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Palestina: el drama de una nación sin Estado

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Hamás su

GETTY IMAGES

«No hay otra solución porque los palestinos no se van a ir, no tienen adónde. Los judíos israelíes tampoco nos vamos a ningún lugar, no tenemos adónde. No podemos ser una gran y alegre familia porque no somos una familia. Somos dos familias muy infelices. Debemos dividir la casa en dos apartamentos más pequeños. No hay otra opción».

Amos Oz

Lo que describe Amos Oz es lo que trató de hacerse bajo la resolución de las Naciones Unidas el año 1948. Dividir el histórico territorio de Palestina y levantar dos Estados, uno donde se estableciera el Estado de Israel y el otro donde se estableciera un Estado Palestino. A partir de entonces comenzaron los conflictos, pues no solo los palestinos sino también  el grueso de las naciones árabes no reconocieron a Israel, sino que combatieron al nuevo Estado en guerras cuyo propósito era su total destrucción. Israel se defendió,  salió victoriosa y fortaleció tanto su conciencia nacional como el incipiente Estado y sus instituciones, que como corazas de acero han desarrollado la orgullosa nación que conocemos hoy.  Sus orígenes se encuentran en el sionismo, un movimiento judío  que en los años del despertar del nacionalismo en la Europa del correr de los últimos lustros del siglo XIX, lucho denodadamente por el establecimiento de un Estado judío en las antiguas tierras de Israel.

La conciencia nacional del pueblo judío que solidificó la ideología sionista encontró un estímulo propicio para su concreción en el Holocausto, esa terrible y dolorosísima experiencia que despertó  la nación y la necesidad de construir un Estado que la protegiera e impidiera por nunca jamás una nueva Shoá, la devastación sufrida por el pueblo judío consecuencia de su afán de destrucción total por parte de los nazi. El nuevo Estado se fortaleció también gracias al apoyo material y espiritual de las principales potencias occidentales, victoriosas de la Segunda Guerra Mundial recién concluida, de forma sobresaliente por Estados Unidos y de su activa e influyente comunidad judío-norteamericana. Por último, y no por ello menos importante, es de justicia resaltar la labor cumplida por la élite fundadora del Estado de Israel en la creación y puesta en marcha de su andamiaje institucional, bajo principios democráticos, de respeto al Estado de derecho y  laicista, gracias al  liderazgo de un hombre con visión de estadista, que fue David Ben-Gurión.

A diferencia del Estado de Israel, el pueblo palestino, pasados ya 75 años, no ha podido construir su Estado nacional. Una gama de complejos factores lo han impedido, entre los que destacan el involucramiento de los pueblos árabes y sus jóvenes naciones en el conflicto, las duras realidades de la geopolítica, como diferencias radicales que con el tiempo han crecido en vez de aminorarse, en el seno de las élites dirigentes palestinas, con el agravante hoy de que se han fortalecido las élites radicales, representadas en grupos que como Hamás han sido identificadas efectivamente como terroristas, y grupos moderados que han perdido la otrora primera relevancia, como es el caso de Fatah. El Estado moderno, independientemente de la latitud donde se encuentre, ha sido identificado por tres datos existenciales: comunidad nacional, poder soberano y territorio. Pues bien, si en la actualidad no se discute la condición de comunidad nacional de los palestinos, pues no solo configuran un pueblo con pasado, presente y vocación de futuro, un sentido de vida en común unido por lazos culturales que los identifica con un “nosotros” frente a “los otros”, no es el caso del territorio, penetrado, disminuido y dividido por la colonización israelí, y sin poder soberano, en la medida de las limitaciones a dicho poder impuestas, consecuencia de las conflagraciones bélicas, por parte del país vecino.

Como suma de los males de la joven comunidad nacional, la élite palestina en parte de su integración ha sido penetrada por el fundamentalismo religioso islámico y la idea de la soberanía divina reñida con la secularización ilustrada que trajo consigo la modernidad, lo cual se acompaña para mal y al unísono, del fundamentalismo religioso judío, cada vez más influyente en la sociedad y en la política israelí de la actualidad, con su visión del gran Israel  que niega la estatalidad palestina. En conclusión, el volver al espíritu de 1948 y el reto de la auténtica y necesaria construcción de un Estado palestino libre y soberano, sigue siendo pese a todos los avatares una tarea pendiente y necesaria, dado que es la garantía de paz, concordia y estabilidad para la conflictiva región.

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