El período de entreguerras, entre 1919 y 1939, marcó una época de inestabilidad política, económica y social que llevó a Europa y al mundo hacia la Segunda Guerra Mundial. Los tratados de paz, en particular el Tratado de Versalles, fallaron en resolver las tensiones entre los países victoriosos y las potencias derrotadas de la Primera Guerra Mundial, creando un ambiente hostil y de resentimiento que fue aprovechado por líderes autoritarios. Estos líderes, como Adolf Hitler en Alemania y Benito Mussolini en Italia, capitalizaron el descontento generalizado y usaron la propaganda y la manipulación para consolidar el poder, imponiendo sus agendas personales por encima de los intereses nacionales. Hoy, aunque el contexto histórico ha cambiado, encontramos múltiples similitudes entre las causas de los conflictos del período de entreguerras y la situación actual: los conflictos internacionales son cada vez más frecuentes, los liderazgos autoritarios resurgen, y los ciudadanos, en muchos lugares, experimentan crisis sociales y económicas que parecen hacer eco de aquellos difíciles años de principios del siglo XX.
La Primera Guerra Mundial dejó a Europa devastada económica y políticamente, y los tratados que siguieron fueron vistos por muchos como un castigo injusto, en lugar de una solución para la paz. El Tratado de Versalles, firmado en 1919, impuso duras condiciones a Alemania, obligándola a pagar reparaciones, reducir sus fuerzas armadas y ceder territorios. Esta humillación pública fue caldo de cultivo para el nacionalismo extremo y el revanchismo en Alemania, condiciones que Hitler usó para construir una narrativa de victimización y resentimiento. Hoy en día, aunque las condiciones de las crisis globales son diferentes, encontramos similitudes en los efectos que el nacionalismo y el populismo tienen sobre las sociedades contemporáneas. En muchas regiones, las tensiones internacionales y el descontento popular han permitido que surjan líderes autoritarios, quienes aprovechan las divisiones internas para consolidar su poder y debilitar las instituciones democráticas. Estos líderes, al igual que en el período de entreguerras, tienden a desviar la atención pública hacia enemigos externos o internos para justificar políticas represivas y antidemocráticas.
En el período de entreguerras, la manipulación de la opinión pública fue un recurso estratégico esencial para los líderes totalitarios. Con el surgimiento de tecnologías de comunicación masiva, como la radio y la prensa controlada, los gobiernos de Alemania e Italia implementaron programas de propaganda para difundir sus ideales y consolidar el apoyo popular. La propaganda nacionalista y racista fue utilizada para crear una imagen de unidad y fortaleza, ignorando las complejas necesidades y deseos de los ciudadanos. De forma similar, en la actualidad, la tecnología ha evolucionado, pero el uso de propaganda y manipulación mediática sigue siendo una herramienta poderosa para controlar y dividir a las masas. Redes sociales y medios digitales permiten una difusión de información más rápida y efectiva, y los líderes modernos usan estas plataformas para influir en la opinión pública, a menudo distorsionando los hechos o creando narrativas de odio y división. Estas tácticas fomentan la polarización y dificultan la construcción de un consenso social, lo que permite que los líderes autoritarios sigan aplicando políticas que benefician a sus intereses personales o a grupos de poder cercanos, en detrimento de los intereses generales de la población.
Un elemento clave que facilitó el ascenso del totalitarismo en el período de entreguerras fue la crisis económica. La Gran Depresión de 1929 golpeó con especial dureza a Europa, donde el desempleo masivo y la pobreza generaron descontento y desesperanza entre los ciudadanos. Este contexto permitió que los líderes totalitarios prometieran soluciones rápidas y efectivas, canalizando la frustración de las personas hacia políticas expansionistas y revanchistas. Aunque las economías actuales son diferentes, los efectos de las crisis económicas siguen teniendo un papel importante en el surgimiento de líderes autoritarios. La recesión global, las desigualdades económicas y los efectos de la pandemia de COVID-19 han profundizado la desconfianza hacia los gobiernos y han dejado a muchos países en una situación vulnerable. En lugar de ofrecer soluciones sostenibles, algunos líderes actuales recurren a políticas populistas y nacionalistas que pueden aliviar temporalmente el descontento, pero que a largo plazo exacerban las divisiones sociales y económicas, lo que aumenta el riesgo de conflictos y la inestabilidad.
