«Somos fieles ―leí en alguna parte― a dos o tres ideas fijas, las cuales nos dominan a lo largo de nuestras vidas». Puede verificarse la certitud de esa aseveración en las obras de artistas de temática recurrente. Gabriel García Márquez y Federico Fellini sostenían estar trabajando siempre en variaciones sobre un tema único. No pretendo equiparar mis dislates a la barroca exuberancia imaginativa del colombiano o a la delirante opulencia creativa del italiano. Me identifico con el oficio de vender viejas cosas a través de mensajes formalmente diversos, y funcionalmente idénticos. No mucho más puedo hacer recluido en este campo de concentración. Aquí y ahora solo hay lugar para una obsesión: sacudirse de chavecos y padrino-ma(du)ricas empecinados en hacer del nuestro un país cada vez más estrecho y ajeno. El martes, y ello corrobora el aserto, supimos por boca del viceministro iraní de Asuntos Económicos, Mohsen Kousheshtabar, de la cesión a Irán, cuando el mundo se enfrenta a la escasez de reservas estratégicas, de 1 millón de hectáreas de tierras cultivables. El funcionario asoció la malhadada concesión al conocimiento técnico (¡!) de las empresas involucradas en un cambalache cocinado entre Nicolás Maduro, inducido acaso por los asesores de Padrino, y el presidente persa, Ebrahim Raisi, como parte del acuerdo de cooperación estratégica de 20 años en todas las áreas, signado por Venezuela e Irán, a manera de colofón de la reciente visita de bigotes a Teherán. En la protocolar rueda de prensa celebrada, a raíz del cimero encuentro, el venezolano sostuvo, en un peculiar castellano aproximado: «Tenemos grandes frentes de cooperación con Irán. A nivel energético, del petróleo, del gas, las refinerías, la petroquímica, a nivel financiero, a nivel de defensa». Ya vendrán los turcos a solicitar su parcela. Necesitarán el placet de chinos, rusos y cubanos.
El país se achica ante la voz del amo al modo del perrito de la RCA Victor, y quienes, a duras penas solo podemos, por viejos, no por sabios, empuñar la pluma, estamos condenados, Sísifos del garabateo, a martillar sobre un mismo clavo con la esperanza lejana y aún no perdida de precipitar la salida del okupa de la silla miraflorina, donde, con la bendición de Padrino, es decir, de la FANB, pretende analgatizar de nuevo en 2024. Y quizá lo logre. En el entretanto permanezcamos enganchados a nuestras pocas e inamovibles ideas —en un trabajo publicado en la revista New Scientist, el periodista británico Mike Holdemess calculó en 10 elevado a 80.000.000.000.000 (magnitud imposible de transcribir en este espacio y mayor al número de átomos del universo) la cantidad de ideas almacenables en una sesera ordinaria; sin embargo, en las azoteas rojas solo se pasea una: perpetuarse en el poder—.
Tal como supuse en mi último artículo, fue de órdago el festival de ditirambos del dúo Nicolás & Vladimir —el orden es pura y arbitrariamente alfabético y no supone preeminencia del (in)civil sobre el guerrero burócrata y embajador ad honórem del Kremlin, atrincherado tras un escritorio en el despacho de defensa—, alusivos a Simón Antonio de la Santísima Trinidad durante la celebración castro chavista del 239° aniversario de su nacimiento. El aposentado en Miraflores embanderó su cuenta de Twitter con desgastadas alegorías patrioteras trufadas de jolgorio llanero y una pizca de verbena escolar: «Suenan los tambores, el arpa y el tricolor brilla en cada barrio y comunidad para celebrar el natalicio de nuestro Libertador Simón Bolívar. Con profundo orgullo podemos decir: padre, estamos cumpliendo tus sueños libertarios y de unión. ¡No araste en el mar! ¡Viva Bolívar!». El capataz de Fuerte Tiuna se lanzó de cabeza por el tobogán de los símiles, con la pretensión de ensombrecer a George Washington y minusvalorar su gesta precursora de la emancipación continental, anterior a la Revolución francesa: «El Libertador, con el sable de guerra en una mano y escribiendo leyes y códigos con la otra, sin apoyo de ninguna de las potencias europeas que sí apoyaron a Estados Unidos, logró alcanzar muchísimo más territorio y de mayor mestizaje que el que alcanzaron los pueblos del Norte». El pasado no fue cual como aprendimos en los textos del Hermano Nectario María y José Gil Fortoul, o leímos en los ensayos de Germán Carrera Damas, Manuel Caballero, Elías Pino e Inés Quintero, sino como lo fabuló Hugo Chávez y reescribió el revisionismo fascio populista del siglo XXI. El ayer así contado es un chiste. Malo, naturalmente.
