Por Maria Margarita Galindo
La transformación de la profesión docente tiene que partir de una cuidadosa reflexión respecto sobre qué se espera de ella en el siglo XXI. Esto significa definir las competencias básicas que requiere para desarrollar los procesos de enseñanza y el aprendizaje acordes con las necesidades de la sociedad en un mundo globalizado. La formación para la profesión docente exige tener claridad respecto hacia dónde ir. Los profesores reproducen lo que aprendieron cuando fueron estudiantes y se corresponde con la formación que recibieron. Por eso es fundamental definir claramente el perfil del profesor que se pretende formar, entendiendo que el perfil son todos aquellos rasgos y competencias que determinan su interrelación con la transmisión y facilitación de conocimiento.
En este sentido queda explícito la necesidad de formación a la hora de investigar. Bajo este contexto, existen habilidades, destrezas, conocimientos, aptitudes y capacidades indispensables para el desarrollo de un proceso investigativo. En el ámbito educativo permanentemente existirá una preocupación por el cuerpo docente, por su interacción directa con la producción y la difusión del saber.
Ahora bien, cabe preguntarse si la universidad latinoamericana está contribuyendo a la formación de ese docente investigador que aspira y que exige de manera urgente nuestra sociedad. La educación es indudablemente el motor de mayor empuje para el desarrollo de una nación y para ello es necesario consolidar un docente-investigador, que se encuentre capacitado para generar el conocimiento científico que se requiere. La escasa demanda de conocimientos endógenamente generados ha caracterizado al sector productivo latinoamericano. Esta es una de las debilidades más fuertes del proceso de desarrollo de nuestra región, la falta de producción científica y la poca relación entre el conocimiento producido y el sistema económico.
El desarrollo está sujeto al conocimiento que se produzca desde el sector universitario, y para ello hace falta que nuestras universidades capaciten el talento humano encargado de producir tal conocimiento. Por ello, el perfil que se reclama está centrado en un docente implicado en el desarrollo de competencias ontológicas, filosóficas, teóricas, epistémicas y sociológicas propias del acto investigativo. Las demandas actuales de la sociedad exigen reconocer que es la investigación la que orienta el camino para despejar las dudas, formar para el trabajo emancipador, construir, desarrollar y socializar los nuevos conocimientos que se constituyen en fuentes de paz, progreso y desarrollo; pero ante todo, reconocer la investigación como gestora de pensamiento, conocimiento, tecnología y creadora de saberes.
El reto de la sociedad y sus instituciones universitarias debe estar enfocado a formar profesionales altamente capacitados para generar conocimientos capaces de conducirnos a los cambios y las transformaciones necesarias que particularmente deben nacer desde el sector educativo y sus docentes, por ser estos los líderes que amparan la formación y transformación de la sociedad.
El docente ya no puede ser un simple repetidor de las teorías de otros, debe estar capacitado desde el abordaje de su praxis diaria. Poder construir sus propias teorías que den sustento científico al quehacer pedagógico; esa es precisamente la base de la concepción del perfil del docente-investigador que requiere la región latinoamericana.
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