OPINIÓN

Otra vez el socialismo

por Antonio Sánchez García Antonio Sánchez García

“Otra vez Latinoamérica se vuelve a llenar de socialismo. Este mes en Bolivia y en Argentina hay elecciones, y en ambos es casi seguro que ganará la izquierda. También es casi incuestionable que en los dos países se viene una crisis económica que arruinará a millones” –escribe Vanessa Vallejos en PanAmPost–. La asociación de Latinomérica con elecciones, socialismo, crisis económica y ruindad no es casual: son los cuatro elementos que se conjugan en nuestra región para anclarse a la impotencia, reincidir en sus taras inveteradas y resistirse a zafarse del nefasto influjo del populismo, la única cara del socialismo latinoamericano, para provocar el caos, la crisis económica y la regresión histórica. De ese viaje al corazón de nuestras tinieblas la inevitable estación final que nos espera es la barbarie y la devastación. Los ejemplos sobran. Venezuela es el desiderátum.

Me objeta un amigo hispanovenezolano, lejos de la barbarie y a resguardo civilizado de la tragedia provocada por la más nefasta y devastadora versión del socialismo latinoamericano –el castrochavismo– que generalizo pues, en contra de mi opinión, “existen socialismos buenos”. Piensa, seguramente, en el socialismo noruego o en el de Olof Palme, en Suecia. O en Dinamarca. Incluso en el socialismo español, más de Felipe González que de Pedro Sánchez y desde luego que de Podemos, Errejón, Monedero y Pablo Iglesias.

Más allá de las condicionantes civilizatorias europeas, que han solido resolver el problema que implica el socialismo originario, el marxista de la utopía escatológica de la sociedad perfecta, la lucha de clases, el asalto al poder y la dictadura del proletariado, el archipiélago Gulag y los juicios de Moscú, digamos, tout court: el comunismo, su único y verdadero nombre, depurándolo de todo contenido subversivo y revolucionario desde Bernstein y la bifurcación entre revolución y reforma con la que los europeos de izquierdas comenzaran a divorciarse del marxismo a fines del siglo XIX, librándose de la carga insurreccional que han exportado a América Latina, con las consecuencias de todos conocidas. Con el único problema categorial que ese ni es marxismo, ni es socialismo, porque rehúye como del demonio la socialización de los medios de producción y el combate mortal al capitalismo. Es un socialismo de salón, pasteurizado y reducido a lo que Marx llamaría la superestructura ideológica: una forma edulcorada de hacer digerir el capitalismo con lo que los alemanes y austríacos llamaron “economía social de mercado”. Un socialismo democrático. Un oximoron, pues, como muy bien lo definiera Churchill, “el socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.

No fue ese el “socialismo” de Olof Palme, no es ese el “socialismo” noruego que insiste en tirarle un salvavidas al tirano venezolano, ni ese es el socialismo de Pedro Sánchez, siempre solidario con el castrocomunismo cubano, pero por bajo cuerda. Es el “socialismo” de Podemos y la Izquierda Unida, los lobos hispánicos disfrazados de abuelitas. Fue el socialismo de Salvador Allende, que desató los demonios chilenos, y es el socialismo de Fidel Castro, en su máxima pureza tiránica. Y, desde luego, es el socialismo instintivo, genético y selvático de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Es el socialismo del Foro de São Paulo, de las FARC, del ELN y de Gustavo Petro, de las fuerzas de Pepe Mujica, que expulsan de sus filas a un demócrata ejemplar como Luis Almagro. Es el socialismo “humanitario” de Michelle Bachelet y António Guterres, el del Gabo, la Internaccional Socialista y la hegemonía cultural de Occidente. Es el que ha permitido la tragedia humanitaria venezolana y desde el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Lima, mancomunados, se niega a responder a la tiranía venezolana como lo hiciera en su momento el prócer venezolano Rómulo Betancourt ante los invasores castristas: “El que a hierro mata, que no espere morir a sombrerazos…”.

Como les causa espanto a las buenas conciencias de las izquierdas, que las hay, y en democracia importa el voto, al que hay que rendirle pleitesía, incluso adoración, travestido de socialdemocracia acecha detrás de Ricardo Lagos, de Michelle Bachelet, de Cristina Kirchner, de Alberto Fernández, de Pepe Mujica y desde luego de Lula da Silva y Dilma Rousseff. Y el cual, para tener éxito, debe comenzar por alterar las normas y reglas de la estabilidad democrática institucional: comenzando por un golpe de Estado, como el asalto al cuartel Moncada en Cuba, el 26 de julio de 1956, o en Venezuela el 4 de febrero de 1992, cuando Hugo Chávez y otros tres comandantes protagonizaran la felonía de intentar asaltar el poder usurpando las armas de la República.

Es el efecto deseado y propiciado por el castrocomunismo cubano, del que Maduro no es más que un sátrapa: provocar la tragedia del tsunami invasor de la diáspora venezolana sobre la región para desestabilizarla: ya se ven sus efectos en Ecuador y Perú. Y es recién el comienzo. Pronto estallará la bomba de tiempo que portan, sin saberlo, los 5 millones de pobres venezolanos que escapan de la pesadilla. A los graves problemas sociales y económicos que provocan con su súbita emergencia, su hambre y sus enfermedades, se sucederán conflictos políticos y militares, como ya se los ve en Ecuador y Perú. No haber intervenido desde un comienzo en Venezuela para extirpar el tumor y evitar la propagación del cáncer chavista, podría tener consecuencias devastadoras. De las que hoy por hoy, ningún país está a salvo en América Latina. México, ya cuesta abajo en su deriva, se ha salvado por las distancias. ¿Quién puede huir desde Venezuela a México?

No es el Departamento de Estado el órgano del Estado norteamericano que debiera encargarse del cáncer venezolano: es la DEA. Ni Acnur, el organismo de la ONU a encargarse de la diáspora, sino el Pentágono. El cáncer venezolano es altamente contagioso y está en plena expansión y desarrollo. Exige el despliegue de un cordón sanitario y un tratamiento de choque. No puede tratarse con diálogos ni elecciones, con acuerdos ni conversaciones, a ningún nivel. Es un problema de índole estrictamente policiaco militar. No entenderlo y dilatar su resolución podría terminar por desatar una crisis regional sin precedentes: es lo que espera el castrocomunismo cubano y hemisférico. Es hora de entenderlo.

 

@sangarccs