La antigüedad tuvo, en comparación con otros géneros, poco atractivo para el cine, tal vez porque inevitablemente reclama un despliegue de masas y una generosidad de espacio que las acojan. No hay cine “de romanos” sin superproducción (o presunción de tal). El cine mudo lo logró con títulos como Quo Vadis (1913) o Ben Hur (1925) pero, salvando algunas emergencias, no es sino hasta 1959 con otro Ben Hur con Charlton Heston, dirigido por William Wyler, que el género tendría un representante mayor. Tal vez debido a su éxito, los italianos a partir de 1960 poblaron su cine del “peplums” (alusión a los mantos romanos) con filmes como Espartaco y los diez gladiadores o Los gladiadores invencibles (ambas de 1964). Digamos en descargo del género que el joven Sergio Leone, futura gloria del spaghetti western, hizo un primer filme llamado El coloso de Roma en 1961. Estados Unidos, en 1960, nos trajo un filme mayor: Espartaco de Stanley Kubrick, aún hoy el mejor filme de gladiadores jamás filmado, un canto a la dignidad humana que además sacó del anonimato de las listas negras al libretista Dalton Trumbo y terminó de consagrar a su director. Pudiera pensarse en un renacer pero en 1963, la debacle de Cleopatra (a pesar del glamour de Elizabeth Taylor, la figura de Richard Burton , el talento de Joseph Mankiewicz y los 44 millones que costó) sepultó el género por un buen tiempo.
Llegamos al 2000 y el muy talentoso Ridley Scott nos trajo a Russell Crowe en Gladiador, una película que lo imaginaba general victorioso contra los bárbaros, querido por el emperador Marco Aurelio y caído en desgracia frente a su asesino, nada menos que su hijo Cómodo. El filme se tomaba alguna licencia poética. Marco Aurelio, exquisito filósofo estoico, autor de las siempre actuales Meditaciones, murió en su lecho y no de muerte violenta, pero no estamos en la historia sino en el cine. Era una película vibrante, que recogía la mejor tradición de un género que había tenido, en general más altos que bajos. Ni qué decir que era una superproducción que se beneficiaba de los efectos especiales y de un reparto en el cual brillaban Richard Harris, Oliver Reed y, entre otros, Joaquin Phoenix. Obviamente reclamaba una secuela que tardó veinticuatro años y que dirige el mismo Scott.
La misma postula dieciséis años después de la muerte de Crowe/Maximus, una roma decadente, regentada por dos mellizos perversos a los cuales el senado no logra poner en cintura. Afortunadamente un general exitoso (otro más) aparece en escena al tiempo que un esclavo es elevado a la categoría de gladiador para beneficio de un “manager” de actividades de circo. No es aventurado ver en la Roma decadente un espacio político que reclame un tipo que ponga orden (una especie de “Make Rome Great Again” y el empeño del libreto es apuntalar la necesidad imperiosa (más bien imperial) de un gendarme necesario que aparezca en el horizonte. Esta lectura política está amenizada por escenas en las cuales el director se mueve con la solvencia y confianza de los veteranos. No conviene analizar mucho la trama que hace de la inverosimilitud su divisa. Conviene, en cambio, disfrutar las peleas con los mandriles, la inundación del coliseo para fingir una lucha de trirremes (insólito aporte romano a la impermeabilización de pisos) o las peleas varias a espada, cuchillo y otros instrumentos punzopenetrantes. También y de paso hay citas de Marco Aurelio, levantándose por encima de las circunstancias, como para que no se piense que todo en este siglo 196 Anno Domini o 21 según se vea era pan y circo. Es encomiable el ingenio del libretista para encajar la historia del gladiador a la vez en la Roma posterior a la Pax Romana del filósofo emperador y los entresijos y pistas que le dejó el filme anterior. Como todo buen prestidigitador, el libretista logra escamotear el disparate histórico y la verosimilitud con golpes de efecto impecables en los cuales la agonía en la arena lleva la delantera, por supuesto, pero además hay flechas, lanzas y duelos. Todo para gloria del gladiador recurrente del título y del director Ridley Scott que tras alguna pifia (House of Gucci, 2021) vuelve por sus fueros.
Porque Ridley Scott, admitámoslo es posiblemente el único de los directores capaces de hacer grandes de nuevo las películas de romanos.
GLADIADOR II. (Gladiator II). USA.2024. Director Ridley Scott. Con Denzel Washington, Paul Mescal, Pedro Pascal, Connie Nielsen.