Andrés Serbin/Latinoamérica21
La pandemia ha causado el mayor daño económico, político y social a la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial. A nivel internacional, la primera víctima –y la más evidente– ha sido la cooperación internacional y su capacidad de proveer los necesarios bienes públicos globales. Particularmente en un mundo caracterizado por las desigualdades entre los habitantes del planeta y entre las naciones.
América Latina y el Caribe es la región en desarrollo más afectada por la pandemia. Representa el 8,4% de la población mundial y, sin embargo, concentra 30% de las muertes por COVID-19 y sufre su peor contracción del PBI, con una caída del 7,7% en 2020.
La pandemia ha ocasionado el cierre de 2,7 millones de empresas, con una dramática destrucción de empleo que afecta principalmente a jóvenes y mujeres y con un desplome drástico del comercio, la inversión extranjera y las remesas.
Como consecuencia de este deterioro de las economías de la región, se ha incrementado la desigualdad y la pobreza. Si en años anteriores América Latina había logrado reducir la pobreza, de 45,2% de la población en 2001 a 30,3% en 2019, como consecuencia de la pandemia el número de pobres en la región aumentará en 28,7 millones de personas, alcanzando a 33 % de su población total.
En líneas generales, como lo señala un informe de la Cepal, el impacto de la pandemia en la región ha sido brutal y ha magnificado las brechas estructurales en materia de desigualdad afectando, en particular, a los sectores más vulnerables de la sociedad.
Pero el mundo en general se enfrenta a una pandemia amplificada por la desigualdad social que requiere profundizar no sólo en las causas estructurales profundas que en cada sociedad han conducido a este impacto desparejo sino también en los diversos efectos de la transición que vive el sistema internacional.
La desigualdad que caracteriza a América Latina y que propicia la propagación de la pandemia por la falta de insumos médicos y de vacunas que contribuyan a una respuesta sanitaria consistente, no es una particularidad de la región.
La asimetría entre naciones en su acceso a estos elementos a nivel mundial marca también la dinámica global actual. Emerge un nacionalismo de las vacunas en las naciones con economía más poderosas que acumulan insumos médicos en exceso, agravando la escasez de vacunas entre las naciones marginadas y la brecha entre el mundo desarrollado y las naciones en desarrollo.
Los países ricos tienen 14% de la población mundial, pero han comprado más de la mitad de las dosis de vacunas disponibles para su comercialización.
En este marco, ante la escasez de vacunas en América Latina por la insuficiente producción y el acaparamiento de los países ricos, entra a tallar –con todo su peso– la geopolítica de las vacunas.
En una región asolada por la desigualdad y la ausencia de recursos sanitarios, la “diplomacia de las vacunas” genera una estampida por proveer de un bien público global para reforzar el “poder blando” de algunas potencias.
El vacío dejado por las naciones occidentales y algunas grandes corporaciones farmacéuticas en asistir a la región es ocupado por la creciente presencia e influencia de Rusia y China e incluso de la India, actualmente sumida en plena catástrofe sanitaria.
Un hecho que no escapa al creciente peso de Eurasia en el proceso de desplazamiento del dinamismo económico mundial y de la influencia y proyección política desde Occidente a Oriente.
Pero las desigualdades persisten –tanto al interior de las sociedades latinoamericanas como en el marco del sistema internacional–, mientras que, parafraseando a Von Clausewitz, la salud pública global pareciera pasar a ser la continuación de la política por otros medios.
Andrés Serbin es analista internacional. Presidente Ejecutivo de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES). Consejero pleno del Consejo Argentino de Rel. Internacionales (CARI). Fue Director de Asuntos del Caribe del Sistema Económico Latinoamericano (SELA).
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