Apóyanos

Papita, maní y beisbol

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Alex Romero

Tenía diecisiete años y lo más importante para mí era el beisbol. Era finales de 2006 y mi equipo, Los Tigres de Aragua, llegaba a la final con los Navegantes del Magallanes. Me puse mi gorra y mi camisa y me fui directo a ver el juego a la casa con toda la familia de una amiga. Siempre había seguido el beisbol venezolano con la devoción de un verdadero creyente. El ambiente en toda Maracay era de intensa fiesta.

Aquel juego comenzó con algunos tropiezos para mi equipo los Tigres, donde todo indicaba que se desplomaban, todo indicaba que mi equipo perdía el juego. En el octavo inning las personas salían del estadio con sus pasos apresurados, tristes, sacando la cuenta de todo lo que habían gastado… para ver los Tigres de Aragua perder. Pero llegó el noveno inning; iban perdiendo con una gran diferencia de siete carreras. Jean Machi pichaba, todo lo que lanzaba para la goma era una centella, una bala cruda y dura. Machi que luego se convirtió en el gran lanzador de San Francisco Giants. Todo se veía perdido para los Tigres.

Todo se había consumado. Había que ir a Valencia a enfrentar a Navegantes del Magallanes, en su casa. Cuando el lanzador Machi se complica y tiene hombre en primera y segunda, comienzan los aficionados a regresar para ver la interesante situación. Da un hit Maza y anota Ronny Cedeño. Se calienta el estadio, se calientan los fanáticos y en la euforia, la madre de mi amiga, la dueña del apartamento donde estaba viendo el juego, llena su vaso de su güisqui mientras grita «¡Vamos carajo!» botando pedazos de maní de su boca. Núñez da un batazo que pica y se eleva tan alto que dificulta el out en primera y anota el hombre que estaba en tercera. La madre de mi amiga se pone más eufórica y más pedazos pequeños de maní salen de su boca. Es entonces cuando uno va directo a mi vaso de ron. Todos excitados por la situación silbábamos, gritábamos consignas: «¡Vamos, que sí se puede!», aunque yo miraba con un poco de asco el pedazo de maní naufragando en mi vaso de ron, chochando con los hielos. Al lanzador Machi lo sentaron para darle oportunidad a otro que no recuerdo su nombre; el juego ahora estaba 10 a 5, a favor de los Navegantes del Magallanes.

Estadio José Pérez Colmenares

La madre de mi amiga, nerviosa, seguía comiendo maní, y el lanzador nuevo había dado base por bola. Y ahora estaban las bases llenas. La situación estaba cambiando y yo también había cambiado mi trago, ya que no quería tomar mi vaso con ron y el maní chupado de la madre de mi amiga. Ella seguía gritando consignas y comiendo maní. Esta vez tomé mi vaso en las manos y lo tapé protegiéndolo de cualquier proyectil. El jugador de turno bateó y fue un out fácil para Magallanes. Luego de aquel out el manager de  Magallanes cambió de pitcher y mandó a buscar a su cerrador. La madre de mi amiga pide a su hija recargar su vaso de güisqui y amenaza con seguir comiendo maní. La  tensión la sentía el Magallanes y también yo cuando vi el puñado de maní que la madre de mi amiga se metió en la boca. Mi vaso de ron estaba indefenso encima de la mesa. El drama era grande para los magallaneros y también para mí.  El nuevo lanzador, presionado por las bases llenas, tres bolas y un strike, dio una base por bolas que hizo mover a los corredores. El marcador en ese momento: 10-8 a favor de Magallanes.

La madre de mi amiga se convirtió en una feria soltando maní por su boca y diciendo que le pasaran su vaso de güisqui. Yo quería que todo terminara, que si iba a ganar mi equipo, que ganara y que si iba a perder que perdiera, pero no quería sufrir más por los proyectiles de maní babeados por la madre de mi amiga. Hasta que por fin pasó lo que tenía que suceder, Alex Romero dio el batazo, muy bien colocado, que permitió anotar a los corredores en las bases y le dio la victoria a Los Tigres de Aragua. Todo el mundo se desbordó en el estadio, todo el mundo excitado, saltaba, gritaba, nos abrazamos, lloramos y, en el momento de tomar mi vaso para beber un trago largo de ron, caí en cuenta de que estaba al lado de la madre de mi amiga. Gracias al Señor y al Espíritu Santo lo revisé  antes de llevarlo a mi boca. Mi trago de la victoria estaba lleno de maní, de un maní baboso con un aroma a güisqui.

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional