OPINIÓN

Pájaros contra lobos

por Luis Alejandro Aguilar Pardo Luis Alejandro Aguilar Pardo

Recientemente terminé de leer el libro de Simon Parkin titulado A Game of Birds and Wolves (Un juego de pájaros y de lobos). El título del libro lleva un sub-título –“Las ingeniosas jóvenes cuyo juego secreto ayudó a ganar la Segunda Guerra Mundial”- y ambos merecen una explicación.

“WRNS” es la abreviatura de una sección de la armada británica denominada Women’s Royal Naval Service (Servicio de Mujeres de la Marina Real). El día que se reactivó nuevamente el servicio se acordó que usarían el acrónimo “Wrens” y que así se llamarían las integrantes de este servicio o rama de la Marina Real quienes prestarían servicios de tipo administrativo a la armada y que serían comandadas por un oficial del sexo femenino. ¡Algo nunca visto en la Marina Real Británica! Pero, anuncio desde ahora que lo de “servicios de tipo administrativo” se quedó corto. Y ya lo veremos.

“Wren” en inglés significa un pájaro pequeño de color marrón que es conocido en español como “reyezuelo”, “chochín” o “cucarachero”. De allí la palabra “pájaros” en el título del libro.

Docenas de entre las más talentosas e inteligentes Wrens fueron entrenadas en los términos, maniobras, costumbres y señales navales y recibieron capacitación para descifrar señales navales secretas, memorizar códigos de ubicación, plotear cursos, calcular distancias y rumbos, estimar la duración de trayectos, identificar y memorizar coordenadas de posiciones de buques y submarinos y descifrar señales de radio de submarinos enemigos. De entre las mejores Wrens se escogieron 15, cuyas edades estaban en el rango de entre 17 y 23 años y que fueron asignadas a un equipo secreto: el WATU (“Western Approaches Tactical Unit”) a cuya cabeza estaba el Capitán Gilbert Howland Roberts.

¿Cuál era la situación?

Winston Churchill y el almirante Karl Dönitz – jefe de la flota de submarinos de Alemania, luego Großadmiral (Gran Almirante) y jefe supremo de la Kriegsmarine (la Armada alemana) y último “Reichspräsident” (Presidente o Jefe de Estado) de Alemania, ya que Hitler lo designó en su testamento como su sucesor, cargo que ejerció desde el 30 de abril, luego del suicidio de Hitler hasta el 23 de mayo de 1945 y fue quien ordenó la capitulación de Alemania ante las Fuerzas Expedicionarias Aliadas- sabían que el Reino Unido tendría que capitular si Alemania llegaba a controlar la ruta de navegación del Atlántico Norte entre el Reino Unido, Estados Unidos y Canadá, a través de la cual el Reino Unido se abastecía de combustible, alimentos, acero, armas y maquinarias que eran transportados por un  gran número de barcos mercantes agrupados en convoyes escoltados por barcos de guerra.  Hablamos de entre 30 y 60 buques en un convoy.

El almirante Dönitz había diseñado sus estrategias de combate submarino cuidadosamente desde el final de la I Guerra Mundial y había identificado el punto más favorable en la cadena de daños. Este punto en la cadena consistía en atacar y hundir los buques mercantes de los convoyes con más celeridad de lo que los ingleses pudieran construir y reemplazar los buques hundidos; punto en el cual el Reino Unido tendría que capitular por hambre (importaban 70% de sus alimentos aún en período de racionamiento) y por ausencia de materias primas y armas para defenderse.

Afortunadamente para el Reino Unido, ni Hitler ni el predecesor del almirante Dönitz -el Gran Almirante Erich Johann Albert Raeder- apoyaron la estrategia del almirante Dönitz y tampoco permitieron que se construyeran los 300 submarinos que necesitarían. El problema para los alemanes consistió en que el gran almirante Raeder favorecía empecinadamente la estrategia de guerra marítima superficial y no le funcionó porque la flota de la Armada inglesa era muy superior a la de Alemania. Por su parte, Hitler se empecinó en que los submarinos alemanes atacaran los buques de guerra ingleses, lo cual tampoco dio buenos resultados. Ni Hitler ni Raeder entendieron que la estrategia de atacar barcos de guerra ingleses no tendría el efecto de impedir el abastecimiento al Reino Unido.

Por su parte, el almirante Dönitz utilizó su estrategia con éxito en la medida de sus posibilidades, hasta tal punto que Churchill reenlistó al capitán Gilbert Howland Roberts –experto en juegos de simulación- quien había obtenido la baja tan pronto fue diagnosticado con tuberculosis y le encargó la creación, dirección y operación del WATU. El problema que tanto impactó a Churchill es que calculó que el Reino Unido tendría que rendirse en cuestión de meses por hambruna e indefensión, lo cual no solo ocultó, sino que reportó a la prensa y al Parlamento todo lo contrario.

El almirante Dönitz comandó submarinos durante la I Guerra Mundial  y había estudiado, diseñado y desarrollado durante años dos tácticas de guerra submarina: el ataque cual manada de lobos y la infiltración del submarino atacante dentro de la formación de la flota atacada. Por haber utilizado esta última táctica -que no logró ejecutar por desperfectos de su submarino- el para entonces capitán Dönitz cayó prisionero hasta el final de la I Guerra Mundial.

Hago un inciso a estas alturas para explicar las tácticas desarrolladas por el almirante Dönitz: Los ataques ocurrían en una zona del Atlántico Norte conocida como la “zona negra” en la cual los únicos medios de defensa de los convoyes eran los buques escoltas. Era un área inalcanzable para otros buques de guerra y para las aeronaves.

