OPINIÓN

Otra vez Talleyrand…

por José Tomás Esteves Arria José Tomás Esteves Arria

Charles Maurice Talleyrand

Recientemente, el economista Pedro Rosas Bravo escribió una nueva biografía de Charles Maurice Talleyrand, especie de santo patrono de los diplomáticos. Dicho trabajo, el cual suma más de 450 páginas, hace un recorrido espectacular por la vertiginosa vida de este noble o innoble -¡como se le quiera llamar!- señor que fue primero sacerdote y obispo de Autun. Su carrera al servicio de Francia y de él mismo comienza en plena Revolución francesa, y es electo presidente de la Asamblea Nacional, y allí se redacta la Constitución Civil del clero, la cual embarga los bienes de la Iglesia Católica, a cambio de remuneraciones a los sacerdotes. Posteriormente, tiene que exiliarse en Estados Unidos. Luego, es nombrado ministro de Asuntos Exteriores del directorio revolucionario. Y desde allí participa en el golpe que monta a Napoleón Bonaparte en el poder. Y mientras tanto prosigue su carrera de amoríos, y acumulación de bienes. Con la caída de Napoleón, vuelve a ser nombrado ministro de Asuntos Exteriores, y participa en el famoso Congreso de Viena. Carlos X le nombra embajador en Londres. En su lecho de moribundo hasta tuvo la visita del rey de Francia, Luis Felipe de Orleans.

Esta vida del “gran “diplomático llena de traiciones y simulaciones, es un buen recuerdo o advertencia feliz y oportuna para esta oposición tranquila que piensa y desea que el fin de la dictadura actual vendrá de parte de la diplomacia mundial. Se olvidan diplomáticos inteligentes y preocupados como Sadio Garavini que la Cancillería venezolana está tomada por la cubana, y la diplomacia cubana ha logrado penetrar una cantidad de organismos internacionales de la ONU. Basta señalar que la Cepal está dirigida por Alicia Bárcena, quien no pierde la ocasión para señalar a Cuba como el país “perfecto” en América Latina. De paso, la Organización Mundial del Trabajo no dice ni pío ante la condición servil y esclava de los médicos cubanos que prestan servicio en Venezuela, y otras partes del mundo. Si bien el secretario general de la OEA, Luis Almagro, ha hecho un trabajo superior al que realizaba el insulso Insulza de Chile, no le quita el sueño al gobierno de Maduro los desplantes del organismo multilateral.  Ni siquiera el gobierno de Juan Guaidó nombró a Diego Arria como su embajador en la ONU, olvido temerario puesto que Arria conoce mejor que muchos esa liturgia rara o extraña de la diplomacia mundial. La gestión de Juan Guaidó únicamente ha servido para detener o enfriar la calle. Los venezolanos están en sus casas tranquilos esperando que la libertad y un nuevo gobierno caigan del cielo. Total, soñar no cuesta nada.  El entusiasmo de Eduardo Fernández y Claudio Fermín llamando a votar nos debe llamar la atención del gran poder de convocatoria que posee aún el gobierno castro madurista, el cual tiene fichas buenas para jugar en el juego del oportunismo, y la entrega de antiguos ideales. También se olvidan estos fanáticos de la diplomacia del gran fracaso de las grandes cancillerías del mundo en impedir la Primera Guerra Mundial, el foreign office, la francesa y la austríaca heredera del gran Metternich. Los horrores de la guerra se apoderaron de Europa delante de la mirada complaciente o cuasi tranquila de los diplomáticos elegantes. También aparentemente, las embajadas de Francia e Inglaterra no supieron o pudieron alertar a sus respectivos gobiernos del monstruo que estaba tomando el poder omnímodo en Alemania, y así la guerra los volvió a sorprender. Francia fue ocupada al igual que muchos países de Europa, y Churchill tuvo que rogarle a Estados Unidos que salvará al Reino Unido y sus posesiones en Asia. Termino estas líneas tomando una parte de un buen artículo de Carlos Blanco, que nunca ha transigido:

“A un régimen arrodillado porque la fuerza que se le opone es superior, se le puede ofrecer, en la hora sexta, el pasaporte para que unos se vayan y otros se vengan bajo el comando de las fuerzas de la libertad; pero cuando una oposición desorientada hace esta oferta y no tiene arrinconado al régimen al cual le ofrece la puerta abierta, lo que hace es implorar la cohabitación; y jugar el juego según el cual los asesinos y sus víctimas pueden colaborar en bellos propósitos comunes”.