En estos últimos días he advertido una disposición buena en muchos empleados, tanto en las tiendas de los centros comerciales como en las farmacias, automercados y diversos locales que ofrecen otros servicios. No es que los empleados sirvieran antes con una mala actitud, sino que ahora, con un país cada día más deteriorado, me asombra ver gente que se esfuerza mientras ganan un sueldo probablemente ínfimo.
No sé a qué se deberá. Cuando se lo comenté a una amiga, me contestó: “Es que la vida se vive una sola vez y hay que ser feliz”. Al principio esa respuesta no me dijo nada, pero con el tiempo he visto que tal vez hay alguna relación entre las dificultades que enfrentan tantos venezolanos con la actitud con que asumen su día a día. Al ver que los problemas magnos no se resuelven, las personas nos concentramos en esa tan escuchada frase de “un día a la vez”.
Hay circunstancias que no pueden cambiarse y ante ellas, Viktor Frankl propone asumirlas cambiando de actitud e intentando hacer algo creativo con ellas. Tal vez muchos venezolanos estén haciendo algo de esto, porque me asombro de la buena actitud de los empleados de muchas empresas de servicio y pienso que, además de recibir algunos cursos concretos ofrecidos por la empresa, tal vez la actitud es espontánea y real. Y si solo fuese un efecto de los cursos, también eso basta para considerar que acogieron los consejos con buena actitud.
Se ve que la gente quiere mejorar. Esto es propio de la naturaleza humana: desear ir hacia adelante y no estancarse. Desear luchar por bienes más elevados que provean felicidad. Por eso las grandes y pequeñas empresas tienen una responsabilidad grande de formar a sus empleados desde el punto de vista humano, pues esta es una forma concreta y eficaz de ayudar al país a mejorar. Porque llegar a una panadería, a una tintorería, a un automercado, a cualquier tienda y ver cómo se es atendido de buena forma es siempre muy estimulante. Pienso siempre, con el corazón oprimido, en cuánto ganarán tantas personas que atienden con alegría y me sublevo por dentro al pensar también que todo podría ser mejor si se dieran ciertas condiciones que dependen de un gobierno que no creo que piense en sus empleados.
Estas circunstancias nos ayudan a cambiar de actitud, a darnos cuenta de que el cliente es valioso y que es un ser humano digno de respeto igual que todo el que ofrece un servicio. La actitud de conformismo y de individualismo tiene que cambiar en nosotros, tristemente, aunque sea a golpes, como está siendo. El futuro del turismo, de los servicios básicos y extraordinarios, dependen de un cambio de actitud. Eso no nos lo puede quitar este gobierno. Apuesta a hacerlo, pero las circunstancias evidencian que no pueden lograrlo.