Anatomía de una caída ganó una discutible Palma de Oro, siendo un filme algo tópico en su planteamiento estético y subsidiario del género judicial.

Por ratos el filme amenaza con ser la respuesta francesa al caso de Deep versus Heard, a los trabajos parlanchines de Aaron Sorkin en ambientes de tribunales.

Pero de pronto la película despega hacia otros horizontes, conforme evoluciona la depurada dirección de Justine Triet, secundada por un guion y unos actores en el momento de sus carreras.

Podría refutar el primer premio en Cannes, considerarlo una nueva concesión a las cuotas y las agendas reivindicativas de hoy en los festivales.

Sin embargo, sería un acto de deshonestidad no reconocer la calidad audiovisual del largometraje, dentro de la perspectiva y el contexto del cine contemporáneo.

¿Qué se valora en el filme? De seguro la capacidad intertextual de plantear diversos contagios entre la realidad y la ficción, la modernidad de Bergman y la vigencia de los melodramas de ruptura en atmósferas opresivas, como El Resplandor.

De hecho, por la locación invernal y el tipo de encuadres, Anatomía de una caída resignifica las composiciones fatales de Kubrick y los Hermanos Coen en Fargo.

La cámara se fija por instantes en las reacciones de los rostros de los actores, dejando fuera de campo las impresiones de sus abogados y torquemadas.

Ahí percibimos la tragedia y la injusticia de unas víctimas de un decorado kafkiano, de un absurdo “proceso” burocrático en el interior de unas construcciones pulidas de madera, cuyas capas funcionalistas desprenden un aura de impersonalidad y deshumanización.

Luego, Justine Triet mueve el lente a placer, sacándonos de la zona de confort, al jugar con la óptica invasiva de los reality show, con la visión orwelliana del poder ante unos seres que simulan y recrean la muerte.

En la historia, un hombre fallece en unas extrañas circunstancias, mientras la esposa es acusada por el delito, debido a diferentes situaciones de conflicto. Ambos son escritores, ella es la exitosa, él sufre de bloqueo y la culpa de su fracaso.

El suspenso radica en descubrir la complejidad detrás de un aparente caso de homicidio.

La realizadora incluye, deliberadamente, la mirada reductora de los canales de televisión, de los reportajes sensacionalistas, de los expertos que sentencian en función de presunciones.

Pero claro, la verdad es más compleja, como el propio cine cuando se toma así de en serio.

Por ello, Anatomía de una caída va venciendo, de a poco, cada uno de nuestros prejuicios, demostrando un punto asertivo sobre la crisis de un matrimonio, acerca de saber observar con mayor amplitud, lo cual es un legado del séptimo arte.

Por ende, en el relato se desarrolla la toma de conciencia de un hijo con discapacidad visual, en un ensayo de la ceguera donde se abren los ojos a través de la magia del paso del tiempo, de la reconstrucción del espacio y la memoria.

Así que el chico y la madre, junto con el resto del dispositivo, encarnan una parábola del dolor que implica cualquier acto de creación. Ellos son alter egos de las familias disfuncionales del maestro sueco, de los desgarros de Cassavetes, de los recientes y logrados experimentos de Noah Baumbach.

Por consiguiente, una Palma de Oro que discutiría en principio se convierte en una fija en mi lista del año.

Mi texto es también producto de los dilemas y las paradojas que detona la muy estimulante Anatomía de una caída.

Espero volver a verla en las pantallas nacionales, capaz en un ciclo francés.

Mérito de la directora y de la enorme Sandra Huller, que es una Palma de Oro de nuestro tiempo, más que digna de celebrar.

En ella recae la fuerza de un cine importante de Europa, el de Toni Erdmann, el de Zone of Interest.

De manera que Cannes y el mundo tienen razones para amarla y consagrarla.

Capítulo aparte requiere el montaje de la música, que aporta y suma a la trama de fondo.

 


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