“¿Qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia,
y si, conforme a su naturaleza, les ocurriera lo siguiente..?
Platón, Resp, VII.
Una vez que la Polis se constituyó en el oficio común de los ciudadanos de la Grecia clásica, nació Occidente. De su semilla plantada en tierra fértil, y ante la inminente llegada de la infestación del despotismo oriental, surgió, fuerte y vigoroso, el árbol de la Libertad, de cuyos frutos aún se alimenta el ideal de la vida civil democrática. Cada una de las etapas decisivas en la construcción histórica occidental, cada momento de su crecimiento y desarrollo, de su autoafirmación y, al mismo tiempo, de su pujante renovación cultural, ha encontrado en la savia republicana del pueblo griego originario su mayor referencia y su mejor motivo de inspiración. Y es justamente por esa razón que bien vale la pena preguntarse: ¿qué es lo que sigue haciendo posible su encanto para la gente pensante?, ¿por qué Grecia sigue siendo motivo de inagotable deslumbramiento y perplejidad para los artistas, incluso, en este tiempo, trajinado por una de las crisis orgánicas más severas sufridas por la historia de la humanidad? La respuesta es, sin duda, compleja y atiende a, por lo menos, tres figuras, o al decir de Adorno, tres constelaciones, que conforman una unidad inescindible.
En primer lugar, el despuntar de la cultura griega afloró bajo el signo de los dioses de su bella mitología. Zeus o la Justicia es -en el sentido fuerte, enfático, del término ser– por la forja de Hefesto, la virilidad de Ares, la belleza de Afrodita y la sabiduría de Atenea. Vale decir que Kosmos y Polis se reflejan a la luz del horizonte de la bella fantasía concreta, de la estética realizada. De hecho, y por encima de todo, el pueblo griego fue un pueblo de artistas. En segundo lugar, resultaría imposible separar el sentido estético, propio del espíritu del pueblo griego, de su más acabada y definitiva obra de arte colectiva: precisamente, la creación de la democracia republicana. Y, en efecto, la organización política y social creada por los griegos no sólo sirvió de fundamento para su desarrollo integral, sino que terminó por transformarse en el modelo artístico por excelencia de la praxis política. En una expresión, la Res-publica es una obra de arte que, como toda auténtica obra de arte, es inmortal. En tercer lugar, y bajo la plasticidad de su estructura estético-política, los griegos hicieron de sus casas el hogar del pensamiento, la residencia del bien y de la verdad, el altar de la filosofía. En Grecia los poetas fueron maestros de sabiduría y de política, los políticos fueron sabios y poetas, los sabios fueron políticos y poetas. Y es que semejante condición fue alentada por una fuerza común: la Paideia.
Paideia quiere decir formación social, educación y cultura, a un tiempo. Su identificación con la virtud romana poco tiene que ver con el instrumentalismo. El objetivo de la Paideia consiste en lograr que la especie humana viva “conforme a su naturaleza”, es decir, que el zoon politikón viva auténticamente como humano. Lo cual solo es posible mediante la acción continua de la Paideia, pues para los griegos, como dice Hegel, el ser humano carece de valor y dignidad si no se ha cultivado hasta alcanzar la libertad como expresión de la verdad, del bien y de la belleza. Por eso mismo, el gran pensador alemán llega a calificar al ciudadano de la Polis como “un artista plástico capaz de convertir lo natural en expresión del espíritu”. Y, en este sentido, la función de la Paideia es la de elevar a los individuos desde la inmediatez de su condición natural hasta la apropiación y comprensión de su condición ciudadana, como realización efectiva de su propia naturaleza, porque su naturaleza sólo puede concretarse como resultado de su ejercicio político. La Polis, como obra de arte, re-produce la armonía -el orden y la conexión- de la naturaleza, la re-crea. Pero al hacerlo termina penetrando en lo más hondo de la condición natural, historizándola. Todo lo cual explica la relación de la Polis con la Phisis y la comprensión de la totalidad del Kosmos. Como resultado, y mediante la Paideia, la Polis logra comprenderse como la superación que conserva –Aufheben- la naturaleza.
Así como la naturaleza de las abejas consiste en construir panales, del mismo modo, la naturaleza de los humanos consiste en construir Polis. No existe para la cultura griega clásica la idea de un contrato social porque, para ellos, lo que hace humano al ser humano es el hecho de ser político y, en consecuencia, de vivir en sociedad. De ahí que el Estado, la organización política de la sociedad, no pueda ser considerado por los griegos como un agregado de individuos. La naturaleza del individuo es, en sustancia, social, política, por lo que la Polis sólo puede existir en el obrar de los individuos. Individuo y Polis son una y la misma cosa, son las dos caras de la misma moneda. No es César aut Deus, sino Cesar sive Deus. Toda acción humana es política porque se origina en la Polis y la Polis es su destino final. La Polis es la realidad más honda y plena de todo individuo, por lo cual cada individuo desea ser reconocido por ella, y ella deviene la suprema aspiración de todo individuo. En el deseo de reconocimiento está la clave de comprensión de la Paideia, pues en ella, en su disposición para encauzar la naturaleza de los individuos hacia su autocomprensión y autorrealización ciudadana, está la clave para dar cumplimiento a su función principal. Es el modo como los preceptos de las buenas costumbres (el Ethos) y de las buenas leyes se hacen cuerpo viviente, contenido auténtico, de la vida cotidiana, muy por encima del establecimiento de toneladas de páginas de leyes, reglamentos y decretos que ni se parecen a la realidad ni tienen algo que ver con ella. Esa es, por cierto, la dramática estafa del “deber ser”. El punto de partida del desgarramiento y desmembramiento de una sociedad.