Se cumplen hoy precisamente cuarenta años del 2 de abril de 1982, fecha en la cual un “iluminado” de esos que cada tanto irrumpen en el poder en América Latina, en este caso el general Leopoldo Galtieri, a la sazón dictador de Argentina, dio inicio a la insólita campaña militar destinada a recuperar por la fuerza las Islas Malvinas, ilícitamente ocupadas por Gran Bretaña desde hacía siglo y medio.
Quienes peinamos ya algunas canas recordamos la ingeniosa expresión que se acuñó entonces en la que se afirmaba que el resultado no había sido tan malo siendo que Argentina había salido subcampeón en el evento. Chiste aparte, aquel episodio, desatado por una dictadura en fase terminal, convirtió una causa histórica y jurídicamente válida que asistía a Argentina en una derrota militar total motivada en la deficiente planificación y la no anticipada reacción de Gran Bretaña que, pese a la distancia, encontró la determinación y el liderazgo suficiente para resistir, reconquistar y triunfar. El liderazgo inglés estaba en manos de Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro” cuyo carácter y determinación solo es comparable hoy a los del joven presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski.
Sin embargo, malo como fue el desenlace militar para Argentina, el mismo tuvo como consecuencia bastante inmediata el colapso de la dictadura que venía gobernando con mano de hierro desde marzo de 1976 dando lugar a la apertura de una etapa, iniciada en 1983 con Alfonsín, la cual con sus más y sus menos ha conseguido preservar hasta ahora un sistema de democracia y libertades bastante aceptable en lo político aunque nada promisor en lo económico y social.
Aquella guerra fue escenario de acciones, omisiones, heroísmos y vilezas que parecen repetirse en el conflicto que hoy se dirime entre Rusia y Ucrania.
Argentina tenía y tiene indiscutible derecho de incorporar a su soberanía efectiva el territorio de aquellas lejanas y desoladas islas cuya posesión efectiva le fue arrebatada por Inglaterra a principios del siglo XIX. Sin embargo, una causa razonable quiso ser dirimida por la via de la fuerza.
En el conflicto actual en Europa Oriental no es ocioso afirmar que Rusia tiene algunos legítimos motivos de preocupación derivados del continuo avance de la OTAN que ya concentra efectivos y equipos casi frente a sus fronteras. Sea ello como fuere, la dirigencia rusa actual, como la argentina de 1982, ha preferido ir a la vía de los hechos en lugar de seguir explorando la opción negociada propia de las naciones civilizadas.
En uno y otro episodios los agresores (Argentina en 1982 y Rusia en 2022) calcularon mal la resistencia que sus adversarios opondrían. Galtieri jamás pensó que la rubia Albion empeñaría todo su esfuerzo en la reconquista de lejanas posesiones y Putin parece que tampoco tuvo en cuenta la feroz resistencia que enfrentaría de militares y pueblo ucranianos que a la hora de escribir estas líneas no se han dejado vencer y hasta vienen recuperando posiciones. ¡Cosas veredes Sancho, hubiera exclamado don Quijote!
Tanto en 1982 como ahora se observó la sibilina inclinación de gobiernos y países “amigos” -especialmente latinoamericanos- que no pasaban de suscribir enjundiosas declaraciones pero sin comprometerse a fondo con los principios reiteradamente vociferados. La OEA ciertamente dio su apoyo irrestricto a Argentina pero a la hora de contribuir con equipos y personal tan solo Venezuela y Perú hicieron aportes tangibles mientras Chile, supuesto aliado, contribuía a escondidas con Gran Bretaña dándole apoyo de inteligencia. Peor aun el caso de Estados Unidos, que siendo miembro de la OEA y proponente del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, inició fungiendo de mediador para después decantarse sin rubor alguno en la defensa de Gran Bretaña a través de las gestiones del entonces secretario de Estado, William Haig.
En busca de consecuencias a largo plazo ya hemos dicho que a poco de la derrota el régimen militar argentino tuvo que llamar a elecciones y entregar el poder a quien resultó democráticamente electo. Interesante sería constatar que en el caso de que Rusia no prevaleciera militarmente en esta aventura, pudiese generarse alguna inquietud política que exija y logre la restitución de las libertades que hoy parecen estar suprimidas en aquel país. De paso la gripe democratizadora bien pudiera alcanzar al “pana” Lukashenko de Bielorrusia quien comparte con los próceres “bolivarianos” la fascinación por el accionar de Putin.
Tampoco es que estemos creyendo que la razón y el derecho se impondrán como sería deseable. Sin ser profetas ni visionarios nos atrevemos a anticipar que cuando las negociaciones que acaban de empezar en Turquía estén maduras el resultado será mas o menos el siguiente: Ucrania se compromete a un régimen de neutralidad (tipo Austria), se compromete asimismo a no aspirar a ser miembro de la OTAN, Rusia se queda con el Dombas a través de anexión u otra figura, el asunto Crimea queda archivado y algunas potencias “buenas” se comprometen a colaborar con la reconstrucción de Ucrania lo cual no se traducirá en desembolsos sino en declaraciones. Putin posiblemente consiga encausar la opinión pública interna a su favor gracias a la propaganda y la censura pero en definitiva es posible que el mismo Putin o algún otro llegue a la conclusión de que el “bullying” político y la apuesta por una dosis administrada de violencia pueda ser un método aceptable en las relaciones Este-Oeste del futuro. Mala lección.
Otro día comentaremos cómo queda en este concurso nuestra patria y sus dirigentes que tan fuertemente han apostado por quienes parecen estar llevando la peor parte.
@apsalgueiro1