OPINIÓN

Paradojas cubanas

por Luis Marín Luis Marín

La Asamblea General de la Naciones Unidas aprobó el 23 de junio otra Resolución sobre la “necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América a Cuba” que, a partir de 1992, ya lleva 28 repeticiones, lo que justifica alguna reflexión sobre esa ceremonia, dejando a salvo que los actos rituales, que con el paso del tiempo pierden conexión con su origen, relevan de explicación racional.

Lo primero que salta a la vista es la introducción como de soslayo de la palabra “bloqueo” en un instrumento jurídico internacional, siendo que la doctrina exige para la validez del concepto, como requisito de fondo, que se cumpla el principio de efectividad, esto es, que sea mantenido con una fuerza suficiente para impedir realmente el acceso al litoral enemigo; como requisito de forma se exige la notificación, no solo al bloqueado sino también a los terceros Estados; esto en el contexto de un estado de guerra. Ninguna de estas condiciones se cumple en el caso en cuestión.

Pero lo más paradójico es que el argumento del canciller castrista Bruno Rodríguez Parrilla para solicitar el cese del supuesto bloqueo es que “no ha funcionado”, es decir, que no es un bloqueo. Ni lo es en el sentido jurídico de la palabra por no ser ejercido con una escuadra en el lugar mismo. Según él se trata de una “política anacrónica e ineficaz que no ha logrado ni logrará su objetivo y ha terminado por desacreditar y aislar al propio Estados Unidos”. En este punto ya no se sabe si vela por los intereses de Cuba o por los de Estados Unidos.

Lo más cerca que Cuba ha estado de un bloqueo fue durante la crisis de los cohetes en octubre de 1962, en que fue rodeada por una escuadra naval, cerco que se suspendió en noviembre, una vez que la URSS convino en retirar sus misiles nucleares a cambio de que Estados Unidos retirara los suyos de Turquía y se comprometiera a no invadir la isla. Casi 60 años después, el castrismo sigue explotando propagandísticamente aquellos 13 días de gloria.

 

La respuesta del representante de Estados Unidos no es menos desconcertante, puesto que se refiere a sanciones económicas (no a un bloqueo) que serían herramientas para promover la democracia y la libertad en la isla, destacando que su país es el principal socio comercial de Cuba, a donde exporta miles de millones de dólares en alimentos, medicinas y otros bienes materiales. A los que se podrían agregar los más de 30 años de subsidios de la URSS y los más de 20 de regalías de Venezuela.

Pero esta polémica en torno no es lo único que produce perplejidad en la Resolución sino su contenido que en su parte dispositiva la Asamblea General: “2. Reitera su exhortación a todos los Estados a que se abstengan de promulgar y aplicar leyes y medidas del tipo indicado en el preámbulo de la presente resolución (…) que, entre otras cosas, reafirman la libertad de comercio y navegación”.

Exhortación que no se dirige a ningún país en particular sino a todos los Estados miembros y cuya motivación se basa en la preservación de la “libertad de comercio”, principio que cualquiera podría apoyar desde un punto de vista perfectamente liberal y paradójicamente no se respeta en absoluto en Cuba.

Asimismo, “3. Insta una vez más a todos los Estados en los que existen y continúan aplicándose leyes y medidas de este tipo a que (…) tomen las medidas necesarias para derogarlas o dejarlas sin efecto.” Otra vez en general, sin alusión particular a Estados Unidos.

De más está decir que estas expresiones no tienen ningún carácter vinculante, tanto menos dirigidas así en general a todos los Estados miembros. Lo que sí vale la pena destacar es el manejo comunicacional que se hace de esta Resolución.

En todos los medios globales se proclama que la ONU “condena” abrumadoramente el embargo económico contra Cuba; cierto que evitan decorosamente la palabra “bloqueo”, escandalosamente falsa; pero publicitan una condena que no se encuentra en ninguna  parte del texto de la Resolución, donde ni siquiera aparecen las palabras condena ni embargo.

