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Otras notas sobre la naturaleza del poder chavomadurista

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“…en la moderna sociedad de masas… el partido estatal único se ha convertido en un elemento tan indispensable como el sistema pluripartidista en el Estado democrático constitucional. El partido único es la grapa organizadora que mantiene sujetos a detentadores y destinatarios del poder y sin él la moderna autocracia es incapaz de acción”. Karl Loewenstein. Teoría de la Constitución. Editorial Ariel SA. Barcelona. 1986, pág. 95.

No es la primera vez que intento echar luces sobre la ontología del régimen chavomadurista y, si bien antes afirmamos que se advierten en su fenotipo rasgos de populismo, militarismo, ideologismo, también se percibe y desde su irrupción en la política nacional, a modo de mutante que ha venido decantando su forma y expresando su fondo progresivamente.

Algunos que nos leen opinarán por las redes que de nada sirven estas reflexiones, si no son seguidas o precedidas de acciones concretas y eficientes para suplirlos e iniciar la reconstrucción del país, pero debo admitir que se ha hecho patéticamente y gravosamente larga su permanencia, ocupando ilegítima pero materialmente la institucionalidad, me refiero y aclaro, al chavomadurismo, aunque no veo para mañana la superación de este trágico y letal episodio de nuestra historia, y por eso creo pertinente seguir haciendo observación y diagnóstico de éste demoníaco poder, como diría Karl Loewenstein en sus sesudas y siempre vigentes consideraciones. Tal vez si los conocemos más hondamente, podamos exorcizarlos debidamente.

Un asunto que nos alude groseramente, impúdicamente, ominosamente e insultantemente en suma como ciudadanos y a nuestra pretendida democracia constitucional, sería esta comedia, por capítulos, que adelantó la ilegal e ilegítima Asamblea Nacional para la elección de los magistrados del ya usurpado Tribunal Supremo de Justicia.

Al parecer, se midieron fuerzas entre los factores dominantes de la nueva oligarquía que rige cada decisión que se toma y de acuerdo con los intereses de uno y otro. En el camino se denunciaron, acusaron, señalaron, de cada grupo sus excesos prevaricadores, el cohecho, y en suma la instauración de una justicia doble tarifada, por la pertenencia a una u otra camorra.

Incluso, de los menos autorizados por su historial de militancia en todo género de ilícitos emergen versiones sobre la marcha de un muchas veces anunciado plan para la reforma judicial que incluso oficialmente se puso en manos de los primeros actores del sainete.

Todo el mundo sabe quiénes son los autores de la obra, pero a nadie pareciera importarle, o de alguna forma colaboraron en cualquiera de los actos en ese teatro mafioso y criminal, y lo execrable es que se autodenominan opositores.

Venezuela retrocedió en su aspiración de ser una república y una democracia con el arribo de Hugo Chávez Frías a la primera magistratura y la conculcación de la soberanía que ello trajo consigo. En este momento no es soberano el país con presencia e influencias de otros Estados en su acontecer diario y mucho menos lo es el cuerpo político ciudadano que, por cierto, ha dejado de ser determinante, encogido y acomplejado de un lado y desconocido, manipulado y maculado por poderes constituidos todos, sin ninguna excepción usurpados y asquerosamente corruptos.

El poder es en Venezuela y sin dudas al respecto  “pseudoconstitucional”, como diría Ferdinand Lasalle en los tiempos de Von Bismark y referido a la apariencia y la realidad de la experiencia alemana. Acá y ahora se simula apego al Estado Constitucional, articulado desde la letra de la Constitución de 1999 pero, volviendo a Loewenstein, solo tendríamos una Constitución semántica, mediatizada e inficionada por la falsedad y la abyección, muy lejos de una realidad normativa.

El difunto primero y luego sus acólitos y el epígono Maduro han desconstitucionalizado el país sistemáticamente desde el comienzo, transgrediendo regularmente todos los principios y la dogmática ínsita a la carta fundamental y a los procedimientos que la aseguran y valiéndose de la alienación del aparato judicial. Chávez lo inició, repito, y Maduro y otros de su séquito y el PSUV lo han continuado.

Para eso se aniquiló la planta de los partidos políticos venezolanos impúdicamente además, y la tesis que se desprende del examen del acontecer institucional nacional es que se ha trabajado para hacer del PSUV un único y dominante órgano que suplanta a toda la organización política, social, institucional, e incorporo a los gremios y sindicatos vaciados de significación y peso gravitacional. Como diría Bauman, fueron licuados, desarticulados, lisiados, invisibilizados.