El ataque de la manada de lobos consistía en agrupar a una flota de submarinos alemanes –con intervalos de 5 millas náuticas de separación entre ellas- perpendicular a la trayectoria de un convoy y atacar todos a una durante la noche. Los submarinos permanecían sumergidos durante el día fuera del alcance de los sonares y emergían en la noche para atacar a los buques de los convoyes aprovechando la oscuridad, el defecto de los primeros sistemas de sonar que no eran precisos a nivel de la superficie y el hecho de que pocos buques contaban con sistemas de radar. De lo dicho se desprende el significado de la palabra “lobos” en el título del libro.

La táctica de la infiltración del submarino atacante consistía en que el submarino atacante pasaba sumergido eludiendo a los buques escolta, se ubicaba en el área central del convoy desde donde disparaban sus torpedos a corta distancia, hundiendo a los barcos mercantes y luego se sumergían hasta el máximo de la profundidad alcanzable a esperar que pasara el peligro.

Quizás quede ahora claro el significado del título “Pájaros contra lobos”: las Wrens (y el capitán Gilbert Howland Roberts) contra la flota de submarinos del almirante Karl Dönitz  y su manada de “lobos” submarinos.

El almirante Dönitz acaparaba, centralizaba y ejecutaba personalmente toda la actividad de sus submarinos. Nada escapaba de su control. Los capitanes de los submarinos alemanes estaban muy bien entrenados para ejecutar las maniobras y tácticas, poseían la ventaja de la encriptación Enigma y contaban con apoyo logístico. La “zona negra” les pertenecía y allí navegaban y se reabastecían a sus anchas.

El almirante Dönitz tuvo su lado muy oscuro: fue el responsable de haber  ordenado la política de libre cacería para sus submarinos, la libertad para realizar ataques indiscriminados, la prohibición de prestar auxilio de cualquier tipo a los náufragos y la campaña mediática de crear y sembrar terror entre la población inglesa por sus submarinos; campaña que llegó a intimidar también a la población de la costa oriental norteamericana.

A diferencia del almirante Dönitz, las Wrens trabajaban en armonía y cooperaban entre sí, no tenían ninguna experiencia táctica previa; eran páginas en blanco. Muchas de ellas ni siquiera habían abordado un barco, menos un submarino.

Lo primero que hicieron fue aprender. Entrevistaron a las tripulaciones de los convoyes y a los sobrevivientes de los naufragios. Reproducían lo que aprendían sobre un gran mapa del Atlántico Norte que cubría un área enorme del piso sobre el cual se trazaban los rumbos de los buques y sus maniobras durante los ataques -con modelos de buques y submarinos en miniatura de colores diferentes- según una codificación previa.

La primera conclusión a la cual llegaron fue que pocos sabían exactamente lo que les había sucedido durante el ataque. Luego concluyeron que los comandantes de los buques escolta carecían de estrategias, tácticas de defensa y que, en general, cada comandante actuaba independientemente de los otros y, en la confusión, no lograban su objetivo de defender a los convoyes.

“Jugando” a reproducir una y otra vez los ataques, lograron descubrir los patrones de los ataques, diseñar estrategias de protección, tácticas de contraataque y maniobras que denominaron con nombres de frutas, vegetales o utensilios: la maniobra “fresa”, la maniobra “mora” y la “media-mora”, la maniobra “alcachofa”, la maniobra “piña”, la maniobra “grosella”, la maniobra “paraguas”, la maniobra “Búsqueda Beta” y otras más.

Habiendo construido el escenario de “El Juego”, llegó la hora de la prueba de fuego: el almirante Max Horton –el as de los comandantes de submarinos del Reino Unido y héroe de 59 años de edad- evaluaría “El Juego” y se enfrentaría en igualdad de condiciones a un oponente que representaría el rol del comandante de la flota de buques escolta de un convoy. En cinco oportunidades, el almirante Horton trató de evadir las nuevas maniobras de los buques escolta y en las cinco resultó totalmente vencido. Hasta, incluso, reclamó enfurecido que “El Juego” estaba arreglado de antemano. Cuando llegó el momento de conocer quién fue su oponente, se encontró frente a frente con la Wren Janet Okell de veinte años de edad, quien jamás había siquiera navegado en el mar.

A partir de allí, todos los capitanes de buques – de guerra o mercantes; ingleses, canadienses, australianos, hindúes o americanos- fueron meticulosamente entrenados en “El Juego”.

En la madrugada del 5 de mayo de 1943 – el día de la batalla de los pájaros contra los lobos- y habiendo cambiado ese día el sistema de encriptación Enigma, el convoy más lento y menos protegido –el ONS.5-  no solo sobrevivió al ataque de la manada más numerosa jamás organizada por el almirante Dönitz de 41 submarinos, sino que acabó con las posibilidades de este último de controlar el Atlántico.

Por este minucioso trabajo cooperativo y con un fin común, los submarinos alemanes pasaron de cazadores a representar el papel de presas de cacería. Los aliados se transformaron en cazadores de lobos. La unión de voluntades permitió a las Fuerzas Expedicionarias Aliadas la victoria final en el teatro europeo.

¿Habrá en este relato alguna suerte de enseñanza que pudiera ser aplicable a la Venezuela de hoy? La pregunta se basa en las recientes declaraciones del cardenal Baltazar Porras quien  dijo “…que la dirigencia política no valora a la sociedad venezolana porque carece de criterios para generar propuestas y buscar soluciones a la coyuntura que atraviesa el país” (Comunicación Continua, 20 de junio de 2022).

Creo que muchos de nosotros hemos leído en alguna ocasión una frase atribuida a Albert Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo” y la traigo a colación porque la falta de unidad y de criterio parece un poco más de lo mismo.

Dios guarde a V. E. muchos años.

La cuenta del autor en Twitter es @Nash_Axelrod.