Santiago Peña, un economista conservador, fue el triunfador electo por amplio margen como presidente de Paraguay. Una hazaña política que vale la pena ver de cerca, porque logró mantener en el poder al Partido Colorado a pesar de navegar en aguas extremadamente adversas desde varios puntos de vista del quehacer político.
El triunfo de Peña no fue una sorpresa para muchos, pues las encuestas lo venían situando como firme favorito durante los últimos meses, a pesar de contar con varias condiciones adversas que pudieran afectar su desempeño.
Pero, ¿por qué ganó este candidato y el ya gobernante Partido Colorado? Para entenderlo, es necesario hacer un análisis de la situación política actual en Paraguay.
El candidato de apenas 44 años logró sortear fuertes divisiones internas, así como acusaciones de corrupción contra los principales líderes de su tolda política. Peña obtuvo 43% de los votos, con 99% de los votos contados, con lo que superó a 2 contendientes que dividieron el voto de la oposición. Otro factor que hace de esta una victoria totalmente a contrapelo.
Por otro lado, el principal rival de Peña, Efraín Alegre del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), no logró consolidar una coalición lo suficientemente amplia como para hacerle frente al Partido Colorado.
A pesar de que Alegre contaba con el apoyo de otros partidos políticos y de algunos sectores sociales, no logró unir a la oposición en un frente común, lo que debilitó su candidatura.
Un dato particularmente curioso fue que durante la campaña no presentó un programa de gobierno. Sin embargo, una de sus principales promesas fue la creación de 500.000 empleos, lo cual enganchó con la gente: una solución concreta a muchos de los problemas que los agobian.
El país apostó entonces nuevamente a una propuesta de tinte tradicional, ante la incertidumbre de lo que podía tener por delante con las otras alternativas.
Otras promesas genéricas que acompañaron su campaña fueron el “sacar a los drogadictos de las calles” y bajar los precios de la gasolina. Ambas propuestas in mayores detalles, según recogen los medios de las tierras australes.
Así, curó las heridas que le quedaron de 2017, cuando perdió la postulación presidencial en las primarias coloradas frente al actual mandatario Mario Abdo. Sin duda supo esperar, porque lo que no es hoy puede ser mañana y, como dice el viejo dicho, el único muerto en política es el que está tres metros bajo tierra.
Su única aparición en posiciones de mando fue como ministro de Hacienda del muy cuestionado expresidente Horacio Cartes, a quien sin embargo mantuvo a su lado durante el discurso que pronunció tras el triunfo.
Se pensó que también le podría afectar su afiliación al mismo partido del mandatario saliente, Mario “Marito” Abdo, quien no se pudo presentar a la reelección por los límites de mandato que imponen las leyes del país. No existe la reelección de ningún tipo.
Abdo dejó una carga muy dura de llevar al candidato de su partido, porque su manejo de la epidemia del coronavirus fue tremendamente mala evaluada en las encuestas. Sin embargo, esto pareció pesar poco en los votantes que apoyaron la opción de Peña.
Por otro lado, su juventud hace llave con ser un rostro relativamente nuevo en la política, para venderse a sí mismo como la tan ansiada renovación que el país reclamaba y que parece ser un clamor en cualquier latitud, cuando se trata de llevar nuevos rostros al poder.
Pesó también a favor su familia modelo, casado y con 2 hijos, uno adulto y otra adolescente. Echó mano de las relaciones familiares en su discurso, explicando cómo el apoyo de sus padres fue clave para terminar sus estudios en Estados Unidos después de haberse casado y haber sido padre muy joven.
Y por cierto, en sus manos está también acercar al país con la nación del norte, un aliado que consideran clave, pero de quien se distanciaron en el mandato de Cartes, justamente donde el nuevo ganador tuvo una posición dentro del gabinete ministerial. Algo en lo que pueden pesar a favor sus estudios en el norte.
Sin embargo, adversarios y analistas no dejan de mostrar su preocupación ante la escasa experiencia práctica del truinfador. Se le considera como un tecnócrata, exhibe una brillante carrera académica, pero su experiencia en la arena de la realidad es bastante escasa.
Este joven de poca experiencia llega de la mano de un partido que ya cumplió nada menos que 135 años y que ha ocupado el sillón presidencial muchas veces en la historia del poder. Como muestra, un botón: baste decir que la organización política ha gobernado a la nación sureña por 71 de los últimos 76 años.
Un candidato joven puede entonces lavarle el rostro a un partido vetusto. Parece ser la principal lección que se desprende de esta contienda.