El régimen cubano hace gala del contrasentido: por un lado se presenta triunfalista, se exhiben letreros en la isla que dicen “el imperialismo de rodillas”, Estados Unidos se encuentra aislado de la comunidad internacional “que pugna por el fin del embargo”; pero por otro lado se hace la víctima: “El bloqueo mata, asfixia y debe cesar”.

Una política que no ha funcionado, que es ineficaz, anacrónica, que no ha logrado su objetivo y nunca lo logrará, no obstante, es responsable de todo lo malo que ocurre en la isla, desde las colas y el desabastecimiento hasta la expansión del virus chino. 62 años de independencia y todo lo que pase en Cuba depende de Estados Unidos.

Si es contraproducente y el que resulta aislado es Estados Unidos, ¿para qué lo quieren eliminar? El “bloqueo” es el eje de la política exterior del régimen y de sus aliados en el exterior, como también de sus quintacolumnistas en Estados Unidos, que no escapan a las incongruencias y contradicciones del régimen.

Por ejemplo, tienen una campaña para tender “puentes de amor” con la isla, combinada con otra a favor de la unificación de la familia cubana, en particular para liberalizar el envío de remesas; pero, ¿cómo se hacen compatibles esos puentes de amor con la aplicación de la Ley 88 para combatir la propaganda enemiga y la promulgación de un Código de Familias para abolir la familia tradicional cubana?

La ONU se presta como escenario para la representación de esa comedia de equivocaciones absolutamente insustancial, en la que nada es lo que aparenta ser, solo para complacer a una tiranía decrépita respaldada por regímenes igualmente retrógrados, anclados en un mundo que dejó de existir por lo menos desde 1989, para poner una fecha emblemática.

La incongruencia es el sino que distingue la actitud de Occidente frente a la tiranía castrista. A principios de año el representante de la Unión Europea en la isla, Ernesto Navarro, apoyó una carta abierta exigiendo al gobierno de Biden la suspensión del “bloqueo”, para luego dejar en claro: “No. Yo no considero que Cuba sea una dictadura. Claro que no”.

Ante la protesta de algunos eurodiputados fue llamado a consultas por el alto comisionado para la Política Exterior y Seguridad Común, Josep Borrell, otro comunista español y puntal del régimen castrista. Luego de la “consulta” Navarro volvió a su cargo confirmando lo que todo el mundo sabe, que goza del apoyo del alto comisionado y todo su equipo.

Lo cual no es nuevo, la anterior comisionada, Federica Mogherini, comunista italiana, introdujo en las declaraciones de la Unión Europea la idea de que Cuba es una “democracia de partido único”, un concepto que nadie ha corregido por lo que forma parte de la doctrina europea, como allá no existe ningún modelo de ese tipo, sería aplicable solo en países incivilizados, con lo que no en balde se la considera inequívocamente racista.

El Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación entre la UE y Cuba establece como requisito el reconocimiento del sistema jurídico-político que rige en la isla, o sea, la espuria constitución comunista impuesta en 2019, que establece el carácter irrevocable del socialismo, el recurso a la lucha armada contra quien trate de cambiarlo por cualquier medio y como único, fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado, al Partido Comunista. Así no hace falta mencionar la Ley 88, la “peligrosidad predelictiva”, el delito genérico de contrarrevolucionario y toda la demás seudolegislación que viola a la letra el elenco completo de derechos humanos que la UE dice defender.

Lo que abisma en que el Senado español rechace condenar las violaciones sistemáticas de derechos humanos en Cuba y el vocero del partido gobernante, senador Pedro Meneses, lo justifique diciendo que ellos “no pueden poner en duda la independencia del Poder Judicial y de la Fiscalía” de ese país, es su ignorancia supina del régimen jurídico-político castrista, donde no existe división ni independencia de poderes, como en las “democracias burguesas”.

Ciertamente que hay más castristas en Estados Unidos y Europa que en Cuba, la obscena longevidad de esa entelequia no puede explicarse sin la larga tradición del comunismo europeo y norteamericano que la preserva como una reliquia que prueba la factibilidad de su utopía.

Y solo desaparecerá con su definitivo desencanto.