OPINIÓN

Palabras muertas y otras agonías

por Ramón Hernández Ramón Hernández

Desde 1914 hasta 2014 la Real Academia de la Lengua declaró oficialmente en desuso más de 2.793 palabras y las sacó del diccionario. Un horror para los zulianos, que no solo han visto cómo botan a la basura los billetes de baja denominación –tan baja que ni con una camionada de efectivo se puede comprar un cepillado en Las Delicias–, sino que la palabra que mejor expresa lo que viven, un verdadero “verguero”, fue expurgada del “mataburros” y no es posible encontrarla en alguna de las muchas acepciones que se escuchan desde mucho antes de empezar a cruzar el puente.

Por economía, para ahorrar quizás menos de diez páginas, o por razones y criterios que no están claros, los académicos cada cierto tiempo “depuran” el diccionario y sacan, expurgan, lanzan al olvido las palabras que consideran que se han muerto, que ya no se pronuncian ni aparecen en los libros. Es como quien cada cierto tiempo limpia el clóset y bota la ropa que no le gusta, aunque acaba de ver al vecino con una camisa parecida.

“Verguero” se deriva de “verga”, término que registró el primer diccionario de español, el de Nebrija, como “palo” y que luego en el vocabulario marinero sirvió para designar al palo mayor de las embarcaciones de vela. Con el tiempo se empezó a utilizar para referirse al órgano sexual masculino de los animales, especialmente de los toros, con los cuales se fabricaba una especie de látigo que se denominó “vergajo” y “vergajazos” los golpes que se daban con él. Un zuliano utiliza “verga” para toda “verga”, y por ahí circulan todos los significados que se le puede atribuir, pero vamos a limitarnos a “verguero”, que en su acepción más primitiva se refería al artesano que se dedicaba a cortar vergas y a elaborar “vergajos”, un oficio obviamente fenecido. Si los académicos de la guadaña hubiesen consultado o investigado un poquito más allá de Vallecas, lo predios de Víctor Suárez en Madrid, habrían constado que es parte esencial del habla contemporánea y que puede usarse cuando hay algún pleito o problema: “Tremendo verguero se armó”; cuando hay mucho de algo: “Te compraste un verguero de ropa”; cuando hay desorden: “Dejaron la casa hecha un verguero”.

En descarga de la RAE hay que admitir que sí, que muchas de esas palabras han desaparecido del horizonte lingüístico por referirse a actividades, herramientas, costumbres, vicios y grupos sociales, como pasó con los diskettes 3.5 y los CD-ROM, bautizados como “cederrón” por los peninsulares. Sin embargo, además  de los 40 millones de hispanohablantes que residen en España, hay otros 440 millones que hablan castellano como lengua materna, y la gran mayoría lo lee y lo escribe con propiedad y entre ellos–al contrario de lo que ocurre en Murcia o en Madrid– “aborrecido” es una palabra que se usa con frecuencia, igual que “enseñorearse”, “ínfulas” y  “escritorzuelo”, términos estos que como los adverbios terminados en “mente”, fueron condenados a la hoguera, ¿alevosamente?

El inglés, que ha devenido en lengua universal y no solo por ser el idioma de los business, no cuenta con tantos chafarotes, hegemones, vigilantes, guardianes perros de presa, protectores y custodios, pero sin mucha dificultad en los buenos diccionarios , que abundan y no son monopolio de nadie, se pueden encontrar las definiciones de las palabras en uso en 1.700 sin necesidad de tener acceso a algunos de los pasadizos secretos de la RAE. No desechan palabras por viejas, siempre habrá un libro en el cual se usó y se necesita saber su significado o historia más allá de lo que indica el contexto.

Las editoriales españolas y escritores, habiendo vencido el cerco del franquismo, por acción de la naturaleza no motu proprio y quizás como reflujo de las autonomías, han acentuado su localismo, su exagerado retozo sobre el propio ombligo, y están convencidos de que si no son los dueños del idioma son quienes definen sus usos y abusos. Aunque no se cansan de repetir la presunta participación de las academias americanas en la incorporación de nuevas palabras, son las propuestas en la península las que siempre obtienen la mayor incorporación de palabras, quizás en una proporción 9 a 1. Lo mismo pasa con los presuntos “malos usos”. Si se detectara alguno en boca o letra de un americano, saldrían gramática en ristre los centuriones del buen hablar a censurar la tropelía, pero en textos impresos en la Madre Patria la alcahuetería, la comprensión, la flexibilidad y el dinamismo del habla explican que se admita sin consultar el desconcertante giro “ir a por” para sustituir el verbo “buscar”, tan sonoro y claro, o “postureo”, un coloquialismo que significa “actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción”, que siendo una práctica muy española apenas se usa entre los hablantes. La Academia de la Lengua debe desprenderse del muy monárquico real y funcionar de manera republicana en un sitio neutral, como Puerto Rico. Presto, y no por echonería, gramática de Andrés Bello y verso de Rafael Cadenas.