Una carta de 7 senadores republicanos y demócratas del Congreso de Estados Unidos envía 2 mensajes al presidente Biden, uno relacionado con la profundización de las relaciones con el Ecuador y la otra “by inmediately holding  accountable” al expresidente Rafael Correa por actos de corrupción y violación de derechos humanos. Esta carta que circula por las redes y medios internacionales y sin querer indagar sobre su aplicabilidad por un país en donde el referido no está sancionado por una corte, igual me hace preguntarme que nos ha pasado en América Latina con la clase política y que a todas luces la ambición de poder y enriquecimiento están  a la orden del día.

Por ello, reitero, unas reflexiones que a manera de pregunta me he hecho anteriormente y he compartido con mis amables lectores en esta misma página. ¿Por qué alguien quiere ser político? Las respuestas elementales nos dan dos opciones, por amor a la patria  o por servir al prójimo. Con el tiempo vamos descubriendo que esta ecuación es más compleja. La política para muchos es un trampolín para tener poder. ¿Para qué quieren ese poder? Para seguir sirviendo al prójimo o para enriquecerse. Pero, ¿para qué te quieres enriquecer? Para vivir mejor y tener poder. Muchos seres humanos se quedan en la primera premisa. Riqueza para vivir mejor. Totalmente legítimo. Para otros, es el poder para tener riqueza. En esa ecuación entran entonces muchos de los políticos profesionales. Los de la primera premisa  trabajan y hacen dinero, los segundos para alcanzar la misma riqueza no les queda más remedio que robar no a sus vecinos, ni las de los bancos, sino las arcas del Estado. Es entonces allí donde la política y los políticos se denigran y las verdaderas motivaciones  de su actuación se hace visible sin mayor dificultad. Entonces no hay ni amor a la patria, ni amor al prójimo. Quien quita lo que no le pertenece, no lo trabaja con honestidad y está en la política es un estafador de sueños.

Cuando descubrimos las andanzas a lo largo y ancho de América Latina de políticos envueltos en las corruptelas de Odebrecht, que incluye presidentes, ministros, funcionarios, etc., entonces comprobamos la primera premisa. La corrupción es simplemente eso, desamor por la patria y el prójimo. Veamos el caso de Venezuela, cuánto dinero y cuántas fortunas se han hecho en nombre de la política, de la revolución. El día que se conozca, si es posible, las cifras exactas de los millones de dólares estafados a la nación por unos pocos para quitarle a muchos quedaremos atónitos, el caso del expresidente de Pdvsa es elocuente. Una cosa es presumir  y otra comprobarlo. Por ejemplo, lo que el mundo ve de Venezuela es pobreza, mucho deterioro, mucha lucha por el poder y mucho político con cargos públicos enriquecidos,  viviendo tan holgadamente que es imposible calcular cómo con la estrechez de ingresos que tienen funcionarios que oscilan entre 20 y 100 dólares mensuales  pueden tener tanta holgura. Los millones de asalariados públicos o privados de la nación que no tienen poder, por el contrario apenas les alcanza para vivir.

No sé en qué terminará el caso del señor Correa, pero ciertamente es triste que tantos expresidentes y altos funcionarios estén señalados por corrupción y uso del poder para controlar sus sociedades.


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