Los venezolanos necesitamos tomar otro camino distinto a los anteriores que recorrimos para tratar de provocar un relevo en el poder. Uno que nos lleve sin contratiempos al cambio político en nuestro país.
Después de 23 años en revolución y con los resultados políticos, económicos, sociales y militares que hemos estado sufriendo, se impone un giro radical en el trazo que nos hemos fijado para alcanzar la alternancia democrática. Luego de un abultado inventario de frustraciones atribuibles prioritariamente a la responsabilidad del liderazgo que ha encabezado la dirección, pero también con una cuota respetable para los seguidores, que en la mayoría de las oportunidades han secundado sin hacer contraloría social, apoyando irresponsablemente, dando un cheque en blanco y haciendo el servicio de mamparas a los desaciertos. Es necesario ajustar la brújula. Y ese ajuste entraña, hacer tabula rasa. Borrón desde la raíz y cuenta en cero. Eso en palabras llanas implica pasar por encima del liderazgo actual de la oposición. Salvo que corran y se incorporen. Lo otro es que se aparten y se encaramen.
Un nuevo registro en la orientación nos puede sacar de ese trazo decepcionante de seguir haciendo lo mismo de siempre, esperando también resultados distintos. Con esa terquedad con la que llegaremos más allá de los 63 años de la Revolución cubana o por encima de los 73 de la revolución juche. La mayoría de los 30 millones de venezolanos, espera un nuevo liderazgo, una línea política renovada, un diseño estratégico viable y de paquete, y un plan. Algo original que nos saque de este laberinto y nos arrime la suficiente confianza en el liderazgo y el plan. El quién y el cómo para terminar con la usurpación que se ejerce desde Miraflores, establecer un gobierno provisional y hacer un llamado a elecciones con las suficientes garantías democráticas. Es la manera más expedita de reconstruir la esperanza en la sociedad civil y renovar la fe en el futuro de todos los venezolanos. No podemos quedarnos a pastorear las nubes, retocando las pifias y los yerros anteriores, sordos ante el clamor de las mayorías y ciegos ante la negra realidad que sigue arrollando a la nación, mientras la revolución sigue avanzando y consolidándose en el tiempo.
Hay un consenso casi unánime en todos los sectores venezolanos, que cualquier relevo del poder en el Palacio de Miraflores pasa por la venia y aceptación del sector militar. Fuerte Tiuna se ha convertido en la catedral de Santiago de Compostela, desde donde te sellan formalmente tu pasaporte de caminante y te acreditan haber realizado un buen camino. Quien ocupa el quinto piso en el edificio sede del Ministerio de la Defensa es una suerte de apóstol Santiago que guía los pasos, independientemente desde dónde salgas en tu peregrinación con tu mochila para el camino y los bagajes de una línea política, una estrategia y un plan viable para culminar la ruta.
¿Cómo hemos caminado en estos 23 años de revolución?
Es historia reciente el espectáculo electoral de las candidaturas promocionadas en la oposición y los desaciertos previos al 6 de diciembre de 1998, ante la catástrofe de los resultados que favorecieron al teniente coronel Hugo Chávez Frías. El más emblemático, el cambio de candidaturas faltando apenas una semana para las elecciones y la pésima estrategia de la campaña. Un gran desastre que le abrió completamente el triunfo, al militar. Después, ante la atomización del liderazgo y la dispersión posderrota, ante las megaelecciones del 30 de julio de 2000 iniciamos en la oposición el maratón de las metidas de pata promoviendo a otro teniente coronel, Francisco Javier Arias Cárdenas, campeón mundial de las piruetas en materia de lealtades y de las maromas políticas; como el candidato opositor. A partir de allí nos desbocamos y han sido yerros que se han ido superando a lo largo del tiempo. El 11 de abril de 2002, la plaza Altamira fueron resbalones militares, así como también el episodio de los paracachitos, la conspiración de los aviadores militares conocida como Jericó o golpe azul, por la cual hay oficiales detenidos aún, la toma del cuartel de la brigada blindada en Valencia por el valiente capitán Juan Carlos Caguaripano, la operación del 30 de abril de 2019 y la mamarrachada de la operación Gedeón. Intercalamos el firmazo y el reafirmazo del referéndum revocatorio del año 2004, las elecciones del año 2006 con la candidatura de Manuel Rosales, las dos candidaturas presidenciales de Henrique Capriles en los años 2012 y 2013. Del triunfo de las elecciones parlamentarias de 2015, agotamos el saldo con cero resultados. Y en materia de movilización de calle hemos tenido todo género de experiencias empezando por las gigantescas del año 2002, 2003 y 2004 que sirvieron de etiqueta antes, al paro petrolero y laboral de esos años. Y las de 2017. La consulta nacional de 2017 y la popular de diciembre de 2020 quedaron como ladridos a la luna. Los resultados expresados en muertos, heridos, perseguidos y detenidos; y el país desangrado con casi 6 millones en la diáspora. Son estadísticas montadas sobre fracasos. Es un largo historial de descalabros sin nombres ni apellidos.
