Es esencial que los trabajadores estén convencidos de que en ninguna otra empresa podrían estar mejor. Esta emoción representa el verdadero valor diferencial con la competencia. ¿Cómo se consigue?
El orgullo de pertenencia permite que cada colaborador se sienta parte de la empresa, abrace los objetivos comunes, defienda los valores de la marca como propios y se comprometa con su tarea. Para lograrlo, basta con pensar que las empresas no son diferentes de las familias: cubrir las necesidades de las personas hace que tanto el hogar como la oficina sean lugares donde queremos estar.
En mi opinión, es necesario:
Ofrecer sentirse bien en el trabajo. Ya sean trabajadores habituales o colaboradores externos, deben sentirse cómodos, conocer a las personas con las que van a interactuar, saber cuáles son los procedimientos de la empresa, sus objetivos y la política organizacional. Es preciso que estén apoyados en todo momento por personas que sepan acogerlos como a un miembro más de la familia.
Fomentar la comunicación sincera y fluida. Los empleados, colaboradores, clientes, proveedores, deben poder preguntar con absoluta tranquilidad y recibir información sobre lo que necesiten saber. Y no basta con esperar sus preguntas, sino que hay que anticiparse mediante líneas de comunicación abiertas, horizontales y verticales, fáciles, frecuentes y accesibles.
Brindar autonomía. Supervisar no es controlar. Las empresas harán bien en empoderar a sus empleados, permitir que ellos se hagan responsables sin necesidad de fiscalizar su tarea. Todos deben ser escuchados y participar en la toma de decisiones siempre que sea posible. De este modo, se sentirán motivados, partícipes, y, por tanto, trabajarán más y mejor.
Promocionar a los empleados que se sienten parte. Recibir un sueldo justo es importante, pero también ver satisfechas las aspiraciones profesionales. Saber que es posible acceder a nuevas tareas, hacerse cargo de proyectos diferentes, escalar a puestos mejores constituye un poderoso incentivo para permanecer en una empresa. Hay que apostar por el desarrollo de las personas y premiar su esfuerzo con promociones.
Fortalecer las posibilidades de relación. Al trabajo se va a trabajar, sí, pero también a establecer relaciones humanas de valor. Muchas empresas dedican espacios para el juego y el relax de sus trabajadores. Y hacen bien. Esos momentos de paz y distensión afianzan los lazos entre la gente y la adhesión a una empresa que los trata bien, que piensa en sus necesidades y procura su bienestar.
Mostrar el reconocimiento. Es preciso felicitar a los que lo merecen, pero el reconocimiento debe ir más allá, convertirse en política empresarial. Nunca hay que escatimar la recompensa ante un logro, como tampoco los comentarios constructivos ante un error.
Cultivar las emociones positivas. Antonio Gala decía que «una casa es el lugar donde uno es esperado». Hagamos lo mismo con nuestra empresa. Un ambiente de sonrisas, respeto a la diversidad, equidad y ayuda mutua conforma el espacio donde cualquiera puede sentirse como en casa.
Pertenecer es una necesidad humana, está en nuestro ADN. Cultivar este bienestar donde todo el mundo sea aceptado, querido y necesario hace que brote el orgullo de pertenencia, tan vital en la empresa como en cualquier otro grupo humano.
No necesitamos crear estrategias para lograr el orgullo de pertenencia, basta con trasladar a la empresa los valores que rigen en la familia.