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¿Pagará Europa los platos rotos?

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China y Estados Unidos mantienen en jaque la economía universal con sus disputas arancelarias que esconden, en el fondo, una lucha por alcanzar mayores cuotas de poderío mundial. Todos los países del mundo se encuentran o bien expectantes por ser afectados de manera indirecta, o bien involucrados de manera directa, porque lo que sí está claro a esta hora es que esta confrontación incidirá de manera contundente en el desenvolvimiento de la economía planetaria.

Europa, la tercera potencia mundial, no se salva de ser salpicada fuertemente en esta medición de fuerzas. No solo el viejo continente resentirá los “efectos secundarios” de la contienda sino que incluso hay expertos que piensan que podría ser el gran perdedor.

Estados Unidos juega a la división entre los países de la UE y no cesa de alimentar una diatriba entre Francia y Alemania. Hay una hostilidad manifiesta a la construcción incesante de una Europa unida.

China, por su lado, no cuestiona la integración pero mantiene un posición ofensiva que se manifiesta en el franco irrespeto de las reglas de la Organización Mundial de Comercio, en particular, por ejemplo a la protección de los derechos intelectuales. También se hace imprescindible, entonces, protegerse de la agresividad china en un sentido diferente al de la poderosa nación americana.

Pero no hay que perder de vista que Europa es un juego de voluntades entre 27 naciones dentro de las cuales las posiciones estratégicas de cada uno juega una parte importante dentro de la federación. ¿Qué hacer, entonces, cuando Italia, por ejemplo, se decide a jugar en solitario y asociarse unilateralmente y sin consulta al resto de la Unión Europea y a unirse a la política china definida como la Nueva Ruta de la Seda?. ¿Cómo manejar individualmente las prioridades nacionales si uno de los miembros de la UE se desasocia del resto en una decisión de tan importante calibre?

China, con sus nuevos planes de gravitación universal, está yendo más lejos que simplemente iniciar una confrontación comercial. Propugna un nuevo esquema monetario mundial en el que la gran nación asiática tenga un papel preponderante. ¿Cuál posición asumir frente a ello cuando la Unión Europea –liderada por un esfuerzo franco-alemán–  se está embarcando, a su vez, en un proyecto de blindaje y de valorización global de la Zona del Euro, lo que implica el desarrollo del su moneda como unidad de reserva internacional?. Es evidente que esta iniciativa va en contravía de los manifiestos intereses chinos, pero también en este terreno Italia se suma al conjunto de los conservadores radicales de Europa que claman el retorno de las monedas nacionales.

Por último, si bien la presión que ejerce Estados Unidos sobre las decisiones de política económica de Europa es fuerte, la de China no lo es menos. Las sanciones de cada lado afectan al comercio de los europeos con terceros países por la multilateralidad que revisten hoy las operaciones internacionales.

Así, pues, la Unión Europea, aun no siendo parte directa en la guerra comercial entre China y Norteamérica, termina siendo impactada frontalmente. Apenas citamos algunas de las aristas involucradas. Las sanciones que cada uno de los lados establezca para penalizar al otro incidirán de manera directa en la dinámica comercial europea. La conclusión es que Europa es otro eslabón de la cadena en la batalla comercial en ciernes entre los dos gigantes planetarios. Pero este tercer coloso no puede ser puesto de lado.

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