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Pacto por el futuro

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Antonio Guterres, secretario general de la ONU, durante su intervención en la Cumbre del Futuro / Foto AFP

 

Durante la reciente Cumbre del Futuro, organizada por la ONU, António Guterres, su secretario general, señaló con vehemencia y preocupación que el “futuro del mundo era inviable”, dados los graves problemas que se confrontan actualmente. 

En efecto, nuestro planeta atraviesa por una crisis múltiple, alimentada por diversas causas que se refuerzan las unas con las otras. La vida humana transcurre hoy en día en medio del cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la inseguridad alimentaria, el agotamiento de recursos, el notable declive de la democracia frente al autoritarismo, la proliferación nuclear, el aumento de los conflictos bélicos en varios lugares, el uso descontrolado de los nuevos desarrollos tecnocientíficos, la creciente desigualdad social y económica, la inestabilidad geopolítica y, por citar solo un aspecto más,  la  desinformación a partir de la digitalización, que fue catalogada como una de los principales amenazas en el Foro de Davos 

Dentro de este marco, Guterres propuso un Pacto para el Futuro, sin estar muy seguro, según se dijo, de la reacción que provocaría en los países miembros de la ONU, al punto de que, de acuerdo con un vocero de la organización, se dio a la tarea de preparar tres versiones de su discurso de clausura: uno para la aprobación, otro para el rechazo y otro por si las cosas no estaban claras. 

Tras prolongados debates el acuerdo fue adoptado con el voto favorable de 193 países, siendo Venezuela una de las naciones que se abstuvo, junto con Cuba, Nicaragua, Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea, Irán y Siria, alegando que no encarnaba un “verdadero multilateralismo”.

El compromiso suscrito busca dar una respuesta a los retos actuales. Si bien el texto no es vinculante, propone 51 acciones concebidas para encarar los problemas citados anteriormente. Ello supone priorizar las negociaciones con el fin de alcanzar los imprescindibles consensos, tarea que no resulta nada fácil en este mundo dibujado por bloques y países que lo dividen drásticamente y en el que los intereses nacionales están yuxtapuestos con las interdependencias mundiales. 

La consigna debe ser diálogo de todos, con todos y sobre todo, visto que todos los problemas son globales. El Planeta Azul se ha vuelto interdependiente. Dependemos todos de todos. La violencia no tiene fronteras, tampoco las epidemias o la contaminación y la economía está en buena medida desterritorializada, por solo mencionar algunos aspectos, lo que conduce a la necesidad de reinventar la política a escala global, creando nuevos instrumentos para la gobernanza mundial y dejando atrás, igualmente, la obsolescencia de las instituciones nacionales

Sin embargo, las tareas y los objetivos planteados no calzan con las capacidades operativas y políticas de las distintas instituciones encargadas de la gobernanza global, incluida la ONU, creada hace casi 80 años, tras la Segunda Guerra Mundial, en un escenario absolutamente distinto al actual. Su andamiaje institucional ha caducado, tiene muy poco que ver con la complejidad de los tiempos que corren. El hecho de que, para empezar, se haya coincidido en transformar la composición del Consejo de Seguridad es, sin duda, una noticia alentadora.

Como acertadamente lo expresó Guterres, “no podemos construir un futuro para nuestros nietos y nietas con un sistema construido para nuestros abuelos y abuelas”. Deben irse inventando, desde ya, otros mecanismos y otros planes para civilizar el futuro. Para luego es tarde y este paso dado por la ONU, hay que decirlo, no es para nada suficiente.

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