Motivo de ironía y sarcasmo, cuando no de chacota o irrisión, han sido algunos de los regalos recibidos por el mandón nominal de manos de jefes de gobiernos forajidos como el suyo, o de instituciones y personalidades interesadas en beneficiarse de la solidaria manirrotura socialista. Hace dos años, Steven Seagal, actor estadounidense nacionalizado ruso y enviado especial de la Cancillería de su país adoptivo, le regaló, a cambio vaya usted a saber de cuál pedimento, una espada samurái. Se pueden ver en YouTube videos del reyecito escarlata blandiendo el acero nipón con ambas manos y lanzando mandobles a diestra y siniestra en el palacio presidencial para regocijo y aplauso, ¡clap, clap, clap!, de los presentes (Cilia Flores, Jorge Rodríguez y Freddy Ñoña, digo Ñáñez). Cuando un grupo de milancianos, corrijo, milicianos, le obsequió un cuadro de ingenua composición y, a mi juicio, nulo valor estético, tuvo el tupé de someterlo al escarnio público colgando la imagen en su cuenta del pájaro azul; y, para más inri, lo mostró en televisión con emoción de cocodrilo y, haciendo gala de su ya proverbial ridiculez,comentó: «Comparto con todo el pueblo este bello regalo que recibí de nuestra Milicia Bolivariana. Un cuadro hermoso que es sin duda una poesía hecha pintura. Lo llevo a mi hogar con mucho amor y cariño».
Con más amor y cariño alardeó ostentosamente en 2019 de una despampanante esmeralda engastada en una sortija de oro y excesivos quilates recibida en Azerbaiyán, durante una cumbre del Movimiento de Países No Alineados. La joya, stricto sensu, pertenece a la nación; no obstante, en razón de la lujuriosa presunción con la cual pretendió deslumbrar a quienes se calan sus latosas cadenas, seguramente la hizo suya. Nada ni nadie se lo impedía. No hay en tierra de gracia legislación al respecto, a excepción de sugerencias no vinculantes, incluidas en alguna reglamentación, sin rango, valor y fuerza de ley, esbozado en el sendero infernal de las buenas intenciones cuando éramos felices y no nos dábamos cuenta. Y si la hubiese, a Nicolás le sabría a soda. A fin de cuentas, la revolución hizo aprobar una carta magna, la mejor del mundo de acuerdo con la opinión del santón de Sabaneta, a objeto de ser violada consuetudinariamente. Sí, sostuvo cínicamente José Tadeo Monagas: «la Constitución sirve para todo». Incluso para ser violada, agregaría yo.
En la rampa de despegue y a punto de hasta la próxima, si de chiste o cuchufleta se trata, y dejando de lado la esencia necrófila del gesto, tan cara al gusto populista en general y al peronista en particular, ninguno supera el negro humor implícito en la réplica de la pata zurda del coco-futbolista argentino Diego Armando Maradona (†), obsequiada a Nicolás Maduro por Stefano Ceci, fan del Nápoles y de la superestrella albiceleste. Cuando leí sobre la insólita ofrenda, pensé: ¡guau!, han podido hacerle llegar también un duplicado de las manos del Che Guevara. Las palabras de gratitud de Nicolás merecen figurar en un memorial de agravios a la inteligencia: «Grata visita de Stefano Ceci, manager y amigo del gran Diego Armando Maradona, a quien agradezco esta escultura del pie izquierdo del “pibe de oro”. Tantos recuerdos del “Pelusa», sus jugadas, irreverencia, su lucha social y su gran amor por Venezuela. ¡Diego siempre presente!» Y ahora sí. Esperemos no siga decreciendo el territorio nacional en virtud de la prodigalidad de Padrino, Maduro & Co. potenciada por sus áulicos. Ciao. Ahí nos vidrio, cédula en el piso, y no es chiste.
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