En esta novela, Paisaje con Ángel Caído («Ediciones Imaginaria», San Felipe, estado Yaracuy, Venezuela, 2004), Gabriel Jiménez Emán nos presenta la historia personal de un joven millonario cuya existencia transcurre presa del hedonismo y riesgos. Le gustan el peligro, la práctica irrefrenable del sexo, el licor y las drogas ilícitas. Es inteligente, culto, sentimental y dispendioso.
José Armando Burgos creció sin la presencia de su padre, pero su madre lo crió e impulsó a cursar la carrera de Administración de Empresas. Ella, separada de su esposo [quien acumuló una gran fortuna que perdió casi en su totalidad] logra invertir el dinero que le había quedado del matrimonio y funda una fábrica de zapatos, bolsos, carteras y otros utensilios de cuero. Negocio en el cual trabajaría su hijo, luego de terminar sus estudios universitarios.
Administrador, pero intelectual: José Armando se debate entre reconocerse –definitivamente- como un hombre con profunda vocación artística o proseguir en el duro ambiente de los quehaceres empresariales. Por ello, cuando sale a caminar, pronto busca visitar bares y conocer mujeres.
La bohemia, que tanto le atrajo durante sus días de estudiante, todavía lo seduce poderosamente. Deambula, elucubra, recuerda juergas con amigos y amigas, lecturas literarias, pintores y grupos de música que lo impactaron y estigmatizaron durante su adolescencia.
En Caracas, el personaje se aparta de la sólida empresa familiar y recorre las calles: se introduce en el Metro, en los suburbios y reflexiona sobre esa otra vida [de penurias, delincuencia, crímenes y querellas políticas] que no se atrevería a experimentar. Es, culturalmente, un sujeto propenso a sentir regusto por la «vida fácil»: el dinero y los placeres que se derivan de su profesión. Pero está intranquilo: ello aun cuando es un privilegiado.
Un día, José Armando llegaba a su apartamento y tuvo un encuentro fortuito con una mujer: Magnolia. Ocupaba un departamento en el mismo edificio donde él rentó, en la planta de arriba. Su belleza lo perturbó.
Realiza viajes de negocios a la provincia, sin dejar de anhelar reencontrarse con aquella maravillosa chica. Regresa a Caracas. Sale una noche y se dirige a un bar, donde conversa con un hombre que afirma conocerlo. Bebe con él, pero, de repente, se aleja hacia otro ángulo de la barra desde donde visualiza a Magnolia. Intenta aproximársele, pero ella se le escabulle entre la gente que baila. Se desespera, sale del sitio y la busca vanamente.
Con agudas meditaciones respecto a la existencia, Jiménez Emán mantiene un gran suspenso sobre la dama. Se entrega a disquisiciones con carga poética y filosófica alrededor de los acaecimientos que ha experimentado.
En el relato aparece Fernando Álamo, de quien confiesa es su mejor amigo y le expresa el desasosiego que le inspira Magnolia. Él se muestra receloso a causa de la obsesión de José Armando por la fémina. Lo persuade de ir a un prostíbulo: El Jardín, lugar donde contratan a dos mujeres y la parranda culmina en un hotel de la ciudad.
No tardará en ver, otra vez, a Magnolia: con la cual iniciará una tormentosa relación. Amorío por temporadas interrumpido a consecuencia de sus desapariciones. El desarrollo de esa relación lo vinculará con una temible mafia de narcotraficantes, en Europa. A partir de ello, se precipita la trama novelesca: donde los asesinatos, allanamientos, reyertas, pesquisas y detenciones le dan cuerpo. No procede que yo continúe desentrañando esta fascinante historia: que exige cierto rigor intelectual al lector, empero redactada con fluidez y maestría.
En algunos aspectos, José Armando Burgos es su hacedor: el escritor pontífice, el narrador de sus vicisitudes. Es Gabriel Jiménez Emán, con su portentosa imaginación y sus angustias. Quien conoce al escritor lo advierte, lo ve profundamente reflejado en la invención de Ese Otro, uno de sus personajes mejor logrados en el curso de su obra literaria. Un ser emparentado con muchos que ya asomó en novelas como Una fiesta memorable y en sus libros de cuentos.
@jurescritor