OPINIÓN

Otra batalla perdida

por Fernando Ochoa Antich Fernando Ochoa Antich

La declaración de Nicolás Maduro: “Soy cristiano de Cristo… cada día que pasa soy más creyente y tengo más fe en Dios y en la fuerza de Cristo, porque él me acompaña, él me abraza, él me protege… Creo en Cristo Redentor, el Cristo de los pueblos que enfrentó a los  fariseos, el Cristo que fue valiente para buscar la justicia, la igualdad y pidió respeto al humilde”… sostenida en un acto de respaldo a su gobierno realizado en el Círculo Militar de Caracas por un supuesto “Congreso de Movimientos Cristianos por la Paz” que, según afirmaron reúne 15.000 iglesias evangélicas, no ha sido analizada y discutida con la debida profundidad. Esa declaración es irresponsable, para no decir criminal,  porque no solo viola de manera flagrante el artículo 59 de la Constitución Nacional vigente sino que pretende comprometer de manera inaceptable la orientación laica que, casi desde su creación, ha mantenido el Estado venezolano. Es claro que una manifestación confesional de ese orden la emite con la deliberada intención de conquistar algo de popularidad, ante el rechazo generalizado de la sociedad venezolana y al mismo tiempo dividirla para, de esa manera, poder mantenerse en el poder.

Sin embargo, hay que resaltar que pocas horas después de tan inaceptables declaraciones, varias organizaciones evangélicas cuestionaron el acto. En efecto, el pastor Samuel Olson, presidente del Consejo Evangélico de Venezuela, declaró con gran firmeza: “El pueblo evangélico no es políticamente beligerante. Tenemos por principio fundamental la separación entre la Iglesia y el Estado, aun cuando como individuos tenemos la libertad de elección y expresión. Por lo tanto, no reconocemos las declaraciones de ningún representante religioso como si fuese la expresión del mundo evangélico en general”. Así mismo, varias organizaciones evangélicas: la Confederación Unión de Iglesias Cristianas, el Ministerio Internacional Rocío del Espíritu Santo, la Federación de Iglesias Centro Cristiano para las Naciones, el Ministerio Centro de Esperanza y la Red Internacional de Ministerios Apostólicos Amigos, expresaron su rechazo a dicho acto: “Los pastores que aparecen en el video carecen de toda veracidad al afirmar que son representativos de más de 17.000  iglesias evangélicas y de 8 millones de cristianos evangélicos en Venezuela”.

La posición mantenida por el pastor Samuel Olson demuestra un gran sentido de responsabilidad y madurez política y les garantiza a los venezolanos de otras confesiones religiosas la certeza de que la gran mayoría de las iglesias evangélicas en Venezuela consideran inconveniente intervenir en política de manera beligerante y creen en la separación de la Iglesia del Estado. Además, confirma la visión individualista de su concepción religiosa. Es importante conocer, para poder percibir el valor que le doy a esta declaración, que en América Latina numerosas iglesias evangélicas han considerado de gran importancia vincularse estrechamente al poder político.

Dos buenos ejemplos, de ese equivocado camino, son Brasil y México. La cercanía de los gobiernos de Jair Bolsonaro y de Manuel López Obrador con numerosas iglesias evangélicas se ha venido fortaleciendo, sin importar su ideología, de una manera muy  importante. Vincular la política con la religión siempre ha sido nefasto en la historia del hombre. Por esa razón nunca estuve de acuerdo con la candidatura de Javier Bertucci, un pastor evangélico, quien, aparentemente, dejó de serlo para poder ser candidato presidencial en las elecciones de 2018

Las lamentables declaraciones, de Nicolás Maduro en el Círculo Militar, en presencia de ese supuesto “Congreso de Movimientos Cristianos por la Paz”, tienen por objeto dividir la Iglesia Evangélica y enfrentarla a la Iglesia Católica, cuya posición crítica contra el régimen madurista es harto conocida. Creo que pierde el tiempo. La unidad de criterio demostrada por la jerarquía católica y los más importantes pastores evangélicos en Venezuela no lo va a permitir. Es una batalla que, estoy seguro, tiene perdida. Además, es por todos conocido que las iglesias de origen cristiano en el mundo han venido superando las causas que produjeron su división a través de la historia y coinciden en aceptar que, en los tiempos modernos, existen numerosos peligros, en particular los regímenes totalitarios que atentan contra el sentido religioso de sus pueblos. En general, la estrategia de Nicolás Maduro es: “dividir para reinar”. Hasta este momento ha logrado, parcialmente, alcanzar su objetivo. Su total carencia de escrúpulos le ha permitido utilizar la corrupción para generar divisiones en los cuadros militares y en pequeños sectores de la oposición democrática.

La Fuerza Armada Nacional ha sido sometida a un proceso de división interna mediante la penetración de sus cuadros, a través de la corrupción, al permitírseles ejercer, sin ninguna justificación, innumerables cargos en la administración pública e irrumpiendo la meritocracia y los valores fundamentales del profesionalismo militar. Por otra parte, las últimas denuncias sobre parlamentarios incursos en presuntos hechos graves de corrupción, también forman parte de ese esfuerzo divisionista.

Escuché por televisión la filípica que dio el diputado Francisco Torrealba en el momento de entregar al fiscal general de la República, Tarek William Saab, unas supuestas pruebas referentes a esos delitos. Creo que es necesario investigar a profundidad dichos hechos para establecer las correspondientes sanciones políticas y penales. Pero también es importante entender que ante la imposibilidad de vencer el rechazo generalizado de la sociedad venezolana, Nicolás Maduro y su camarilla se dedican a provocar divisiones para sostenerse en el poder. De allí la importancia de la firme respuesta de las organizaciones religiosas, por lo cual no tengo dudas en afirmar que, gracias a la integridad, sentido de responsabilidad y claridad de criterio del liderazgo cristiano, la dictadura ha perdido otra batalla.

fochoaantich@gmail.com