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RAÚL

La sociedad española, acaso ya poco más que un eufemismo, vuelve a habitar la náusea, el vértigo de la inquietud desmoralizadora. En poco más de dos semanas Sánchez ha dado nuevas muestras preocupantes de sus aspiraciones autocráticas. No tardó en pasar del pánico a la ofensiva, para tranquilizar a quienes le pusieron contra las cuerdas. Llegó a proclamar en el corazón de la UE que el poder judicial en España tenía poco recorrido. Así se adelantó a pronunciar su sentencia sobre la constitucionalidad de la ley de amnistía; de las posibles reformas del Código Penal, a su capricho; del delito de terrorismo y de cuanto le pareció oportuno a favor de los chantajistas de Junts, que tanto le habían asustado. Tranquilos ¡no pasa nada!, vino a decir. Y es posible, porque en España, para unos cuantos, nunca pasa nada. Entre tanto, el tema de las negociaciones para garantizar la seguridad de Puigdemont sigue su curso, como el del Guadiana.

La muerte alevosa de dos guardias civiles por la pésima gestión de Marlaska, una vez más, y las manifestaciones de agricultores y ganaderos, en vías de extinción por motivos similares de larga data, han añadido nuevos factores de descontento. Pero una campaña de intoxicación orquestada por medios públicos y privados, al servicio del sultán de La Moncloa, habría mejorado sus expectativas de cara a las elecciones del próximo domingo. La propaganda desenfrenada y obscena pone de manifiesto una vez más que, en la estimación del presidente del Gobierno, los medios ocupan un lugar secundario. Ni la verdad figura entre sus pasiones, ni la ética en el catálogo de sus preocupaciones; a pesar de que un hombre sin ética, como decía A. Camus, es una bestia salvaje suelta por el mundo. Tampoco atiende a considerar que toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instala el fascismo, le da igual y hace bastantes alardes de falta de respeto a los ciudadanos, hasta límites insoportables. Pero cuando las cosas se le ponen peor llega la oposición, a procurarle respiración asistida.

Desde que el actual presidente del PP vino a Madrid, caí en el error de hacerle una recomendación, la llamada a la prudencia y a la reflexión sobre los errores tácticos y estratégicos de su partido. ¡Qué osadía y qué pérdida de tiempo! En relación con tales cuestiones me atreví, en estas páginas, a sugerirle, dos cosas: la primera, que se agarrara de la mano de un santo galaico, merecedor de confianza, para que le prestara ayuda. Alguien que hubiera sido muy prudente, de gran inteligencia y con acreditada experiencia política, en aguas revueltas. Entre los posibles candidatos había uno especialmente apto: San Rosendo (Rudesindus Gutierre). Un fraile benedictino que fue virrey de Galicia, en tiempos de Ordoño III y Ramiro III, en las difíciles circunstancias del siglo X y que gozó de la consideración de «gobernante glorioso». Atento siempre a sus obligaciones, realizó numerosos milagros curando a muchos epilépticos y endemoniados y devolviendo la vista a los ciegos. Cosas estas muy meritorias y necesarias incluso en la actualidad. Pero además contuvo a los normandos, en bloque, de los que se temían graves desmanes, y obligó a los sarracenos a replegarse con sus aliados.

La segunda recomendación podría ser igualmente importante: le convendría no meterse en ninguno de los charcos evitables. Por tanto, ante la situación de la política española, y dada la trascendencia de estas elecciones en Galicia, parecía más conveniente que nunca seguir ambos consejos. Obviamente no ha hecho mucho caso y sigue empeñado «en sostenella y no enmendalla» en beneficio de Sánchez. ¿Llegará a entender que la contumacia en el error lleva en sí la penitencia y que el cerrilismo apareja siempre malas consecuencias? Hasta el momento hemos repetido, en diversas ocasiones, estas advertencias, sin gran éxito. A los sucesivos fallos tácticos se une otro desacierto fundamental. Algo sin parangón en los países adelantados del mundo occidental; la estrategia del partido en la oposición, la impone el partido en el gobierno. Sánchez ha demostrado indudable eficacia a la hora de dividir y enfrentar a la derecha. Núñez Feijóo se ha empeñado en acogerse a los dictados del secretario general del PSOE, en cuanto a la supuestamente inaceptable alianza entre PP y Vox.

La conclusión es que Sánchez no podría encontrarse con una oposición más incompetente. Hace dos semanas en la situación insostenible, por la que atraviesa el presidente del Gobierno, a pesar de sus alardes, señalábamos por enésima vez algo que ha ido tomando cuerpo en amplios sectores de la sociedad: cualquiera que sea el desenlace de este gobierno inicuo, su caída se deberá más a su propia perversión que a la labor de sus opositores. A este gobierno sólo puede salvarle la oposición, y en eso están.

Artículo publicado en el diario La Razón

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