Los defectos detectados en la república originada en el puntofijismo, en mi opinión el único periodo de republicanismo de nuestra historia, sea dicho de pasada, “estatismo, partidismo y centralismo”, se han exacerbado en este proceso mal llamado revolución, hasta alcanzar a constituirse en el eje funcional del régimen, y de allí que cualquier desmontaje del aludido deberá afinarse y empeñarse en su sustitución profunda.

El chavomadurismo es una autocracia que toma la forma de un autoritarismo que se disfraza eventualmente, y por ello al analizarlo para reconocerlo, no solo debemos hacerlo nosotros que lo padecemos sino la comunidad internacional que no ha sido menos errática que los políticos endógenos y no ha logrado ni antes y tampoco ahora reconocer el lenguaje anfibológico del mutante al que nos hemos estado refiriendo.

Esta situación desfocaliza la dinámica neurálgica de la estructura de poder, y más grave aún, de los factores en los que se sustenta el susodicho. Impresiona ver que no hayan podido acordarse para presionar por la realización de un referéndum revocatorio los de adentro y los de afuera y sigan con esa entelequia fatua del diálogo en México que no traerá nada útil a la crisis de todas las crisis que postra a Venezuela.

Empero lo anotado, sorprende que pueda creerse en la veracidad del aserto desprendido de la versión oficial de acuerdo con el cual habría mejorado y hasta se ha dicho, recuperado de su precaria condición el país.

Sugiero a los que así ven las cosas tomarse la molestia de revisar el hilo de Twitter del economista Orlando Ochoa del pasado domingo 10 de abril del año en curso, para cotejar desde explicaciones sobrias y objetivas, la verdadera situación que el país conoce.

No es novedoso, sin embargo; el pretendido ardid de querer convencer sin el argumento consistente que soporte el giro de presentación de una realidad que más bien es un espejismo o, desde un minúsculo oasis, prescindir del desierto que lo rodea ¿por qué y para qué?

Desde su arribo al poder, nunca estuvo o aparenta estar más solido el régimen. 2022 es el inicio de la campaña electoral de Maduro que lo lleva a su apuesta más cómoda, cambiar su faz sin dejar de ser. Seremos testigos de otra metamorfosis más. Maduro muestra el rasgo más predominante del ser chavomadurista y “mutatis mutandis” veremos episodios dignos de Orwell en el texto de 1984. Me explico.

El ADN chavomadurista es antidemocrático, primitivo y caudillezco. Lo era el difunto y lo es el imitador y lo son los otros espalderos, sin pudicia ni escrúpulos, además. El gen común es aquel que los impulsa a cualquier acción para permanecer en el poder que termina por ser un botín de todos, pero con administradores que no quieren dejarle un turno a nadie. Si el difunto viviera, allí estaría con sus cadenas, su narcisismo y su compulsiva tendencia a manirrotear el erario público por no acotarle más nada de lo vasto que puede agregársele en denuestos y agravios a la patria.

Maduro es a ratos albacea y ora el heredero de la hegemonía y será candidato nuevamente en 2024 y en 2030, piensa él, tal vez haya que rogarle que no prive a la caterva camarada de su astucia, malicia y liderazgo.

Si otros como Lacava o Rodríguez, o acaso los tiernos hermanitos o el malquerido de El Furrial aspiran, en mi modesto criterio, no tiene ninguna oportunidad. Maduro ya fue inoculado del mismo virus del otro; se pretende más que cualquier mortal, pero piensa que estará al frente, con un poco de suerte, hasta el día del juicio final o como en la novela Cien años de soledad, Melquiades, aquel personaje que se fastidia de la soledad que trae la muerte y decide regresar.

Frente a tamaña insolencia es menester un gran remedio. Dificilísimo se percibe si oteamos desde este mismo punto de análisis el horizonte político e institucional. El mutante se mimetiza si hace falta y se posesiona de aquellos que quieren la utopía o sus migajas convertidas en justificaciones para su exuberante y voluptuosa mediocridad.

Impajaritable es y será ese averno que nos alberga cual mazmorra actualmente y de irrefragable verosimilitud en su patológica ansiedad. ¡Hay que salir de ese bucle temporal que nos postulan como la eternidad!

Si mi memoria es buena, en el texto de Camus, El mito del Sísifo se lee un acápite que traigo a colación; es una cita del poeta griego Píndaro: “Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero, agota el campo de lo posible.”

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