de la industria.

Por su parte, La singular vida de Ibelin nos conmueve de principio a fin, mediante un relato emotivo de superación de la adversidad, gracias al aporte de la tecnología y los videojuegos.

El chico se convierte en leyenda por su participación en una “second life”, en la que cultivó amistades, relaciones y conquistas amorosas.

Así que se trata de una especie de milagro, como de Avatar, que seguramente estará nominado al Oscar en la categoría documental, sinónimo de calidad y caballo de batalla de Netflix, de cara a los premios de la academia.

No podemos decir lo mismo de Don’t Move, apenas una película con unos enunciados que se despejan con acciones y anécdotas, propias de un telefilme vacío, maniqueo y redundante.

 

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