Un artículo de Orlando Ochoa-Terán en El Nacional, https://bitlysdowssl-aws.com/opinion/el-delirio-de-los-fanaticos-sinceros/, está dedicado a mí comportamiento ciudadano. En la primera parte hace un extraordinario elogio de mi persona, citando opiniones según las cuales, he sido “un venezolano de una digna trayectoria vital, una de las figuras emblemáticas del recorrido histórico del petróleo en Venezuela., clave para que la nacionalización petrolera desembocara en la creación de una industria eficiente… un paladín del bienestar del país”, etc.
Por supuesto, leí esto bañado en agua de rosas hasta que abruptamente el tono del artículo cambió para definirme como “un caso psiquiátrico”, un peligroso fanático que insulta a quienes no estén de acuerdo con él. Según Ochoa-Terán, he pasado de ser el positivo Dr. Jekyll para transformarme en un macabro Mr. Hyde, quien no se da cuenta, a pesar de haber sido petrolero, “que el conflicto entre Ucrania y Rusia abre una extraordinaria posibilidad de recuperación para Pdvsa” y que, por ello, las sanciones contra el régimen de Maduro deben ser eliminadas. El fanático que es hoy Coronel, agrega Ochoa-Terán, se permite llamar a quienes piden el levantamiento de las sanciones al régimen de Nicolás Maduro “desvergonzados e invertebrados”. Ochoa-Terán diagnostica mi postura como la de un fanático, apoyándose en Eric Hoffer, George Santayana e Immanuel Kant. Parece evidente que, así como en Argentina todos los expertos en finanzas andan manejando taxis, en Venezuela parecen ser los abogados quienes diagnostican sobre psiquiatría.
Acepto la crítica de Ochoa-Terán en un modo risueño y hasta la considero preferible al silencio que muestran los desvergonzados, ya que demuestra un genuino interés en debatir sobre un tema importante para Venezuela. No creo necesario defenderme de la calificación de caso psiquiátrico que me hace Ochoa-Terán, porque ella es claramente subjetiva. Los diccionarios definen al fanático como “Quien defiende un tema de una manera apasionada y extrema que va más allá de lo normal”, una determinación que va más allá de la competencia profesional de Ochoa-Terán.
Sí creo oportuno aprovechar el escrito de mi buen amigo para explicar mejor mi postura sobre las sanciones al régimen de Maduro, la cual baso en las diferencias que percibo entre opiniones y actitudes y entre los mundos del pragmatismo y de los principios.
No tengo problema alguno, por ejemplo, con que uno o más venezolanos digan que prefieren el helado de chocolate al de fresas, ya que ello es una simple opinión o preferencia sin impacto alguno sobre el bienestar colectivo. Pero reacciono con mayor intensidad contra quienes digan -en aras de intereses económicos o geopolíticos, como lo hace Ochoa-Terán- que se deben levantar las sanciones al régimen criminal de Maduro. Más que una simple opinión o preferencia, quienes así piensan exhiben una postura de rango filosófico sobre un asunto de principios, la cual tiene un inevitable impacto sobre el bienestar colectivo. La intensidad de mi rechazo a esa postura lleva a Ochoa a definirlo como fanatismo pero yo la veo como simplemente proporcional a su gravedad, que le hace el juego a la dictadura más horrorosa que ha padecido nuestro país. De prosperar, tal pedimento consolidaría a la dictadura en el poder y su simple enunciación transmite un mensaje terriblemente desmoralizador a los venezolanos: el crimen sí paga. Pienso que tal acto de sumisión no solo representa una entrega de principios sino que es hasta estratégicamente inútil y revela, en algunos, mucha ignorancia sobre la cruel y deshonesta naturaleza del régimen y, en otros, la existencia de agendas grupales a expensas del bienestar colectivo.
De tener éxito el pedimento de estos grupos, ello tendría al altísimo costo de entregar principios que forman la columna vertebral de las sociedades dignas. Aun admitiendo que un toma y dame podría lograr algunas concesiones del régimen forajido es fácil advertir que ellas se obtendrían al costo de entregar parte de lo que puede llamarse el alma nacional, algo inmaterial pero bastante más importante que una caja CLAP, un mejor pernil o lograr algunos puestos en un mediatizado Consejo Nacional Electoral o algunas diputaciones en una Asamblea Nacional signada por la cursilería y la mediocridad.
Por ello creo que la solución a la tragedia venezolana de este siglo XXI no debe basarse en estrategias exclusivamente pragmáticas a fin de lograr ventajas temporales, si es que el precio a pagar es la entrega de códigos éticos que forman el cemento de una nación civilizada y que, de hacerse, nos mantendría en las escalas inferiores del verdadero desarrollo.
Como Ochoa-Terán llama autoridades en su auxilio para basar su diagnóstico sobre mi sanidad mental, yo también utilizaré un bateador designado, Winston Churchill, quien le dijo a Neville Chamberlain lo siguiente: “Usted pudo elegir entre la guerra y el deshonor. Eligió el deshonor y ahora tendrá también la guerra”.
Creo que esta cita aplica hoy en Venezuela a quienes imitan a Patricia Hearst y otras víctimas del síndrome de Estocolmo, a quienes prefieren modelar su conducta ciudadana en la sumisa coexistencia pacífica de un Pétain y no en la “fanática” lucha por la libertad de un De Gaulle.