Y en materia de liderazgo tenemos un amplio abanico de opciones que van desde extremo a extremo y con planteamientos variopintos. El encabezado por la bizarra María Corina Machado y su diseño de solución con la ayuda internacional hasta el otro extremo de Henri Falcón y Claudio Fermín de jugar electoralmente en comandita con el régimen hasta el fin de los siglos. Al centro, Antonio Ledezma, Diego Arria, Henrique Capriles, Manuel Rosales, Andrés Velásquez, en ese orden, son también referentes de liderazgo para los venezolanos. Arriba, paseándose de manera muy volátil de banda a banda, con un discurso maleable y flexible, pret a porter en la retórica, según las circunstancias, el interino Juan Guaidó con Leopoldo López, estirando la esperanza, y la fe de los venezolanos, según la plastilina emocional del momento. Todos con un techo y una baranda que los confina y limita en el avance. El poco o ningún eco que tienen dentro de los cuarteles, que al final tendrán la última palabra en la solución política que ansían los venezolanos.
En Fuerte Tiuna es la cosa. Y hacia allá deben orientarse y empujarse las demandas de respaldo, en lugar de los cansones y repetitivos dictados que hace el embajador norteamericano acreditado en el país y las amenazas frecuentes del Comando Sur.
¿Cómo debemos voltear el timón? ¿Cuál es el rumbo que debemos tomar? ¿Qué acimut debemos inscribir? ¿Dónde está el radio faro?
Antes de ir a lo medular, voy a justificar históricamente a lo venezolano. Antes del 17 de diciembre de 1935, el general en jefe Eleazar López Contreras era un furibundo gomecista que gozaba de la cercanía política y militar más estrecha con el general Gómez. Mientras el coronel Eloy Tarazona sirvió de edecán y Eustoquio Gómez mantuvo sus aspiraciones presidenciales en la sucesión, nadie apostaba medio por el futuro del hombre de la calma y la cordura. La historia ya ustedes la conocen. Después de la muerte del benemérito, el general López Contreras encabezó una transición en el país que abrió el camino para enterrar el gomecismo y hacer un trazado importante hacia la democracia. Del 23 de enero de 1958 para atrás, el ejercicio profesional del contralmirante Wolfgang Larrazábal no proyectaba nada hacia el futuro de Venezuela. Después de los eventos políticos y militares que derrocaron la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, el almirante encabezó la Junta de Gobierno que con un carácter provisional se responsabilizó por garantizar la gobernabilidad y la estabilidad de Venezuela y llevar al país a unas elecciones libres que le dieron el triunfo al señor Rómulo Betancourt. Y todo arrancó, desde el círculo militar que gerenciaba con eficiencia. Si, el mismo ambiente donde el general Pérez Jiménez bailaba al son de la Billo’s Caracas Boys cada 31 de diciembre en la dictadura. Así son las cosas, como decía Oscar Yanes. Y el ejemplo más actual, ya para cerrar el texto. Uno de los militares más odiados por los venezolanos, hasta la mañana del 11 de abril de 2002, lo era el general Manuel Antonio Rosendo, jefe del Cufan número 1. Bastó y sobró la negativa en horas de la tarde a su comandante en jefe, para sacar las unidades del Batallón Ayala a reprimir la marcha multitudinaria que se dirigía a Miraflores, para que cambiara la emocionalidad vernácula y empezaran a amarlo. Tanto, que lo cercaron en una oportunidad, para impedir que los organismos de seguridad lo detuvieran. Así somos de emocionales.
¿Qué es lo que hay? ¿Qué caminos tenemos al frente? ¿Cuáles son nuestras alternativas? ¿Cuál es el acimut?
Si usted inscribe en una brújula normal, el exacto acimut desde el quinto piso del Ministerio de la Defensa hasta el despacho presidencial del Palacio de Miraflores, el registro le indicaría lo siguiente: 351,45 grados y una distancia en kilómetros de 7,52. Sobre esa orientación hay que montar los timones de la Armada, las radio vías de nuestros aviones militares, las alcabalas de la institucionalidad de la Guardia Nacional y las rutas de navegación en tierra del ejército de línea. Además, todos los instrumentos de navegación de los sectores políticos, sociales, económicos y militares deben ajustar sus agujas magnéticas y bitácoras hacia Fuerte Tiuna. Eso debe hacer una sinergia política y militar bien importante. Y con esto ratifico toda la parrafada del artículo, en que todo pasa por la aprobación de quienes tienen las armas y nada deja de tener en la solución política de Venezuela, el sello del buen camino que aprueba el apóstol que esté en ese quinto piso de Conejo Blanco, sea Eleazar López Contreras, sea Wolfgang Larrazábal, sea Manuel Antonio Rosendo, o digámoslo con nombre y apellido, otro acimut.
Creo que para los venezolanos es un buen momento para manejar otra alternativa con otro acimut en la brújula política y militar.