El 17 de noviembre de 2018 publiqué en un medio de la red un artículo que titulé “El diálogo volverá a fracasar”. En él anticipaba un resultado indeseado, que todos hubiéramos querido evitar, pero que resultaría, como una maldición, inexorable: “El diálogo volverá a fracasar. Con efectos que podrían llegar a ser irreparables: profundizar el desprecio y el desprestigio en que ha caído la oposición oficialista venezolana ante la comunidad internacional por sus vaivenes y veleidades incomprensibles, y darle tiempo a la dictadura para que continúe su trabajo de devastación de los despojos que aún restan de Venezuela”.
El pronóstico se cumplió, con un efecto adicional que muestra la tragedia en que hemos venido a dar: no solo volvió a fracasar el diálogo, lo que era perfectamente esperable. Fracasó el más importante intento acometido por la oposición oficial venezolana en 19 años de sometimiento por torcerle el brazo a la dictadura e implantar un gobierno transicional, encaminado, luego del desalojo del tirano, a la realización de elecciones libres. Aun contando con más de sesenta gobiernos a favor del denominado presidente interino, el resultado real fue la parálisis, la impotencia, el simulacro. Juan Guaidó, que comenzó su ejercicio con más de 80% de aceptación popular, a poco andar cometió dos graves errores –el Cucutazo y el Carlotazo– que derrumbaron su popularidad hasta terminar en las cifras actuales, que no le dan más de un quinto de la popularidad inicial.
Casi que como una burla a quienes lo urgimos a liberarse del asedio y el acoso de Voluntad Popular y sus máximos líderes, tan corrompidos como las viejas dirigencias de la cuarta república, que los constituyen; conformar gobierno con los mejores, todos dispuestos a respaldarlo –María Corina Machado, Diego Arria, Antonio Ledezma, Asdrúbal Aguiar, Fernando Gerbasi, y tantos y tantos otros, siempre dispuestos y a la espera de ser convocados –y enfrentarse al régimen solicitando el respaldo humanitario, incluso armado, de los países aliados –Colombia, Brasil y Estados Unidos, principalmente– invocando el 187 #11 y el R2P –debimos aceptar una intolerable pasividad y la frontal negativa a comprender que con Leopoldo López y Julio Borges no iría más allá de reconocimientos formales e inconducentes.
Hoy, cuando exhibe esos respaldos como un logro extraordinario de su interinato, para el país sin otra consecuencia real que la notoriedad alcanzada por quien no calza los puntos –se muestra dispuesto a conversar con aquellos a los que les dio con un portazo de soberbia en las narices y, siguiendo el patético y lamentable ejemplo del Departamento de Estado, afirma en grandes titulares “que todas las opciones están sobre la mesa”. Todo lo cual sin otro fin que recuperar los apoyos perdidos y atornillarse en el ilusorio poder del que disfruta. Lamentable y patético.
Que se precie de contar con los votos suficientes como para ser reelecto, y que en efecto vaya a serlo ante la parálisis, la alcahuetería y la sumisión de todos los sectores opositores, incapaces todos sin excepción de levantar auténticas alternativas para enfrentar nuestra tragedia, o negándose frontalmente a respaldar las que se les presentan, no cambiará un ápice en la trágica constelación en que hemos caído. Seguiremos arrastrando el pesado fardo de la tiranía otro año más, mientras la vieja y la nueva oposición acomodan sus cargas y prolongan la entronización de la satrapía mediante esta insólita y vergonzosa cohabitación.
@sangarccs