El impacto de la propaganda y el control de los medios en el período de entreguerras fue significativo para la manipulación de masas. Hitler, por ejemplo, fundó el Ministerio de Propaganda de Alemania, dirigido por Joseph Goebbels, para controlar todos los aspectos de la comunicación pública y crear una imagen idealizada del Tercer Reich. Este control total de la información permitió al régimen nazi fortalecer su posición y aplicar políticas represivas con el apoyo de una población manipulada. En la actualidad, aunque el control mediático no es tan absoluto en la mayoría de las democracias, muchos líderes autoritarios han aprendido a explotar los medios digitales y sociales para lograr fines similares. La censura, la persecución de periodistas y el uso de bots y trolls en las redes sociales permiten a los gobiernos difundir desinformación y silenciar críticas, promoviendo una versión distorsionada de la realidad que favorece sus agendas. En este sentido, la manipulación mediática sigue siendo una herramienta poderosa que limita la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones informadas y debilita los procesos democráticos.
Otro factor común entre el período de entreguerras y la actualidad es la creciente militarización como respuesta a conflictos internos y externos. En la Europa de entreguerras, tanto Alemania como Italia y Japón adoptaron políticas de rearme y expansión territorial como soluciones a sus problemas internos y para proyectar una imagen de poder. Hitler reintrodujo el servicio militar obligatorio y expandió rápidamente el ejército alemán, en violación de los términos del Tratado de Versalles. Esta militarización contribuyó al deterioro de las relaciones internacionales y sentó las bases para una confrontación armada. Hoy, aunque el contexto internacional es diferente, la militarización sigue siendo una respuesta común ante la inestabilidad y las tensiones geopolíticas. En varios países, los gobiernos han aumentado el presupuesto militar y han adoptado políticas exteriores agresivas, justificando estos movimientos con argumentos de seguridad nacional o protección de intereses estratégicos. Este incremento en la militarización, sin embargo, aumenta el riesgo de conflictos y reduce los recursos disponibles para el desarrollo social y económico, creando un círculo vicioso de violencia e inestabilidad.
En el período de entreguerras, la falta de un sistema de seguridad colectivo efectivo fue un factor clave que permitió la expansión de los regímenes totalitarios. La Sociedad de Naciones, creada después de la Primera Guerra Mundial con el propósito de evitar futuras guerras, fracasó en sus objetivos debido a su falta de autoridad y la ausencia de las grandes potencias como Estados Unidos. Este vacío en la seguridad internacional permitió que países como Alemania, Italia y Japón llevaran a cabo políticas de expansión sin temor a represalias. En la actualidad, el sistema de seguridad colectivo también enfrenta desafíos significativos. Organizaciones como las Naciones Unidas, aunque han desempeñado un papel importante en la resolución de conflictos, han visto su eficacia limitada por la falta de consenso entre las grandes potencias y los intereses divergentes de sus miembros. La falta de una respuesta global unificada ante problemas como el cambio climático, la migración masiva y la proliferación de armas plantea serias amenazas a la paz mundial y facilita que los líderes autoritarios actúen con impunidad.
Además, el resurgimiento de conflictos armados y crisis humanitarias en diferentes regiones del mundo sugiere que el sistema de seguridad internacional está en crisis. En lugar de promover la paz y la cooperación, muchos países han adoptado políticas proteccionistas y de confrontación que agravan las tensiones y dificultan la colaboración internacional. Los conflictos en Medio Oriente, África y Europa del Este reflejan una situación en la que los líderes de varios países, en lugar de buscar soluciones pacíficas, han adoptado estrategias de fuerza y control que perpetúan la violencia y el sufrimiento humano. Estos líderes, como en el período de entreguerras, tienden a justificar sus acciones con argumentos de seguridad o defensa de la soberanía, pero en realidad buscan mantener el poder a cualquier costo.
La lección principal que podemos extraer de la comparación entre el período de entreguerras y la actualidad es que la violencia y el autoritarismo son respuestas que solo agravan las crisis. Los problemas complejos que enfrenta el mundo hoy, como el cambio climático, las crisis económicas y la inestabilidad política, requieren soluciones basadas en la cooperación y la solidaridad internacional. La historia muestra que los líderes autoritarios, al priorizar sus intereses personales, llevan a sus países a situaciones de conflicto y aislamiento, lo cual solo profundiza las dificultades. La sociedad civil tiene un papel fundamental en exigir una gobernanza ética y responsable que promueva el bien común y la paz duradera. Las instituciones democráticas y los sistemas de seguridad internacional deben fortalecerse para evitar que los errores del pasado se repitan. ¿Estaremos en la antesala de un nuevo y mortífero conflicto mundial?